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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

hora <strong>de</strong> que te pongas al corriente <strong>de</strong> todo. En cualquier momento yo me muero y entonces tú y el<br />

Chispas tendrán que sacar a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>la</strong> oficina. Tu padre te necesita, Santiago.<br />

No estaba enfurecido, ni esperanzado ni ansioso como otras veces, Zavalita. Estaba<br />

<strong>de</strong>primido, piensa, repetía <strong>la</strong>s frases <strong>de</strong> siempre por rutina o terquedad, como quien juega <strong>la</strong>s<br />

últimas reservas en una so<strong>la</strong> mano sabiendo que también ahora va a per<strong>de</strong>r. Tenía un brillo<br />

<strong>de</strong>scorazonado en los ojos y <strong>la</strong>s manos unidas sobre <strong>la</strong> manta.<br />

—Sólo te serviría <strong>de</strong> estorbo en <strong>la</strong> oficina, papá—dijo Santiago—. Sería un verda<strong>de</strong>ro<br />

problema para ti y para el Chispas. Sentiría que me están pagando un sueldo <strong>de</strong> favor. A<strong>de</strong>más, no<br />

hables <strong>de</strong> morirte. Tú mismo acabas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme que te sientes mucho mejor.<br />

Don Fermín estuvo cabizbajo unos segundos, luego alzó <strong>la</strong> cara y sonrió, empeñosamente:<br />

estaba bien, no quería fregarte más <strong>la</strong> paciencia con lo mismo, f<strong>la</strong>co. Piensa: sólo <strong>de</strong>cirte que me<br />

darías <strong>la</strong> alegría más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida si un día entras por esa puerta y me dices renuncié al<br />

periódico, papá. Pero se calló, porque había llegado <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>, ja<strong>la</strong>ndo un carrito con tostadas<br />

y tacitas <strong>de</strong> té. Vaya, por fin se había acabado el tele—teatro, y comenzó a hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> Popeye y <strong>la</strong><br />

Teté. Estaba preocupada, piensa, Popeye quería casarse el próximo año pero <strong>la</strong> Teté era una<br />

criatura, el<strong>la</strong> les aconsejaba esperen un tiempito más. La vieja <strong>de</strong> tu madre no quiere ser abue<strong>la</strong><br />

todavía, bromeaba don Fermín. ¿Y el Chispas y su enamorada, mamá? Ah Cary estaba muy bien,<br />

encantadora, vivía en <strong>la</strong> Punta hab<strong>la</strong>ba inglés. Y tan seriecita, tan formalita. Hab<strong>la</strong>ban <strong>de</strong> casarse el<br />

próximo año, también.<br />

—Menos mal que a pesar <strong>de</strong> tus locuras todavía no te ha dado por ahí —dijo cautelosamente<br />

<strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>—. Supongo que tú no estarás pensando en casarte ¿no?<br />

—Pero tendrás enamorada —dijo don Fermín—. Quién es, cuéntanos. No se lo diremos a <strong>la</strong><br />

Teté, para que no te vuelva loco.<br />

—No tengo, papá —dijo Santiago—. Pa<strong>la</strong>bra que no.<br />

—Pues <strong>de</strong>berías, qué esperas —dijo don Fermín—. No querrás quedarte solterón, como el<br />

pobre Clodomiro.<br />

—La Teté se casó unos meses <strong>de</strong>spués que yo —dice Santiago—. El Chispas, un año y pico<br />

<strong>de</strong>spués.<br />

YA SABÍA que vendría, pensó Queta. Pero le pareció increíble que se hubiera atrevido. Era<br />

medianoche pasada, no se podía dar un paso, Malvina estaba borracha y Robertito sudaba. Borrosas<br />

en <strong>la</strong> medialuz envenenada <strong>de</strong> humo y chachachá, <strong>la</strong>s parejas osci<strong>la</strong>ban en el sitio. De rato en rato,<br />

Queta distinguía en distintos puntos <strong>de</strong>l Bar o en el saloncito o en los cuartos <strong>de</strong> arriba los<br />

disforzados chillidos <strong>de</strong> Malvina. Él seguía en <strong>la</strong> puerta; gran<strong>de</strong> y asustado, con su f<strong>la</strong>mante terno<br />

marrón a rayas y su corbata roja, los ojos yendo y viniendo. Buscándote, pensó Queta, divertida.<br />

—La señora no permite negros —dijo Martha, a su <strong>la</strong>do—. Sácalo, Robertito.<br />

—Es el matón <strong>de</strong> Bermú<strong>de</strong>z —dijo Robertito—. Voy a ver. La señora dirá.<br />

—Sácalo sea quien sea —dijo Martha—. Esto se va a <strong>de</strong>sprestigiar. Sácalo.<br />

El muchachito con una sombra <strong>de</strong> bigote y chaleco <strong>de</strong> fantasía que <strong>la</strong> había sacado a bai<strong>la</strong>r<br />

tres veces seguidas sin dirigirle <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, volvió a acercarse a Queta y articuló con angustia<br />

¿subimos? Sí, dame para el cuarto y anda subiendo, era el doce, el<strong>la</strong> iría a pedir <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve. Se abrió<br />

paso entre <strong>la</strong> gente que bai<strong>la</strong>ba, llegó frente al sambo y vio sus ojos: ígneos, asustados. ¿Qué quería,<br />

quién lo había mandado aquí? Apartó <strong>la</strong> vista, volvió a mirar<strong>la</strong> y oyó apenas buenas noches.<br />

—La señora Hortensia —susurró él, con voz avergonzada, <strong>de</strong>sviando los ojos—. Que ha<br />

estado esperando que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mara.<br />

—He estado ocupada —no te mandó, no sabía mentir, viniste por mí—. Dile que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maré<br />

mañana.<br />

Dio media vuelta, subió, y, mientras le pedía <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve <strong>de</strong>l doce a Ivonne, pensaba se irá pero va<br />

a volver. La esperaría en <strong>la</strong> calle, un día <strong>la</strong> seguiría, por fin se atrevería y se le acercaría temb<strong>la</strong>ndo.<br />

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