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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

Hortensia: no quería nada con el<strong>la</strong>; te l<strong>la</strong>maba a ti Quetita, a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> basureaba y sólo pregunta por ti.<br />

Si fueran mudas, pensó, y empuñó <strong>de</strong>cidido <strong>la</strong> tijera, un solo tajo silencioso, taj, y vio <strong>la</strong>s dos<br />

lenguas cayendo al suelo. Las tenía a sus pies, dos animalitos chatos y rojos que agonizaban<br />

manchando <strong>la</strong> alfombra. En su oscuro refugio se rió y Queta que seguía en el umbral como<br />

esperando una or<strong>de</strong>n, también se rió: el<strong>la</strong> no quería nada con cayito mierda, cho<strong>la</strong>, ¿no quería irse,<br />

no se iba a <strong>la</strong>rgar? Que se fuera nomás, no lo necesitaban y él con infinita angustia pensó: no está<br />

borracha, el<strong>la</strong> no. Hab<strong>la</strong>ba como una mediocre actriz que a<strong>de</strong>más ha comenzado a per<strong>de</strong>r <strong>la</strong><br />

memoria y recita <strong>de</strong>spacio, miedosa <strong>de</strong> olvidar el papel. A<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, señora Heredia, murmuró,<br />

sintiendo una invencible <strong>de</strong>cepción, una ira que le turbaba <strong>la</strong> voz. La vio moverse, avanzar<br />

simu<strong>la</strong>ndo inseguridad, y oyó a Hortensia ¿lo oíste, tú conoces a esa mujer, Quetita? Queta se había<br />

sentado junto a Hortensia, ninguna miraba hacia su rincón y él suspiró. No lo necesitaban, cho<strong>la</strong>,<br />

que se fuera don<strong>de</strong> esa mujer: por qué fingía, por qué hab<strong>la</strong>ba, táj.<br />

No movía <strong>la</strong> cara, sólo sus ojos giraban <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama al espejo <strong>de</strong>l closet al <strong>de</strong> <strong>la</strong> pared a <strong>la</strong> cama<br />

y sentía el cuerpo endurecido y todo los nervios alertas como si <strong>de</strong> los almohadones <strong>de</strong>l silloncito<br />

pudieran brotar <strong>de</strong> pronto c<strong>la</strong>vos. El<strong>la</strong>s ya habían comenzado a <strong>de</strong>snudarse una a <strong>la</strong> otra y a <strong>la</strong> vez se<br />

acariciaban, pero sus movimientos eran <strong>de</strong>masiado vehementes para ser ciertos, sus abrazos<br />

<strong>de</strong>masiado rápidos o lentos o estrechos, y <strong>de</strong>masiada súbita <strong>la</strong> furia conque sus bocas se embestían y<br />

él <strong>la</strong>s mato si, <strong>la</strong>s mataba si. Pero no se reían: se habían tendido, entreverado, todavía a medio<br />

<strong>de</strong>snudar, al fin cal<strong>la</strong>das, besándose, sus cuerpos frotándose con una <strong>de</strong>morada lentitud. Sintió que<br />

su furia disminuía, <strong>la</strong>s manos mojadas <strong>de</strong> sudor, <strong>la</strong> presencia amarga <strong>de</strong> <strong>la</strong> saliva en <strong>la</strong> boca. Ahora<br />

estaban quietas, presas en el espejo <strong>de</strong>l tocador, una mano sobre los imperdibles <strong>de</strong> un sostén, unos<br />

<strong>de</strong>dos estirándose bajo una enagua, una rodil<strong>la</strong> acuñada entre dos muslos. Esperaba, tenso, los codos<br />

ap<strong>la</strong>stados contra los brazos <strong>de</strong>l sillón. No se reían, sí se habían olvidado <strong>de</strong> él, no miraban hacia su<br />

rincón y tragó <strong>la</strong> saliva. Pareció que <strong>de</strong>spertaban, que <strong>de</strong> pronto fueran más, y sus ojos iban<br />

rápidamente <strong>de</strong> un espejo a otro espejo y a <strong>la</strong> cama para no per<strong>de</strong>r a ninguna <strong>de</strong> <strong>la</strong>s figuril<strong>la</strong>s<br />

diligentes, sueltas, hábiles que <strong>de</strong>sabotonaban un tirante, enrol<strong>la</strong>ban una media, <strong>de</strong>slizaban un<br />

calzón, y se ayudaban y ja<strong>la</strong>ban y no hab<strong>la</strong>ban. Las prendas iban cayendo a <strong>la</strong> alfombra y una o<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />

impaciencia y <strong>de</strong> calor llegó hasta su rincón. Ya estaban <strong>de</strong>snudas y vio a Queta, arrodil<strong>la</strong>da,<br />

