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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Cál<strong>la</strong>te si no quieres que te callen —dijo Urondo.<br />

—No vamos a permitir que haya frau<strong>de</strong> —dijo a los guardias el que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes—.<br />

Estamos llevando <strong>la</strong>s ánforas al Jurado Departamental.<br />

—Aunque no creo, porque nada <strong>de</strong> lo que hace Cayo le parece mal —dijo el coronel Espina—<br />

. Dice que el mejor servicio que he prestado al país ha sido <strong>de</strong>senterrar a Cayo <strong>de</strong> <strong>la</strong> provincia y<br />

traerlo a trabajar conmigo. Lo tiene en el bolsillo al General, don Fermín.<br />

—Bueno, está bien —dijo don Fermín—. No llores más, infeliz.<br />

En <strong>la</strong> camioneta, Trifulcio se sentó a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte. Vio por <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> que en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l rancho<br />

el hombrecito y el muchacho <strong>de</strong> overol discutían con los guardias. La gente los miraba, unos<br />

seña<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> camioneta, otros se reían.<br />

—Bueno, no querías chantajearme sino ayudarme —dijo don Fermín—. Harás lo que yo te<br />

diga, bueno, me obe<strong>de</strong>cerás. Pero basta, ya no llores más.<br />

—¿Y para esto tanta espera? —dijo Trifulcio—. Si sólo había ahí dos tipos <strong>de</strong>l señor<br />

Mendizábal. Los otros eran mirones, nomás.<br />

—No te <strong>de</strong>sprecio, no te odio —dijo don Fermín—. Está bien, me tienes respeto, lo hiciste<br />

por mí. Para que yo no sufriera, bueno. No eres un infeliz, está bien.<br />

—Mendizábal se creía muy seguro —dijo Urondo—. Como éstas son sus tierras, creyó que<br />

iba a barrer con los votos. Pero se ensartó.<br />

—Está bien, está bien —repetía don Fermín.<br />

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