You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Todos esos años había estado ahorrando —dice Ambrosio—. Para insta<strong>la</strong>rme y trabajar por<br />
mí cuenta, niño.<br />
—Entonces <strong>de</strong>berías estar contento —había dicho Amalia—. Pero no estás. Te pesa haberte<br />
venido <strong>de</strong> Lima.<br />
—Ya no tendré jefe, ahora yo mismo seré mi jefe —había dicho Ambrosio—. C<strong>la</strong>ro que estoy<br />
contento, tonta.<br />
Mentira, sólo había empezado a estar contento <strong>de</strong>spués. Esas primeras semanas en Pucallpa se<br />
<strong>la</strong>s había pasado muy serio, casi sin hab<strong>la</strong>r, <strong>la</strong> cara apenadísima. Pero, a pesar <strong>de</strong> eso, se había<br />
portado bien con el<strong>la</strong> y Amalita Hortensia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento. Al día siguiente <strong>de</strong> llegar,<br />
había salido solo <strong>de</strong>l hotel y vuelto con un paquete. ¿Qué era? Ropa para <strong>la</strong>s dos Amalias. El<br />
vestido <strong>de</strong> el<strong>la</strong> era enorme, pero Ambrosio ni había sonreído al ver<strong>la</strong> perdida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esa túnica<br />
floreada que se le chorreaba en los hombros y le besaba los tobillos. Había ido a <strong>la</strong> "Empresa<br />
Morales <strong>de</strong> Transportes, S. A.”, recién llegado a Pucallpa, pero don Hi<strong>la</strong>rio estaba en Tingo María y<br />
sólo regresaría diez días <strong>de</strong>spués. ¿Qué harían mientras tanto, Ambrosio? Buscarían casa, y, hasta<br />
que llegara <strong>la</strong> hora <strong>de</strong> ponerse a sudar, se divertirían un poco, Amalia. No se habían divertido<br />
mucho, el<strong>la</strong> por <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s y él porque extrañaría Lima, aunque habían tratado, gastando un<br />
montón <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta. Habían ido a ver a los indios shipibos, se habían dado atracones <strong>de</strong> arroz chaufa,<br />
camarones arrebosados y wantán frito en los chifas <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle Comercio, habían paseado en bote<br />
por el Ucayali, hecho una excursión a Yarinacocha, y varias noches se habían metido al cine<br />
Pucallpa. Las pelícu<strong>la</strong>s se caían <strong>de</strong> viejas, y a veces Amalita Hortensia soltaba el l<strong>la</strong>nto en <strong>la</strong><br />
oscuridad y <strong>la</strong> gente gritaba sáquen<strong>la</strong>. Pásame<strong>la</strong>, <strong>de</strong>cía Ambrosio, y <strong>la</strong> hacía cal<strong>la</strong>r dándole a chupar<br />
su <strong>de</strong>do.<br />
Poco a poco se había ido Amalia acostumbrando, poco a poco <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> Ambrosio alegrando.<br />
Habían trabajado duro en <strong>la</strong> cabaña. Ambrosio había comprado pintura y b<strong>la</strong>nqueado <strong>la</strong> fachada y<br />
<strong>la</strong>s pare<strong>de</strong>s, y el<strong>la</strong> raspado <strong>la</strong>s inmundicias <strong>de</strong>l suelo. En <strong>la</strong>s mañanas habían ido al Mercadito,<br />
juntos, a hacer <strong>la</strong>s compras <strong>de</strong> <strong>la</strong> comida, y aprendido a diferenciar los locales <strong>de</strong> <strong>la</strong>s iglesias que<br />
cruzaban: Bautista, Adventistas <strong>de</strong>l Séptimo Día, Católica, Evangelista, Pentecostal. Habían<br />
empezado a conversar <strong>de</strong> nuevo: estabas tan raro, a veces se me ocurre que otro Ambrosio se metió<br />
en tu cuerpo, que el verda<strong>de</strong>ro se quedó en Lima. ¿Pero por qué, Amalia? Por su tristeza, su cara<br />
reconcentrada y sus miradas que <strong>de</strong> repente se apagaban y <strong>de</strong>sviaban como <strong>la</strong>s <strong>de</strong> un animal.<br />
Estabas loca, Amalia, el que se había quedado en Lima era, más bien, el falso Ambrosio. Aquí se<br />
sentía bien, contento con este sol, Amalia, el cielo nub<strong>la</strong>do <strong>de</strong> allá le bajaba <strong>la</strong> moral. Ojalá fuera<br />
verdad, Ambrosio. En <strong>la</strong>s noches, como habían visto hacer a <strong>la</strong> gente <strong>de</strong>l lugar, ellos también habían<br />
salido a sentarse a <strong>la</strong> calle, a tomar el fresco que subía <strong>de</strong>l río, a conversar, arrul<strong>la</strong>dos por los sapos<br />
y los grillos agazapados en <strong>la</strong> yerba. Una mañana, Ambrosio había entrado con un paraguas: ahí<br />
estaba, para que Amalia no requintara más contra el sol. Así sólo le faltaría salir a <strong>la</strong> calle con<br />
ruleros para que parezcas una montañesa, Amalia. Las pesadil<strong>la</strong>s se habían ido espaciando,<br />
<strong>de</strong>sapareciendo, y también el miedo que sentía cada vez que veía un policía. El remedio había sido<br />
estar todo el tiempo ocupada, cocinando, <strong>la</strong>vándole <strong>la</strong> ropa a Ambrosio, atendiendo a Amalita<br />
Hortensia, mientras él trataba <strong>de</strong> convertir el <strong>de</strong>scampado en huerta. Sin zapatos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy<br />
temprano, Ambrosio se había pasado <strong>la</strong>s horas <strong>de</strong>syerbando, pero <strong>la</strong> yerba reaparecía veloz y más<br />
robusta que antes. Frente a <strong>la</strong> suya, había una cabaña pintada <strong>de</strong> b<strong>la</strong>nco y azul, con una huerta<br />
repleta <strong>de</strong> frutales. Una mañana Amalia había ido a pedirle consejo a <strong>la</strong> vecina y <strong>la</strong> señora Lupe,<br />
compañera <strong>de</strong> uno que tenía una chacrita aguas arriba y que aparecía rara vez, <strong>la</strong> había recibido con<br />
cariño. C<strong>la</strong>ro que <strong>la</strong> ayudaría en lo que fuera. Había sido <strong>la</strong> primera y <strong>la</strong> mejor amiga que tuvieron<br />
en Pucallpa, niño.<br />
Doña Lupe le había enseñado a Ambrosio a <strong>de</strong>sbrozar y a ir sembrando al mismo tiempo, aquí<br />
camotes, aquí yucas, aquí papas. Les había rega<strong>la</strong>do semil<strong>la</strong>s y a Amalia le había enseñado a hacer<br />
el revuelto <strong>de</strong> plátanos fritos con arroz, yuca y pescado que comía todo el mundo en Pucallpa.<br />
260