01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

libertad. Y los adu<strong>la</strong>ba a los arequipeños: <strong>la</strong> ciudad rebel<strong>de</strong>, <strong>la</strong> ciudad mártir, <strong>la</strong> tiranía <strong>de</strong> Odría<br />

habría ensangrentado a Arequipa el año cincuenta pero no había podido matar su amor a <strong>la</strong> libertad.<br />

—¿Hab<strong>la</strong> bien, no cree? —dijo Trifulcio—. El senador Arévalo lo mismo, hasta mejor que<br />

este fu<strong>la</strong>no. Hace llorar a <strong>la</strong> gente. ¿No lo ha oído nunca?<br />

—No cabe ni una mosca y siguen entrando —dijo Ludovico—. Espero que al cojudo <strong>de</strong> tu<br />

jefe no se le ocurra dar <strong>la</strong> señal.<br />

—Pero éste se lo ganó al doctor Lama ——dijo Trifulcio—. Igual <strong>de</strong> elegante, pero no tan en<br />

difícil. Se le entien<strong>de</strong> todo.<br />

—¿Qué? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿La contra—manifestación un fracaso total, Molina?<br />

—No más <strong>de</strong> doscientas personas, don Cayo —dijo Molina—. Les repartirían mucho trago.<br />

Yo se lo advertí al doctor Lama, pero usted lo conoce. Se emborracharían, se quedarían en el<br />

Mercado. Unas doscientas, a lo más. ¿Qué hacemos, don Cayo?<br />

—Me está volviendo —dijo Trifulcio—. Por esos hijos <strong>de</strong> puta que fuman. Otra vez, maldita<br />

sea.<br />

—Tendría que estar loco para dar <strong>la</strong> señal —dijo Ludovico—. ¿Dón<strong>de</strong> está Hipólito? ¿Tú ves<br />

dón<strong>de</strong> anda mi compañero?<br />

La estrechez, los gritos, los cigarrillos habían cal<strong>de</strong>ado el local y se veía brillo <strong>de</strong> sudor en <strong>la</strong>s<br />

caras; algunos se habían quitado los sacos, aflojado <strong>la</strong>s corbatas, y todo el teatro daba a<strong>la</strong>ridos: Li—<br />

ber—tad, Le—ga—lidad. Angustiado, Trifulcio pensó: otra vez. Cerró los ojos, agachó <strong>la</strong> cabeza,<br />

respiró hondo. Se tocó el pecho: fuerte, <strong>de</strong> nuevo muy fuerte. El señor <strong>de</strong> azul había terminado <strong>de</strong><br />

hab<strong>la</strong>r, se oía una maquinita, el <strong>de</strong> <strong>la</strong> corbatita michi movía <strong>la</strong>s manos como un director <strong>de</strong> orquesta.<br />

—Está bien, ganaron ellos —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. En esas condiciones, mejor anule <strong>la</strong><br />

cosa, Molina.<br />

—Voy a tratar, pero no sé si será posible, don Cayo —dijo Molina—. La gente está a<strong>de</strong>ntro,<br />

dudo que les llegue <strong>la</strong> contraor<strong>de</strong>n a tiempo. Corto y lo l<strong>la</strong>mo <strong>de</strong>spués, don Cayo.<br />

Ahora estaba hab<strong>la</strong>ndo un gordo alto, vestido <strong>de</strong> gris, y <strong>de</strong>bía ser arequipeño porque todos<br />

coreaban su nombre y lo saludaban con <strong>la</strong>s manos. Rápido, pronto, pensó Trifulcio, no iba a<br />

aguantar, ¿por qué no <strong>la</strong> daba <strong>de</strong> una vez? Encogido en el asiento, los ojos entrecerrados, contaba su<br />

pulso, uno—dos, uno—dos. El gordo alzaba los brazos, manoteaba, y se le había enronquecido <strong>la</strong><br />

voz.<br />

—Me siento mal, ahora sí —dijo Trifulcio—. Necesito más aire, señor.<br />

—Espero que no sea tan bruto; que no <strong>la</strong> dé —susurró Ludovico—. Y si <strong>la</strong> da tú y yo no nos<br />

movemos. Nosotros quietos, ¿oyes negro?<br />

—¡Cal<strong>la</strong>, millonario! —irrumpió, allá arriba, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>l que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes—. ¡No engañes<br />

al pueblo! ¡Viva Odría!<br />

—Menos mal, me estaba ahogando. Y ahí está el silbato —dijo Trifulcio, poniéndose <strong>de</strong><br />

pie—. ¡Viva el General Odría!<br />

—Todo el mundo se quedó ale<strong>la</strong>do, hasta el que discurseaba —dijo Ludovico—. Todos<br />

miraban a <strong>la</strong> galería.<br />

Estal<strong>la</strong>ron otros Viva Odría en diferentes puntos <strong>de</strong>l local, y ahora el gordo chil<strong>la</strong>ba<br />

provocadores, provocadores, <strong>la</strong> cara morada <strong>de</strong> furia, mientras exc<strong>la</strong>maciones, empujones y<br />

protestas sumergían su voz y una tormenta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n revolucionaba el teatro. Todos se habían<br />

puesto <strong>de</strong> pie, al fondo <strong>de</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>tea había movimientos y jalones, se oían insultos, y ya había gente<br />

peleando. Parado, su pecho subiendo y bajando, Trifulcio volvió a gritar ¡Viva Odría! Alguien <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

fi<strong>la</strong> <strong>de</strong> atrás lo agarró <strong>de</strong>l hombro ¡provocador! él se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong> un codazo y miró al limeño: ya,<br />

vamos. Pero Ludovico Pantoja estaba acurrucado como una momia, mirándolo con los ojos<br />

saltados. Trifulcio lo cogió <strong>de</strong> <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>pas, lo hizo levantarse: muévase, hombre.<br />

244

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!