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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

X<br />

LA POLICÍA había arrancado los cartelones <strong>de</strong> <strong>la</strong> fachada <strong>de</strong> San Marcos, borrado los vivas a<br />

<strong>la</strong> huelga y los mueras a Odría. No se veían estudiantes en el parque Universitario. Había guardias<br />

apiñados frente a <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> <strong>de</strong> los próceres, dos patrulleros en <strong>la</strong> esquina <strong>de</strong> Azángaro, tropa <strong>de</strong><br />

asalto en los corralones vecinos. Santiago recorrió <strong>la</strong> Colmena, <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za San Martín. En el Jirón <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> Unión cada veinte metros aparecía un guardia impávido entre los transeúntes, <strong>la</strong> metralleta bajo el<br />

brazo, <strong>la</strong> máscara contra gases a <strong>la</strong> espalda, un racimo <strong>de</strong> granadas <strong>la</strong>crimógenas en <strong>la</strong> cintura. La<br />

gente que salía <strong>de</strong> <strong>la</strong>s oficinas, los vagos y los donjuanes los miraban con apatía o con curiosidad,<br />

pero sin temor. También en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za <strong>de</strong> Armas había patrulleros, y ante <strong>la</strong>s rejas <strong>de</strong> Pa<strong>la</strong>cio, a<strong>de</strong>más<br />

<strong>de</strong> los centine<strong>la</strong>s <strong>de</strong> uniformes negros y rojos, se veían soldados encasquetados. Pero al otro <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l<br />

puente, en el Rímac, no había siquiera agentes <strong>de</strong> tránsito. Muchachos con caras <strong>de</strong> matones,<br />

matones con caras <strong>de</strong> tuberculosos fumaban bajo los rancios faroles <strong>de</strong> Francisco Pizarro, y<br />

Santiago avanzó entre cantinas que escupían borrachitos tambaleantes y los mendigos, <strong>la</strong>s criaturas<br />

<strong>de</strong>sarrapadas y los perros sin dueño <strong>de</strong> otras veces. El hotel Mogollón era apretado y <strong>la</strong>rgo como <strong>la</strong><br />

callejue<strong>la</strong> sin asfalto don<strong>de</strong> estaba. No había nadie en el nicho que hacía <strong>de</strong> recepción, el<br />

corredorcito y <strong>la</strong> escalera se hal<strong>la</strong>ban a oscuras. En el segundo piso, cuatro varil<strong>la</strong>s doradas<br />

enmarcaban <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l cuarto, más pequeña que su vano. Dio los tres golpecitos <strong>de</strong> contraseña y<br />

empujó: <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> Washington, un catre con una frazada, una almohada sin funda, dos sil<strong>la</strong>s, una<br />

bacinica.<br />

—El centro está lleno <strong>de</strong> policías —dijo Santiago—. Se esperan otra manifestación relámpago<br />

esta noche.<br />

—Una ma<strong>la</strong> noticia, lo cogieron al cholo Martínez al salir <strong>de</strong> Ingeniería —dijo Washington;<br />

estaba <strong>de</strong>macrado y ojeroso, así tan serio parecía otra persona—. Su familia fue a <strong>la</strong> Prefectura, pero<br />

no pudo verlo.<br />

De los tablones <strong>de</strong>l techo pendían te<strong>la</strong>rañas, el único foco estaba muy alto y <strong>la</strong> luz era sucia.<br />

—Ahora los apristas no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>cir que sólo ellos caen —dijo Santiago; sonrió, confuso.<br />

—Tenemos que cambiar <strong>de</strong> sitio —dijo Washington—. Incluso <strong>la</strong> reunión <strong>de</strong> esta noche es<br />

peligrosa.<br />

—¿Crees que si le pegan va a hab<strong>la</strong>r? —lo tenían amarrado y una silueta retaca y maciza<br />

tomaba impulso y golpeaba, <strong>la</strong> cara <strong>de</strong>l cholo se contraía en una mueca, su boca aul<strong>la</strong>ba.<br />

—Nunca se sabe —Washington alzó los hombros y bajó los ojos, un instante—. A<strong>de</strong>más, no<br />

le tengo confianza al tipo <strong>de</strong>l hotel. Esta tar<strong>de</strong> me pidió mis papeles otra vez. L<strong>la</strong>que va a venir y no<br />

he podido avisarle lo <strong>de</strong> Martínez.<br />

—Lo mejor será tomar un acuerdo rápido y salir <strong>de</strong> aquí —Santiago sacó un cigarrillo y lo<br />

encendió; dio varias pitadas y luego volvió a sacar <strong>la</strong> cajetil<strong>la</strong> y se <strong>la</strong> alcanzó a Washington—. ¿Se<br />

reúne siempre <strong>la</strong> Fe<strong>de</strong>ración esta noche?<br />

—Lo que queda <strong>de</strong> <strong>la</strong> Fe<strong>de</strong>ración, hay doce <strong>de</strong>legados fuera <strong>de</strong> combate —dijo Washington—<br />

. En principio sí, a <strong>la</strong>s diez, en Medicina.<br />

—Nos van a caer ahí <strong>de</strong> todas maneras —dijo Santiago.<br />

—Pue<strong>de</strong> que no, el gobierno <strong>de</strong>be saber que esta noche probablemente se levantará <strong>la</strong> huelga<br />

y <strong>de</strong>jará que nos reunamos —dijo Washington—. Los in<strong>de</strong>pendientes se han asustado y quieren dar<br />

marcha atrás. Parece que los apristas también.<br />

—¿Qué vamos a hacer nosotros? —dijo Santiago.<br />

—Es lo que hay que <strong>de</strong>cidir ahora —dijo Washington—. Mira, noticias <strong>de</strong>l Cuzco y <strong>de</strong><br />

Arequipa. Allá <strong>la</strong>s cosas andan todavía peor que aquí.<br />

Santiago se acercó al catre, cogió dos cartas. La primera venía <strong>de</strong>l Cuzco, una letra fibrosa y<br />

erecta <strong>de</strong> mujer <strong>la</strong> firma era un garabato con rombos. La célu<strong>la</strong> había hecho contacto con los<br />

apristas para discutir <strong>la</strong> huelga <strong>de</strong> solidaridad, pero se a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntó <strong>la</strong> policía, camaradas, ocupó <strong>la</strong><br />

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