Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Y Ludovico, ése que ya le conté, el que me ensartó mandándome a Pucallpa, el que me<br />
reemp<strong>la</strong>zó como chofer <strong>de</strong> don Cayo, también lo llevaba todo el tiempo al bulín —dice Ambrosio—<br />
. No, niño, no era maricón.<br />
—No hubo drogas ni muchísimo menos, fue una equivocación que se ac<strong>la</strong>ró ahí mismo —dijo<br />
<strong>la</strong> Paqueta—. La policía <strong>de</strong>tuvo a uno que venía aquí <strong>de</strong> vez en cuando, traficaba cocaína parece, y<br />
a el<strong>la</strong> y a mí nos citaron como testigos. No sabíamos nada y nos soltaron.<br />
—¿Con quién andaba <strong>la</strong> Musa cuando trabajaba aquí? —dijo Santiago.<br />
—¿Qué amante tenía? —sus dientes montados y disparejos, Zavalita, sus ojos chismosos—.<br />
No tenía uno, sino varios.<br />
—Aunque no me dé los nombres —dijo Santiago—. Por lo menos, qué c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> tipos eran.<br />
—Tenía sus aventuras, pero no conozco los <strong>de</strong>talles, no era mi amiga —dijo <strong>la</strong> Paqueta—. Sé<br />
lo que todo el mundo, que se había dado a <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> vida y nada más.<br />
—¿No sabe si tenía familia aquí? —dijo Santiago—. ¿O alguna amiga que pudiera darnos<br />
más información sobre el<strong>la</strong>?<br />
—No creo que tuviera familia —dijo <strong>la</strong> Paqueta—. El<strong>la</strong> <strong>de</strong>cía que era peruana, pero algunos<br />
pensaban que era extranjera. Decían que su pasaporte <strong>de</strong> peruana se lo hizo dar quien se imaginan,<br />
cuando era su amante.<br />
—El señor Becerra quería algunas fotos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Musa, cuando cantaba aquí —dijo Santiago.<br />
—Se <strong>la</strong>s voy a dar, pero, por favor, no me mezclen en esto, no me nombren —dijo <strong>la</strong><br />
Paqueta—. Los ayudo con esa condición. Becerrita me ha prometido.<br />
—Y vamos a cumplir, señora —dijo Santiago—. ¿No conoce a nadie que pueda darnos más<br />
datos sobre el<strong>la</strong>? Es lo último, y <strong>la</strong> <strong>de</strong>jamos, tranqui<strong>la</strong>.<br />
—Cuando <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> cantar aquí no <strong>la</strong> vi más —<strong>la</strong> Paqueta suspiró, súbitamente adoptó un aire<br />
misterioso y <strong>de</strong><strong>la</strong>tor—. Pero se oían cosas <strong>de</strong> el<strong>la</strong>. Que se había ido a una casa <strong>de</strong> ésas. A mí no me<br />
consta. Sólo sé que vivió con una mujer <strong>de</strong> ma<strong>la</strong> fama, una que trabaja don<strong>de</strong> <strong>la</strong> francesa.<br />
—¿La Musa vivía con una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s mujeres <strong>de</strong> don<strong>de</strong> Ivonne? —dijo Santiago.<br />
—A <strong>la</strong> francesa sí <strong>la</strong> pue<strong>de</strong>n nombrar —se rió <strong>la</strong> Paqueta, y su voz dulzona se había<br />
empañado <strong>de</strong> odio—. Nómbren<strong>la</strong>, que <strong>la</strong> policía <strong>la</strong> cite a <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar. Esa vieja sabe muchas cosas.<br />
—¿Cómo se l<strong>la</strong>maba esa amiga con <strong>la</strong> que vivió? —dijo Santiago.<br />
—¿Queta? —dice Ambrosio, y unos segundos <strong>de</strong>spués, atontado—: ¿Queta, niño?<br />
—Si dicen que yo les di el dato me arruinan, <strong>la</strong> francesa es <strong>la</strong> peor enemiga que existe —<strong>la</strong><br />
Paqueta dulcificó <strong>la</strong> voz—. El nombre <strong>de</strong> veras no lo sé. Queta es su nombre <strong>de</strong> guerra.<br />
—¿Nunca <strong>la</strong> viste? —dice Santiago—. ¿Nunca se <strong>la</strong> oíste nombrar a Bermú<strong>de</strong>z?<br />
—Vivían juntas y <strong>de</strong>cían muchas cosas <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s —susurró <strong>la</strong> Paqueta, pestañeando—. Que<br />
eran más que amigas. A lo mejor eran chismes, c<strong>la</strong>ro.<br />
—Nunca <strong>la</strong> oí, nunca <strong>la</strong> vi —dice Ambrosio—. A mí no me iba a hab<strong>la</strong>r don Cayo <strong>de</strong> sus<br />
polil<strong>la</strong>s, yo era su chofer, niño.<br />
Salieron a <strong>la</strong> neblina, <strong>la</strong> humedad y <strong>la</strong> penumbra <strong>de</strong>l Porvenir; Darío cabeceaba. recostado<br />
sobre el vo<strong>la</strong>nte <strong>de</strong> <strong>la</strong> camioneta. Al encen<strong>de</strong>rse el motor, un perro <strong>la</strong>dró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> vereda<br />
lúgubremente.<br />
—Se había olvidado <strong>de</strong> <strong>la</strong> pichicata, <strong>de</strong> que <strong>la</strong> metieron presa con <strong>la</strong> Musa —se rió<br />
Periquito—. Qué gran conchuda ¿no?<br />
—Está feliz <strong>de</strong> que <strong>la</strong> hayan matado, se nota que <strong>la</strong> odiaba —dijo Santiago—. ¿Te fijaste,<br />
Periquito? Que era borracha, que había perdido <strong>la</strong> voz, que era tortillera.<br />
—Pero le sacaste buenos datos —dijo Periquito—. No te pue<strong>de</strong>s quejar.<br />
—Todo esto es basura —dijo Becerrita—. Hay que seguir escarbando hasta que salte <strong>la</strong> pus.<br />
183