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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—No tengo más en efectivo, no tenemos más —dijo <strong>la</strong> mujer—. Po<strong>de</strong>mos firmarle un<br />

documento, lo que usted diga.<br />

—Dígame francamente lo que ocurre y así podremos enten<strong>de</strong>rnos —dijo él—. Conozco a<br />

Ferrito hace años, señora. Usted no está haciendo esto por el asunto <strong>de</strong> Espina. Hábleme con<br />

franqueza. ¿Cuál es el problema?<br />

—Tiene que salir <strong>de</strong>l Perú, tiene que tomar ese avión mañana y usted sabe por qué —dijo<br />

rápidamente <strong>la</strong> mujer—. Está entre <strong>la</strong> espada y <strong>la</strong> pared y usted lo sabe. No es un favor, señor<br />

Bermú<strong>de</strong>z, es un negocio. Cuáles son sus condiciones, qué otra cosa <strong>de</strong>bemos hacer.<br />

—No sacó esos pasajes por si <strong>la</strong> revolución fal<strong>la</strong>ba, no es un viaje <strong>de</strong> turismo —dijo él—. Ya<br />

veo está metido en algo mucho peor. No es el contrabando tampoco, eso se arregló, yo lo ayudé a<br />

tapar <strong>la</strong> cosa. Ya voy entendiendo, señora.<br />

—Abusaron <strong>de</strong> su buena fe, prestó su nombre y ahora todo recae sobre él —dijo <strong>la</strong> mujer—.<br />

Me cuesta mucho hacer esto, señor Bermú<strong>de</strong>z. Tiene que salir <strong>de</strong>l país, usted lo sabe <strong>de</strong> sobra.<br />

—Las Urbanizaciones <strong>de</strong>l Sur Chico —dijo él—. C<strong>la</strong>ro, señora, ahora sí. Ahora veo por qué<br />

se metió Ferrito a conspirar con Espina. ¿Espina le ofreció sacarlo <strong>de</strong>l apuro si lo ayudaba?<br />

—Han sentado ya <strong>la</strong>s <strong>de</strong>nuncias, los miserables que lo metieron en esto se mandaron mudar<br />

—dijo <strong>la</strong> mujer, con <strong>la</strong> voz rota—. Son millones <strong>de</strong> soles, señor Bermú<strong>de</strong>z.<br />

—Sí sabía, señora, pero no que <strong>la</strong> catástrofe estaba tan cerca —asintió él—. ¿Los argentinos<br />

que eran sus socios se <strong>la</strong>rgaron? Y Ferrito se iba a ir, también, <strong>de</strong>jando colgados a los cientos <strong>de</strong><br />

tipos que compraron esas casas que no existen. Millones <strong>de</strong> soles, c<strong>la</strong>ro. Ya sé por qué se metió a<br />

conspirar, ya sé por qué vino usted.<br />

—Él no pue<strong>de</strong> cargar con <strong>la</strong> responsabilidad <strong>de</strong> todo, a él lo engañaron también —dijo <strong>la</strong><br />

mujer y él pensó va a llorar. Si no toma el avión ...<br />

—Se quedará a<strong>de</strong>ntro mucho tiempo, y no como conspirador, sino como estafador —se<br />

apenó él, asintiendo—. Y todo el dinero que ha sacado se pudrirá en el extranjero.<br />

—No ha sacado ni un medio —alzó <strong>la</strong> voz <strong>la</strong> mujer—. Abusaron <strong>de</strong> su buena fe. Este negocio<br />

lo ha arruinado.<br />

—Ya entiendo por qué se atrevió a venir –repitió él, suavemente—. Una señora como usted a<br />

venir don<strong>de</strong> mí, a rebajarse así. Para no estar aquí cuando estalle el escándalo, para no ver su<br />

apellido en <strong>la</strong>s páginas policiales.<br />

—No por mí, sino por mis hijos —rugió <strong>la</strong> mujer; pero respiró hondo y bajó <strong>la</strong> voz—. No he<br />

podido reunir más. Acepte esto como un a<strong>de</strong><strong>la</strong>nto, entonces. Le firmaremos un documento, lo que<br />

usted diga.<br />

—Guár<strong>de</strong>se esos dó<strong>la</strong>res para el viaje, Ferrito y usted los necesitan más que yo —dijo él, muy<br />

lentamente, y vio inmovilizarse a <strong>la</strong> mujer y vio sus ojos, sus dientes—. A<strong>de</strong>más, usted vale mucho<br />

más que todo ese dinero. Está bien, es un negocio. No grite, no llore, dígame sí o no. Pasamos un<br />

rato juntos, vamos a sacar a Ferro, mañana toman el avión.<br />

—Cómo se atreve, canal<strong>la</strong> —y vio su nariz, sus manos, sus hombros y pensó no grita, no<br />

llora, no se asombra, no se va—. Cholo miserable, cobar<strong>de</strong>.<br />

—No soy un caballero, ése es el precio, esto lo sabía usted también —murmuró él—. Puedo<br />

garantizarle <strong>la</strong> más absoluta discreción, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego. No es una conquista, es un negocio, tómelo<br />

así. Y <strong>de</strong>cídase <strong>de</strong> una vez, ya se pasaron los diez minutos, señora.<br />

—¿A Chac<strong>la</strong>cayo? —dijo Ludovico—. Muy bien, don Cayo, a San Miguel.<br />

—Sí, me quedo aquí —dijo él—. Váyanse a dormir, vengan a buscarme a <strong>la</strong>s siete. Por aquí,<br />

señora. Se va a he<strong>la</strong>r si sigue en el jardín. Entre un momento, cuando quiera irse l<strong>la</strong>maré un taxi y <strong>la</strong><br />

acompañaré a su casa.<br />

—Buenas noches, señor, perdóneme <strong>la</strong> faena, estaba acostándome —dijo Carlota—. La<br />

señora no está, salió temprano con <strong>la</strong> señorita Queta.<br />

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