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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

tendió una mano mundana a Periquito y a Santiago. Miró <strong>la</strong> ban<strong>de</strong>ja, ¿Robertito no les había<br />

servido?, hizo un mohín <strong>de</strong> reproche, se inclinó y llenó los vasos diestramente, a medias y sin<br />

mucha espuma, se los alcanzó. Se sentó al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sillón, estiró el cuello, <strong>la</strong> piel se recogió en<br />

pequeños pliegues bajo sus ojos, cruzó <strong>la</strong>s piernas.<br />

—No me pongas esa cara <strong>de</strong> asombro —dijo Becerrita—. Ya sabes por qué vinimos,<br />

Madama.<br />

—No puedo creer que no quieras tomar nada —su acento extranjero, Zavalita, sus gestos<br />

afectados, su <strong>de</strong>senvoltura <strong>de</strong> matriarca suficiente—. Si tú eres borracho viejo, Becerrita.<br />

—Era, hasta que <strong>la</strong> úlcera me hizo trizas el estómago —dijo Becerrita—. Ahora sólo puedo<br />

tomar leche. De vaca.<br />

—Siempre el mismo —Ivonne se volvió hacia Santiago y Periquito—. Este viejo y yo somos<br />

hermanos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace siglos.<br />

—Un poco incestuosos, en una época —se rió Becerrita, y enca<strong>de</strong>nando, con el mismo tono<br />

<strong>de</strong> voz íntimo—. Haz <strong>de</strong> cuenta que fuera un cura y te estuvieras confesando. ¿Cuánto tiempo<br />

tuviste aquí a <strong>la</strong> Musa?<br />

—¿La Musa, aquí? —sonrió Ivonne—. Qué chistoso te ves <strong>de</strong> cura, Becerrita.<br />

—Ahora resulta que no tienes confianza en mí —Becerrita se sentó en el brazo <strong>de</strong>l sillón <strong>de</strong><br />

Ivonne—. Ahora resulta que me mientes.<br />

—Está usted loco, Padre —sonrió Ivonne y dio un golpecito a Becerrita en <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>—. Si<br />

hubiera trabajado aquí, te lo diría. Sacó un pañuelo <strong>de</strong> su manga, se limpió los ojos, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> sonreír.<br />

La conocía, por supuesto, algunas veces había venido aquí cuando era amiga <strong>de</strong>, bueno, Becerrita<br />

sabía <strong>de</strong> quién. Él <strong>la</strong> había traído algunas veces, en p<strong>la</strong>n <strong>de</strong> diversión, para que espiara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa<br />

ventanita que daba al bar. Pero, que Ivonne supiera, el<strong>la</strong> nunca había trabajado en ninguna casa.<br />

Volvió a reírse, con elegancia. Sus arruguitas en los ojos, en el cuello, piensa, su odio: <strong>la</strong> pobre<br />

trabajaba en <strong>la</strong> calle, como <strong>la</strong>s perritas.<br />

—Se nota que <strong>la</strong> querías mucho, Madama –gruñó Becerrita.<br />

—Cuando era querida <strong>de</strong> Bermú<strong>de</strong>z miraba a todo el mundo por sobre el hombro —suspiró<br />

Ivonne—. Hasta a mí me prohibió que fuera a su casa. Por eso nadie <strong>la</strong> ayudó cuando perdió todo.<br />

Y lo perdió por su culpa. Por el trago y <strong>la</strong>s drogas.<br />

—Estás encantada <strong>de</strong> que se <strong>la</strong> cargaran –sonrió Becerrita—. Qué sentimientos, Madama.<br />

—Cuando leí los periódicos me dio pena, esos crímenes siempre dan pena —dijo Ivonne—.<br />

Sobre todo <strong>la</strong>s fotos, ver cómo vivía. Si quieres <strong>de</strong>cir que trabajó aquí, yo encantada. Propaganda<br />

para el establecimiento.<br />

—Te sientes archisegura, Madama —dijo Becerrita, con una <strong>de</strong>steñida sonrisa—. Debes<br />

haber encontrado un protector tan bueno como Cayo Bermú<strong>de</strong>z.<br />

—Calumnias, Bermú<strong>de</strong>z nunca tuvo que ver nada con <strong>la</strong> casa —dijo Ivonne—. Era un cliente<br />

como cualquier otro.<br />

—Volvamos a <strong>la</strong> bacinica que estamos manchando el suelo —dijo Becerrita—. No trabajó<br />

aquí, okey. Llámame a <strong>la</strong> que vivía con el<strong>la</strong>. Que nos dé algunos datos y te <strong>de</strong>jo en paz.<br />

—¿La que vivía con el<strong>la</strong>? —cambió <strong>de</strong> cara, Carlitos, perdió toda <strong>la</strong> cancha, se puso lívida—<br />

¿Una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s chicas vivía con el<strong>la</strong>?<br />

—Ah, <strong>la</strong> policía no se enteró todavía —Becerrita se rascó el bigotito y se pasó <strong>la</strong> lengua por<br />

los <strong>la</strong>bios, con avi<strong>de</strong>z—. Pero se va a enterar tar<strong>de</strong> o temprano y vendrán a interrogar<strong>la</strong>s a ti y a <strong>la</strong><br />

tal Queta. Prepárate, Madama.<br />

—¿Con Queta? —se le vino abajo el mundo, Carlitos—. Pero qué me dices, Becerrita.<br />

—Se cambian <strong>de</strong> nombre todos los días y uno <strong>la</strong>s confun<strong>de</strong>, ¿cuál es? —murmuró Becerrita—<br />

. No te preocupes, no somos policías. Lláma<strong>la</strong>. Una conversación confi<strong>de</strong>ncial, nada más.<br />

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