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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—¿Quieres que te cuente un secreto? —dijo, seña<strong>la</strong>ndo hacia <strong>la</strong> puerta.<br />

—Cuéntame, cuéntame —dijo Robertito—. Me encantan los chismes.<br />

—Tenía miedo que <strong>la</strong> vieja me <strong>la</strong>rgara —dijo Queta—. Por su manía con los microbios.<br />

—Hubieras tenido que irte a una casa <strong>de</strong> segunda, hubieras bajado <strong>de</strong> categoría —dijo<br />

Robertito—. ¿Qué hubieras hecho si te <strong>la</strong>rgaba?<br />

—Hubiera estado frita —dijo Queta—. Una <strong>de</strong> segunda o <strong>de</strong> tercera o sabe Dios qué.<br />

—La señora es buena gente —dijo Robertito—. Cuida su negocio contra viento y marea y<br />

tiene razón. Contigo se ha portado bien, tú ya sabes que a <strong>la</strong>s que <strong>la</strong>s queman tan feo como a ti no<br />

<strong>la</strong>s recibe más.<br />

—Porque yo <strong>la</strong> he hecho ganar buena p<strong>la</strong>ta —dijo Queta—. Porque el<strong>la</strong> me <strong>de</strong>be mucho a mí<br />

también.<br />

—Se había sentado y se jabonaba los senos. Robertito los apuntó con el <strong>de</strong>do: uy, cómo se<br />

habían caído, Quetita, qué f<strong>la</strong>ca estabas. El<strong>la</strong> asintió: había perdido quince kilos en el hospital,<br />

Robertito. Entonces tenías que engordar, Quetita, si no ya no harías ninguna buena conquista.<br />

—La vieja me ha dicho que parezco una escoba —dijo Queta—. En el hospital no comía casi<br />

nada, sólo cuando me llegaban los paquetitos <strong>de</strong> Malvina.<br />

—Ahora pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>squitarte —se rió Robertito—. Comiendo como una chanchita.<br />

—Se me <strong>de</strong>be haber reducido el estómago —dijo Queta, cerrando los ojos y hundiéndose en<br />

<strong>la</strong> tina—. Ah, qué rica el agua caliente.<br />

Robertito se aproximó, secó el canto <strong>de</strong> <strong>la</strong> tina con <strong>la</strong> toal<strong>la</strong> y se sentó. Se puso a mirar a<br />

Queta con una picardía maliciosa y risueña.<br />

—¿Quieres que te cuente un secreto yo también? —dijo bajando <strong>la</strong> voz y abriendo los ojos<br />

escandalizados <strong>de</strong> su propio atrevimiento—. ¿Quieres?<br />

—Sí, cuéntame los chismes <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa —dijo Queta—. Cuál es el último.<br />

—La semana pasada fuimos con <strong>la</strong> señora a visitar a tu ex —Robertito se había llevado un<br />

<strong>de</strong>do a los <strong>la</strong>bios, sus pestañas aleteaban—. Al ex <strong>de</strong> tu ex, quiero <strong>de</strong>cir. Te digo que se portó como<br />

un perrito, como lo que es.<br />

Queta abrió los ojos y se en<strong>de</strong>rezó en <strong>la</strong> tina: Robertito se limpiaba unas gotas que habían<br />

salpicado su pantalón.<br />

—¿Cayo Mierda? —dijo Queta—. No te creo. ¿Está aquí en Lima?<br />

—Ha vuelto al Perú —dijo Robertito—. Resulta que tiene una casa en Chac<strong>la</strong>cayo con piscina<br />

y todo y unos perrazos que parecen tigres.<br />

—Mentira —dijo Queta, pero bajó <strong>la</strong> voz porque Robertito le hacía señas <strong>de</strong> que no hab<strong>la</strong>ra<br />

tan alto—. ¿De veras ha vuelto?<br />

—Una casa lindísima, en medio <strong>de</strong> un jardín enorme —dijo Robertito—. Yo no quería ir. Le<br />

dije a <strong>la</strong> señora es por gusto, se va a llevar un chasco y no me hizo caso. Pensando siempre en su<br />

negocio el<strong>la</strong>. Él tiene capital, él sabe que yo cumplo con mis socios, fuimos amigos. Pero nos trató<br />

como a dos pordioseros y nos botó. Tu ex, Quetita, el ex <strong>de</strong> tu ex. Qué perrito había sido.<br />

—¿Se va a quedar en el Perú? —dijo Queta—. ¿Ha vuelto para meterse <strong>de</strong> nuevo en política?<br />

—Dijo que había venido <strong>de</strong> paseo —encogió los hombros Robertito—. Figúrate cómo estará<br />

<strong>de</strong> forrado. Una casa así para venir <strong>de</strong> paseo. Vive en Estados Unidos. Está igualito, te digo. Viejo,<br />

feo y antipático.<br />

—¿No les preguntó nada <strong>de</strong>? —dijo Queta—. Les diría algo ¿no?<br />

—¿De <strong>la</strong> Musa? —dijo Robertito—. Un perrito te digo, Quetita. La señora le habló <strong>de</strong> el<strong>la</strong>,<br />

nos dio mucha pena lo que le pasó a <strong>la</strong> pobre, ya se habrá enterado. Y él ni se inmutó. A mí no<br />

tanta, dijo, yo sabía que <strong>la</strong> loca terminaría mal. Y entonces nos preguntó por ti, Quetita. Sí, sí. La<br />

pobre está en el hospital, figúrese. ¿Y qué crees que dijo?<br />

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