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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

V<br />

REGRESARON <strong>de</strong> Huacachina a Lima directamente, en el auto <strong>de</strong> una pareja <strong>de</strong> recién<br />

casados. La señora Lucía los recibió con suspiros en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> <strong>la</strong> pensión, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> abrazar a<br />

Ana se llevó a los ojos el ruedo <strong>de</strong>l mandil. Había puesto flores en el cuartito, <strong>la</strong>vado <strong>la</strong>s cortinas y<br />

cambiado <strong>la</strong>s sábanas, y comprado una botellita <strong>de</strong> oporto para brindar por su felicidad. Cuando<br />

Ana empezaba a vaciar <strong>la</strong>s maletas, l<strong>la</strong>mó aparte a Santiago y le entregó un sobre con una sonrisita<br />

misteriosa: <strong>la</strong> había traído anteayer su hermanita. La letra miraflorina <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté, Zavalita, ¡bandido<br />

nos enteramos que te casaste!, su sintaxis gótica, y qué tal raza por el periódico. Todos estaban<br />

furiosos contigo (no te lo creas supersabio) y locos por conocer a mi cuñada. Que vinieran a <strong>la</strong> casa<br />

vo<strong>la</strong>ndo, iban a buscarte mañana y tar<strong>de</strong> porque se morían por conocer<strong>la</strong>. Qué loco eras,<br />

supersabio, y mil besos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté.<br />

—No te pongas tan pálido —se rió Ana—. Qué tiene que se hayan enterado, ¿acaso íbamos a<br />

estar casados en secreto?<br />

—No es eso —dijo Santiago. Es que, bueno, tienes razón, soy un tonto.<br />

—C<strong>la</strong>ro que eres —volvió a reírse Ana—. Llámalos <strong>de</strong> una vez, o si quieres vamos a verlos<br />

<strong>de</strong> frente. Ni que fueran ogros, amor.<br />

—Sí, mejor <strong>de</strong> una vez —dijo Santiago—. Les diré que iremos esta noche.<br />

Con un cosquilleo <strong>de</strong> lombrices en el cuerpo bajó a l<strong>la</strong>mar por teléfono y apenas dijo ¿aló?<br />

oyó el grito victorioso <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté: ¡ahí estaba el supersabio, papá!<br />

Ahí estaba su voz que se rebalsaba, ¡pero cómo habías hecho eso, loco!, su euforia, ¿<strong>de</strong> veras<br />

te habías casado?, su curiosidad, ¿con quién, loco?, su impaciencia, cuándo y cómo y dón<strong>de</strong>, su<br />

risita, pero por qué ni les dijiste que tenias enamorada, sus preguntas, ¿te habías robado a mi<br />

cuñada, se habían casado escapándose, era el<strong>la</strong> menor <strong>de</strong> edad? Cuenta, cuenta, hombre.<br />

—Primero déjame hab<strong>la</strong>r —dijo Santiago—. No puedo contestarte todo eso a <strong>la</strong> vez.<br />

—¿Se l<strong>la</strong>ma Ana? —estalló <strong>de</strong> nuevo <strong>la</strong> Teté—. ¿Cómo es, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> es, cómo se apellida,<br />

yo <strong>la</strong> conozco, qué edad tiene?<br />

—Mira, mejor le preguntas todo eso a el<strong>la</strong> —dijo Santiago—. ¿Van a estar a <strong>la</strong> noche en <strong>la</strong><br />

casa?<br />

—Por qué esta noche, idiota —gritó <strong>la</strong> Teté—. Vengan ahorita. ¿No ves que nos morimos <strong>de</strong><br />

curiosidad?<br />

—Iremos a eso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s siete —dijo Santiago—. A comer, okey. Chau, Teté.<br />

Se había arreg<strong>la</strong>do para esa visita más que para el matrimonio, Zavalita. Había ido a peinarse<br />

a una peluquería, pedido a doña Lucía que <strong>la</strong> ayudara a p<strong>la</strong>nchar una blusa, se había probado todos<br />

sus vestidos y zapatos y mirado y remirado en el espejo y <strong>de</strong>morado una hora en pintarse <strong>la</strong> boca y<br />

<strong>la</strong>s uñas. Piensa: pobre f<strong>la</strong>quita. Había estado muy segura toda <strong>la</strong> tar<strong>de</strong>, mientras cotejaba y <strong>de</strong>cidía<br />

su vestuario, muy risueña haciéndote preguntas sobre don Fermín y <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> y el Chispas y <strong>la</strong><br />

Teté, pero al atar<strong>de</strong>cer, cuando paseaba <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> Santiago, ¿cómo le quedaba esto amor, le caía<br />

esto otro amor?, ya su locuacidad era excesiva, su <strong>de</strong>senvoltura <strong>de</strong>masiado artificial y había esas<br />

chispitas <strong>de</strong> angustia en sus ojos. En el taxi, camino a Miraflores, había estado muda y seria, con <strong>la</strong><br />

inquietud estampada en <strong>la</strong> boca.<br />

—¿Me van a mirar como a un marciano, no? —dijo <strong>de</strong> pronto.<br />

—Como a una marciana, más bien —dijo Santiago—. Qué te importa.<br />

Sí le importó, Zavalita. Al tocar el timbre <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa, <strong>la</strong> sintió buscar su brazo, <strong>la</strong> vio<br />

protegerse el peinado con <strong>la</strong> mano libre. Era absurdo, qué hacían aquí, por qué tenían que pasar ese<br />

examen: habías sentido furia, Zavalita. Ahí estaba <strong>la</strong> Teté, vestida <strong>de</strong> fiesta en el umbral, saltando.<br />

Besó a Santiago, abrazó y besó a Ana, <strong>de</strong>cía cosas, daba grititos, y ahí estaban los ojitos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté,<br />

como un minuto <strong>de</strong>spués los ojitos <strong>de</strong>l Chispas y los ojos <strong>de</strong> los papás, buscándo<strong>la</strong>, trepanándo<strong>la</strong>,<br />

autopsiándo<strong>la</strong>. Entre <strong>la</strong>s risas, chillidos y abrazos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté, ahí estaban ese par <strong>de</strong> ojos. La Teté<br />

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