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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Ni siquiera cuando el <strong>de</strong>sgraciado <strong>de</strong> Bermú<strong>de</strong>z lo perseguía fuiste, ni siquiera en su<br />
cumpleaños lo l<strong>la</strong>maste —dijo <strong>la</strong> Teté—. Qué <strong>de</strong>sgraciado eres, supersabio.<br />
—Estás loco si crees que el viejo te va a ir a llorar —dijo el Chispas—. Te <strong>la</strong>rgaste <strong>de</strong> puro<br />
loco y los viejos están resentidos con toda razón. El que tiene que ir a pedirles perdón eres tú,<br />
conchudo.<br />
—¿Vamos a seguir hab<strong>la</strong>ndo todas <strong>la</strong>s veces <strong>de</strong> lo mismo? —dijo Santiago. Cambien <strong>de</strong> tema,<br />
por favor. ¿Cuándo te casas con Popeye, Teté?<br />
—Qué te pasa, idiota —dijo <strong>la</strong> Teté. Ni siquiera estoy con él. Sólo es un amigo.<br />
—Leche <strong>de</strong> magnesia y un polvo cada semana, Zavalita —dijo Carlitos—. Con el estómago<br />
limpio y <strong>la</strong> paloma al día no hay angustia que resista. Una receta infalible, Zavalita.<br />
EN <strong>la</strong> casa, Carlota vino a su encuentro, atolondrada: el señor ya no era Ministro, lo estaba<br />
diciendo <strong>la</strong> radio, lo habían cambiado por un militar. ¿Ah, sí?, disimu<strong>la</strong>ba Amalia poniendo los<br />
panes en <strong>la</strong> panera, ¿y <strong>la</strong> señora? Estaba enojadísima, Símu<strong>la</strong> acababa <strong>de</strong> subirle los periódicos y<br />
había dicho unas lisuras que se oyeron hasta aquí. Amalia le llevó <strong>la</strong> jarrita <strong>de</strong> café, el jugo <strong>de</strong><br />
naranja y <strong>la</strong>s tostadas, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> escalera oyó el tic—tac <strong>de</strong> Radio Reloj. La señora estaba a medio<br />
vestir, los periódicos regados por <strong>la</strong> cama <strong>de</strong>shecha, en vez <strong>de</strong> contestarle los buenos días le or<strong>de</strong>nó<br />
sólo café puro, con una cólera. Le alcanzó <strong>la</strong> taza, <strong>la</strong> señora tomó un traguito y puso <strong>la</strong> taza <strong>de</strong><br />
nuevo en <strong>la</strong> ban<strong>de</strong>ja. Amalia <strong>la</strong> seguía <strong>de</strong>l closet al cuarto <strong>de</strong> baño al tocador, para que tomara su<br />
café mientras se vestía, veía <strong>la</strong> mano que le temb<strong>la</strong>ba tanto, <strong>la</strong> raya <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cejas se le torcía, y el<strong>la</strong><br />
temb<strong>la</strong>ba también, oyéndo<strong>la</strong>: esos ingratos, si no fuera por el señor a Odría y a esos <strong>la</strong>drones hacía<br />
rato que se los habría cargado <strong>la</strong> trampa. Ahora quería ver qué harían sin él esos sinvergüenzas, el<br />
lápiz <strong>de</strong> <strong>la</strong>bios se le escapó <strong>de</strong> <strong>la</strong>s manos, <strong>de</strong>rramó el café dos veces, sin él no durarían ni un mes.<br />
Salió <strong>de</strong>l cuarto sin acabar <strong>de</strong> maquil<strong>la</strong>rse, l<strong>la</strong>mó un taxi y, mientras esperaba, se mordía los <strong>la</strong>bios y<br />
<strong>de</strong> repente una pa<strong>la</strong>brota. Apenas partió, Símu<strong>la</strong> encendió <strong>la</strong> radio, estuvieron oyendo todo el día.<br />
Hab<strong>la</strong>ban <strong>de</strong>l gabinete militar, contaban <strong>la</strong>s vidas <strong>de</strong> los nuevos ministros, pero en ninguna estación<br />
