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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
VII<br />
—ESTABA preso por haber robado o matado o porque le chantaron algo que hizo otro —dijo<br />
Ambrosio—. Ojalá se muera preso <strong>de</strong>cía <strong>la</strong> negra. Pero lo soltaron y ahí lo conocí. Lo vi sólo una<br />
vez en mi vida, don.<br />
—¿Les tomaron <strong>de</strong>c<strong>la</strong>raciones? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿Todos apristas? ¿Cuántos tenían<br />
antece<strong>de</strong>ntes?<br />
—Ojo que ahí viene —dijo Trifulcio—. Ojo que ahí baja.<br />
Era mediodía, el sol caía verticalmente sobre <strong>la</strong> arena, un gallinazo <strong>de</strong> ojos sangrientos y<br />
negro plumaje sobrevo<strong>la</strong>ba <strong>la</strong>s dunas inmóviles, <strong>de</strong>scendía en círculos cerrados, <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s plegadas, el<br />
pico dispuesto, un leve temblor centel<strong>la</strong>nte en el <strong>de</strong>sierto.<br />
—Quince estaban fichados —dijo el Prefecto—. Nueve apristas, tres comunistas, tres<br />
dudosos. Los otros once sin antece<strong>de</strong>ntes. No, don Cayo, no se les tomó <strong>de</strong>c<strong>la</strong>raciones todavía.<br />
¿Una iguana? Dos patitas enloquecidas, una minúscu<strong>la</strong> polvareda rectilínea, un hilo <strong>de</strong><br />
pólvora encendiéndose, una rampante flecha invisible. Dulcemente el ave rapaz aleteó a ras <strong>de</strong><br />
tierra, <strong>la</strong> atrapó con el pico, <strong>la</strong> elevó, <strong>la</strong> ejecutó mientras esca<strong>la</strong>ba el aire, metódicamente <strong>la</strong> <strong>de</strong>voró<br />
sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>r por el limpio, caluroso cielo <strong>de</strong>l verano, los ojos cerrados por dardos amarillos<br />
que el sol mandaba a su encuentro.<br />
—Que los interroguen <strong>de</strong> una vez —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿Los lesionados están mejor?<br />
—Conversamos como dos <strong>de</strong>sconocidos que no se tienen confianza —dice Ambrosio—. Una<br />
noche en Chincha, hace años. Des<strong>de</strong> entonces, nunca supe <strong>de</strong> él, niño.<br />
—A dos estudiantes hubo que internarlos en el Hospital <strong>de</strong> Policía, don Cayo —dijo el<br />
Prefecto—. Los guardias no tienen nada, apenas pequeñas contusiones.<br />
Seguía subiendo, digiriendo, obstinado y en tinieb<strong>la</strong>s, y cuando iba a disolverse en <strong>la</strong> luz<br />
extendió <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, trazó una gran curva majestuosa, una sombra sin forma, una pequeña mancha<br />
<strong>de</strong>sp<strong>la</strong>zándose sobre quietas arenas b<strong>la</strong>ncas y ondu<strong>la</strong>ntes, quietas arenas amaril<strong>la</strong>s: una<br />
circunferencia <strong>de</strong> piedra, muros, rejas, seres semi<strong>de</strong>snudos que apenas se movían o yacían a <strong>la</strong><br />
sombra <strong>de</strong> un saledizo reverberante <strong>de</strong> ca<strong>la</strong>mina, un jeep, estacas, palmeras, una banda <strong>de</strong> agua, una<br />
ancha avenida <strong>de</strong> agua, ranchos, casas, automóviles, p<strong>la</strong>zas con árboles.<br />
—Dejamos una compañía en San Marcos y estamos haciendo reparar <strong>la</strong> puerta que el tanque<br />
echó abajo —dijo el Prefecto—. También pusimos una sección en Medicina. Pero no ha habido<br />
ningún intento <strong>de</strong> manifestación ni nada, don Cayo.<br />
—Déjeme <strong>la</strong>s fichas ésas para mostrárse<strong>la</strong>s al Ministro —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z.<br />
Desplegó <strong>la</strong>s armoniosas a<strong>la</strong>s retintas, se inclinó, solemnemente giró y sobrevoló otra vez los<br />
árboles, <strong>la</strong> avenida <strong>de</strong> agua, <strong>la</strong>s quietas arenas, <strong>de</strong>scribió círculos pausados sobre <strong>la</strong> <strong>de</strong>slumbrante<br />
ca<strong>la</strong>mina, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> observar<strong>la</strong> <strong>de</strong>scendió un poco más, indiferente al murmullo, al vocerío<br />
codicioso al estratégico silencio que se sucedían en el rectángulo cerrado por muros y rejas, atenta<br />
sólo al rizado saledizo cuyos reflejos <strong>la</strong> alcanzaban, y siguió bajando ¿fascinada por esa orgía <strong>de</strong><br />
luces, borracha <strong>de</strong> brillos?<br />
—¿Tú diste <strong>la</strong> or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> tomar San Marcos? —dijo el coronel Espina—. ¿Tú? ¿Sin<br />
consultarme?<br />
—Un moreno canoso y enorme que caminaba como un mono —dijo Ambrosio—. Quería<br />
saber si había mujeres en Chincha, me sacó p<strong>la</strong>ta. No tengo buen recuerdo <strong>de</strong> él, don.<br />
—Antes <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> San Marcos cuéntame qué tal ese viaje —dijo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿Cómo van<br />
<strong>la</strong>s cosas por el Norte?<br />
A<strong>la</strong>rgó cautelosamente <strong>la</strong>s patitas grises, ¿comprobaba <strong>la</strong> resistencia, <strong>la</strong> temperatura, <strong>la</strong><br />
existencia <strong>de</strong> <strong>la</strong> ca<strong>la</strong>mina?, cerró <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, se posó, miró y adivinó y ya era tar<strong>de</strong>: <strong>la</strong>s piedras hundían<br />
sus plumas, rompían sus huesos, quebraban su pico, y unos sonidos metálicos brotaban mientras <strong>la</strong>s<br />
piedras volvían al patio rodando por <strong>la</strong> ca<strong>la</strong>mina.<br />
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