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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

canturreando, y lo odiaba: escupía en su <strong>de</strong>sayuno, echaba pelos en su sopa, en sueños lo hacía<br />

triturar por trenes.<br />

Una mañana, al volver <strong>de</strong> <strong>la</strong> bo<strong>de</strong>ga, encontró a <strong>la</strong> señora y a <strong>la</strong> señorita que salían, en<br />

pantalones, con bolsas. Iban al baño turco, no volverían a almorzar, que le comprara una cerveza al<br />

señor al mediodía. Partieron y al ratito Amalia sintió pasos; ya se <strong>de</strong>spertó, querría su <strong>de</strong>sayuno.<br />

Subió y el señor Lucas, con saco y corbata, estaba metiendo apurado sus ropas en una maleta. Se<br />

iba <strong>de</strong> viaje a provincias, Amalia, cantaría en teatros, volvería el próximo lunes, y hab<strong>la</strong>ba como si<br />

ya estuviera viajando, cantando. Le entregas esta cartita a Hortensia, Amalia, y ahora llámame un<br />

taxi. Amalia lo miraba boquiabierta. Por fin salió <strong>de</strong>l cuarto, sin <strong>de</strong>cir nada. Consiguió un taxi, bajó<br />

<strong>la</strong> maleta <strong>de</strong>l señor, adiós Amalia, hasta el lunes. Entró a <strong>la</strong> casa y se sentó en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, agitada. Si<br />

siquiera estuvieran aquí doña Símu<strong>la</strong> y Carlota cuando le diera <strong>la</strong> noticia a <strong>la</strong> señora. No pudo hacer<br />

nada toda <strong>la</strong> mañana, sólo mirar el reloj y pensar. Eran <strong>la</strong>s cinco cuando el carrito <strong>de</strong> <strong>la</strong> señorita<br />

Queta paró en <strong>la</strong> puerta. La cara pegada a <strong>la</strong> cortina <strong>la</strong>s vio acercarse, muy frescas, muy jóvenes,<br />

como si en el baño turco no hubieran perdido peso sino años, y abrió <strong>la</strong> puerta y le comenzaron a<br />

temb<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s piernas. Entra, cho<strong>la</strong>, dijo <strong>la</strong> señora, tómate un cafecito, y entraron y tiraron al sofá <strong>la</strong>s<br />

bolsas. Qué pasaba, Amalia. El señor se había ido <strong>de</strong> viaje, señora, y el corazón le <strong>la</strong>tió fuerte, le<br />

había <strong>de</strong>jado una cartita arriba. No cambió <strong>de</strong> color, no se movió. La miraba muy quieta, muy seria,<br />

por fin le tembló un poquito <strong>la</strong> boca. ¿De viaje?, ¿Lucas <strong>de</strong> viaje?, y antes que Amalia contestara<br />

dio media vuelta y subió <strong>la</strong>s escaleras, seguida por <strong>la</strong> señorita Queta. Amalia trataba <strong>de</strong> oír. No se<br />

había puesto a llorar, o lloraría cal<strong>la</strong>dita.<br />

Oyó un rumor, un trajín, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> <strong>la</strong> señorita: ¡Amalia! El closet estaba abierto <strong>de</strong> par en par,<br />

<strong>la</strong> señora sentada en <strong>la</strong> cama. ¿No es cierto que dijo que volvía, Amalia?, <strong>la</strong> fulminó <strong>la</strong> señorita con<br />

los ojos. Sí señorita, y no se atrevía a mirar a <strong>la</strong> señora, el lunes volvía y se daba cuenta que<br />

tartamu<strong>de</strong>aba. Quiso pegarse una escapada con alguna, dijo <strong>la</strong> señorita, se sentía amarrado con tus<br />

celos cho<strong>la</strong>, vendría el lunes a pedir perdón. Por favor, Queta, dijo <strong>la</strong> señora, no te hagas <strong>la</strong> idiota.<br />

Mil veces mejor que se <strong>la</strong>rgara, gritó <strong>la</strong> señorita, te libraste <strong>de</strong> un vampiro, y <strong>la</strong> señora <strong>la</strong> calmó con<br />

<strong>la</strong> mano: <strong>la</strong> cómoda, Quetita, el<strong>la</strong> no se atrevía a mirar. Sollozó, se tapó <strong>la</strong> cara, y <strong>la</strong> señorita Queta<br />

ya había corrido y abría cajones, revolvía, tiraba cartas, frascos y l<strong>la</strong>ves al suelo, ¿viste que se<br />

llevaba <strong>la</strong> cajita roja, Amalia?, y Amalia recogía gateando, ay Jesús, ay señorita, ¿no viste que se<br />

llevaba <strong>la</strong>s joyas <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora? Eso sí que no, l<strong>la</strong>marían a <strong>la</strong> policía, no te iba a robar cho<strong>la</strong>, lo harían<br />

meter preso, <strong>la</strong>s <strong>de</strong>volvería. La señora lloraba a gritos y <strong>la</strong> señorita mandó a Amalia a preparar un<br />

café bien caliente. Cuando volvía con <strong>la</strong> ban<strong>de</strong>ja, temb<strong>la</strong>ndo, <strong>la</strong> señorita estaba hab<strong>la</strong>ndo por<br />

teléfono: usted conoce gente, señora Ivonne, que lo buscaran, que lo pescaran. La señora estuvo<br />

toda <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> en su cuarto, conversando con <strong>la</strong> señorita, y al anochecer vino <strong>la</strong> señora Ivonne. Al día<br />

siguiente se presentaron dos tipos <strong>de</strong> <strong>la</strong> policía y uno era Ludovico.<br />

Se hizo el que no conocía a Amalia. Los dos le hacían preguntas y preguntas sobre el señor<br />

Lucas y al final tranquilizaron a <strong>la</strong> señora: recuperaría sus joyas, era cuestión <strong>de</strong> unos días.<br />

Fueron unos días tristes. Antes <strong>la</strong>s cosas iban mal pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces todo fue peor, pensaría<br />

Amalia <strong>de</strong>spués. La señora estaba en cama, pálida, <strong>de</strong>speinada y sólo tomaba sopitas. Al tercer día<br />

<strong>la</strong> señorita Queta se fue. ¿Quiere que suba mi colchón a su cuarto, señora? No, Amalia, duerme en<br />

el tuyo nomás. Pero Amalia se quedó en el sofá <strong>de</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, envuelta en su frazada.<br />

En <strong>la</strong> oscuridad, sentía su cara húmeda. Odiaba a Trinidad, a Ambrosio, a todos. Cabeceaba y<br />

se <strong>de</strong>spertaba, tenía pena, tenía miedo, y en una <strong>de</strong> ésas vio luz en el pasillo. Subió, pegó el oído a <strong>la</strong><br />

puerta, no se oía nada, y abrió. La señora estaba tumbada en <strong>la</strong> cama, sin taparse, los ojos abiertos:<br />

¿<strong>la</strong> estaba l<strong>la</strong>mando, señora? Se acercó, vio el vaso caído, los ojos en b<strong>la</strong>nco <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora. Corrió a<br />

<strong>la</strong> calle, gritando. Se había matado, y tocaba el timbre <strong>de</strong>l <strong>la</strong>do, se había matado, y pateaba <strong>la</strong> puerta.<br />

Vino un hombre en bata, una mujer, le daban cachetadas a <strong>la</strong> señora, le apretaban el estómago,<br />

querían que vomitara, telefoneaban. La ambu<strong>la</strong>ncia llegó ya casi <strong>de</strong> día. La señora estuvo una<br />

semana en el Hospital Loayza.<br />

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