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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—¿Todavía no se pue<strong>de</strong> comunicar con Arequipa? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Es el colmo,<br />
doctorcito.<br />
—No me han gustado nada los famosos rocotos —dijo Hipólito—. Me ar<strong>de</strong> todo, Ludovico.<br />
—Sólo he convencido a diez —dijo Molina—. Los otros nones, nada <strong>de</strong> meternos ahí vestidos<br />
<strong>de</strong> civil, por más primas <strong>de</strong> riesgo que nos <strong>de</strong>n. ¿Qué le parece, Prefecto?<br />
—Diez, más los dos <strong>de</strong> Lima y los cinco <strong>de</strong>l senador son diecisiete —dijo el Prefecto—. Si es<br />
verdad que Lama levanta el Mercado <strong>la</strong> cosa pue<strong>de</strong> funcionar. Diecisiete tipos con huevos pue<strong>de</strong>n<br />
armar el bur<strong>de</strong>l a<strong>de</strong>ntro, cómo no. Creo que sí, Molina.<br />
—Soy tonto, pero no tan tonto como creen esos caballeros, senador —dijo Lozano—. Yo no<br />
acepto cheques nunca.<br />
—¿Aló, Arequipa? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿Molina? ¿Qué pasó, Molina, dón<strong>de</strong> diablos se<br />
metió usted?<br />
—Ellos tampoco son tan tontos —dijo don Emilio Arévalo—. Es un cheque al portador,<br />
Lozano.<br />
—Pero si el que lo ha estado l<strong>la</strong>mando todo el día soy yo, don Cayo —dijo Molina—. Y lo<br />
mismo el Prefecto, el doctor Lama. Si el que no estaba en ninguna parte era usted, don Cayo.<br />
—¿Algo anda mal en Arequipa, don Cayo? —dijo el doctor Alcibía<strong>de</strong>s.<br />
—No uno sino mil inconvenientes —dijo Molina—. Nos va a faltar gente, don Cayo. No sé si<br />
<strong>la</strong> cosa podrá funcionar con tan pocos.<br />
—¿La gente <strong>de</strong> Lozano no llegó? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿El camión <strong>de</strong> Arévalo no llegó?<br />
¿Qué está diciendo, Molina?<br />
—Hemos habilitado a diez <strong>de</strong>l cuerpo, pero aun así, diecisiete no son muchos, don Cayo —<br />
dijo Molina—. Confi<strong>de</strong>ncialmente, no tengo mucha fe en el doctor Lama. Promete quinientos, mil.<br />
Pero él fantasea mucho, ya sabe usted.<br />
—¿Sólo dos <strong>de</strong> Lima, sólo cinco <strong>de</strong> Ica? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Esto le pue<strong>de</strong> costar caro,<br />
Molina. ¿Dón<strong>de</strong> está <strong>la</strong> <strong>de</strong>más gente?<br />
—Pero si no vinieron, don Cayo —dijo Molina—. Pero si soy yo el que pregunta dón<strong>de</strong> están,<br />
por que no llegaron todos los que nos anunció.<br />
—Y muy inocentes, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los rocotos nos fuimos a pasear por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za —dijo<br />
Ludovico—. Muy inocentes, a echarle una ojeada al teatro Municipal, para reconocer el terreno.<br />
—Mi opinión es que a pesar <strong>de</strong> los percances el asunto pue<strong>de</strong> funcionar, don Cayo —dijo el<br />
Prefecto—. La Coalición aquí no existe. Han hecho publicidad, pero ni siquiera llenarán el<br />
Municipal. Un centenar <strong>de</strong> curiosos, a lo más. Pero cómo es posible que usted creyera Que había<br />
llegado toda <strong>la</strong> gente, don Cayo.<br />
—Alguien ha metido <strong>la</strong> mano, ya habrá tiempo para ac<strong>la</strong>rarlo —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿Está<br />
Lama, ahí?<br />
—¿Aló, señor Ministro? —dijo el doctor Lama—. Quiero protestar <strong>de</strong> <strong>la</strong> manera más<br />
enérgica. Nos prometió ochenta hombres y nos manda siete. Hemos ofrecido al Presi<strong>de</strong>nte convertir<br />
el mitin <strong>de</strong> <strong>la</strong> Coalición en un gran acto popu<strong>la</strong>r a favor <strong>de</strong>l Gobierno y están saboteándonos. Pero le<br />
advierto que no vamos a dar marcha atrás.<br />
—Déjese <strong>de</strong> discursos ahora, Lama —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Necesito saber una cosa, y que<br />
sea absolutamente sincero. ¿Pue<strong>de</strong> reforzar a <strong>la</strong> gente <strong>de</strong> Molina con unos veinte o treinta hombres?<br />
No importa el precio. Veinte o treinta que valgan <strong>la</strong> pena. ¿Pue<strong>de</strong>?<br />
—Y también cincuenta o más —dijo el doctor Lama—. No es un problema <strong>de</strong> número, señor<br />
Ministro. Gente nos sobra. Lo que pasa es que usted nos ofreció tipos cancheros en esta c<strong>la</strong>se <strong>de</strong><br />
asuntos.<br />
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