<strong>de</strong>jándose caer b<strong>la</strong>ndamente sobre Hortensia hasta cubrir<strong>la</strong> casi enteramente con su gran cuerpo<br />

moreno, pero saltando <strong>de</strong>l techo al cubrecama al closet todavía alcanzaba a divisar<strong>la</strong> fragmentada<br />

bajo <strong>la</strong> sólida sombra tendida sobre el<strong>la</strong>: un pedazo <strong>de</strong> nalga b<strong>la</strong>nca, un pecho b<strong>la</strong>nco, un pie<br />

b<strong>la</strong>nquísimo, unos talones, y sus cabellos negros entre los alborotados rojizos <strong>de</strong> Queta, que había<br />

empezado a mecerse. Las oía respirar, ja<strong>de</strong>ar, sentía el suavísimo crujido <strong>de</strong> los resortes, y vio <strong>la</strong>s<br />

piernas <strong>de</strong> Hortensia <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>de</strong> Queta y elevarse y posarse sobre el<strong>la</strong>s, vio el brillo<br />

creciente <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pieles y ahora podía también oler. Sólo <strong>la</strong>s cinturas y nalgas se movían, en un<br />

movimiento profundo y circu<strong>la</strong>r, en tanto que <strong>la</strong> parte superior <strong>de</strong> sus cuerpos permanecían soldados<br />

e inmóviles. Tenía <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong> nariz muy abiertas y aun así faltaba aire; cerró y abrió los<br />

ojos, aspiró por <strong>la</strong> boca con fuerza y le parecía que olía a sangre manando, a pus; a carne en<br />

<strong>de</strong>scomposición, y oyó un ruido y miró. Queta estaba ahora <strong>de</strong> espaldas y Hortensia se veía<br />

pequeñita y b<strong>la</strong>nca, ovil<strong>la</strong>da, su cabeza inclinándose con los <strong>la</strong>bios entreabiertos y húmedos entre<br />

<strong>la</strong>s piernas oscuras viriles que se abrían. Vio <strong>de</strong>saparecer su boca, sus ojos cerrados que apenas<br />

sobresalían <strong>de</strong> <strong>la</strong> mata <strong>de</strong> vellos negros y sus manos <strong>de</strong>sabotonaban su camisa, arrancaban <strong>la</strong><br />

camiseta, bajaban su pantalón, y ja<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> correa con furia. Fue hacia <strong>la</strong> cama con <strong>la</strong> correa en alto,<br />

sin pensar, sin ver, los ojos fijos en <strong>la</strong> oscuridad <strong>de</strong>l fondo, pero sólo llegó a golpear una vez: unas<br />

cabezas que se levantaban, unas manos que se prendían <strong>de</strong> <strong>la</strong> correa, ja<strong>la</strong>ban y lo arrastraban. Oyó<br />

una lisura, oyó su propia risa. Trató <strong>de</strong> separar los dos cuerpos que se rebe<strong>la</strong>ban contra él y se sentía<br />

empujado, ap<strong>la</strong>stado, sudado, en un remolino ciego y sofocante, y oía los <strong>la</strong>tidos <strong>de</strong> su corazón: Un<br />

instante <strong>de</strong>spués sintió el agujazo en <strong>la</strong>s sienes y como un golpe en el vacío. Quedó un momento<br />

inmóvil, respirando hondo, y luego se apartó <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s, <strong>la</strong><strong>de</strong>ando el cuerpo, con un disgusto que<br />

sentía crecer cancerosamente. Permaneció tendido, los ojos cerrados, envuelto en una modorra<br />

confusa, sintiendo oscuramente que el<strong>la</strong>s volvían a mecerse y a ja<strong>de</strong>ar.<br />

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