lo nombraban al señor. Al anochecer Radio Nacional dijo que había terminado <strong>la</strong> huelga <strong>de</strong><br />
Arequipa, mañana se abrirían los colegios, <strong>la</strong> Universidad y <strong>la</strong>s tiendas y Amalia se acordó <strong>de</strong>l<br />
amigo <strong>de</strong> Ambrosio: había ido allá, a lo mejor lo habían matado. Símu<strong>la</strong> y Carlota comentaban <strong>la</strong>s<br />
noticias y el<strong>la</strong> <strong>la</strong>s oía, distrayéndose a ratos, pensando en Ambrosio: se asustó por, vino por, tí. A lo<br />
mejor ahora que ya no estaba en el gobierno se viene a vivir aquí, <strong>de</strong>cía Carlota, y Símu<strong>la</strong> sería una<br />
gran <strong>de</strong>sgracia para nosotras, y Amalia pensó: ¿si lo habían, tendría algo <strong>de</strong> malo que Ambrosio<br />
arrendara el cuartito para ellos dos? Sí, sería aprovecharse <strong>de</strong> una <strong>de</strong>sgracia. La señora volvió tar<strong>de</strong>,<br />
con <strong>la</strong> señorita Queta y <strong>la</strong> señorita Lucy. Se sentaron en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> y mientras Símu<strong>la</strong> preparaba <strong>la</strong><br />
comida, Amalia escuchaba a <strong>la</strong>s señoritas conso<strong>la</strong>ndo a <strong>la</strong> señora: lo habían sacado para que se<br />
acabara <strong>la</strong> huelga pero seguiría mandando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su casa, era el hombre fuerte, Odría le <strong>de</strong>bía todo a<br />
él. Pero ni siquiera me ha l<strong>la</strong>mado, <strong>de</strong>cía <strong>la</strong> señora, paseándose, y el<strong>la</strong>s estaría en reuniones,<br />
discusiones, ya l<strong>la</strong>maría, a lo mejor esta misma noche vendría. Se tomaban sus whiskicitos y al<br />
sentarse a <strong>la</strong> mesa ya se reían y hacían bromas.<br />
A eso <strong>de</strong> <strong>la</strong> medianoche <strong>la</strong> señorita Lucy se fue.<br />
Llegó primero Hortensia, sin ruido: vio su silueta en el umbral, vaci<strong>la</strong>ndo como una l<strong>la</strong>ma, y<br />
<strong>la</strong> vio tantear en <strong>la</strong> penumbra y encen<strong>de</strong>r <strong>la</strong> <strong>la</strong>mparil<strong>la</strong> <strong>de</strong> pie.<br />
Surgió el cubrecama negro en el espejo que tenía al frente, <strong>la</strong> co<strong>la</strong> encrespada <strong>de</strong>l dragón<br />
animó el espejo <strong>de</strong>l tocador y oyó que Hortensia comenzaba a <strong>de</strong>cir algo y se le enredaba <strong>la</strong> voz.<br />
Menos mal, menos mal.<br />
Venía hacia él haciendo equilibrio y su cara extraviada en una expresión idiota se borró<br />
cuando entró a <strong>la</strong> sombra <strong>de</strong>l rincón don<strong>de</strong> estaba él. La atajó con una voz que oyó difícil y ansiosa:<br />
¿y <strong>la</strong> loca, se había ido ya <strong>la</strong> loca? En vez <strong>de</strong> seguir hacia él <strong>la</strong> silueta <strong>de</strong> Hortensia se <strong>de</strong>svió y<br />
avanzó zigzagueando hasta <strong>la</strong> cama, don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>splomó con suavidad. Allí le daba a medias <strong>la</strong> luz,<br />
vio su mano que se alzaba para seña<strong>la</strong>rle <strong>la</strong> puerta, y miró: Queta había llegado sigilosamente<br />
también. Su <strong>la</strong>rga figura <strong>de</strong> formas llenas, su cabellera rojiza, su postura agresiva. Y oyó a<br />
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