01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Nada menos que el coronel Espina —dijo el Teniente, con una vocecita triunfal—. El<br />

Ministro <strong>de</strong> Gobierno, nada menos.<br />

La mujer abrió <strong>la</strong> boca, Bermú<strong>de</strong>z no pestañeó.<br />

Permaneció inexpresivo, luego un amago <strong>de</strong> sonrisa alteró el soñoliento fastidio <strong>de</strong> su rostro,<br />

un segundo <strong>de</strong>spués sus ojos volvieron a <strong>de</strong>sinteresarse y aburrirse. Le patea el hígado, pensó el<br />

Teniente, un amargado <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida, con <strong>la</strong> mujer que se ha echado encima se compren<strong>de</strong>. Bermú<strong>de</strong>z<br />

tiró el maletín al sofá:<br />

—De veras, ayer oí que Espina es uno <strong>de</strong> los Ministros <strong>de</strong> <strong>la</strong> Junta —sacó una cajetil<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />

Inca, ofreció un <strong>de</strong>sganado cigarrillo al Teniente—. ¿No le dijo el Serrano para qué quiere verme?<br />

—Sólo que lo necesita con urgencia —¿el Serrano?, pensó el Teniente—. Y que me lo lleve a<br />

Lima aunque tenga que ponerle una pisto<strong>la</strong> en el pecho.<br />

Bermú<strong>de</strong>z se <strong>de</strong>jó caer en un sillón, cruzó <strong>la</strong>s piernas, arrojó una bocanada <strong>de</strong> humo que nubló<br />

su cara y cuando el humo se <strong>de</strong>svaneció, el Teniente vio que le sonreía como haciéndome un favor,<br />

pensó, como burlándose <strong>de</strong> mí.<br />

—Está difícil que salga hoy <strong>de</strong> Chincha —dijo, con una disolvente flojera—. Hay un negocito<br />

que está por cerrarse en una hacienda <strong>de</strong> acá.<br />

—Si a uno lo l<strong>la</strong>ma el Ministro <strong>de</strong> Gobierno, no se ponen peros —dijo el Teniente—. Hágame<br />

el favor, señor Bermú<strong>de</strong>z.<br />

—Dos tractores nuevos, una buena comisión ——explicaba Bermú<strong>de</strong>z a <strong>la</strong>s moscas o<br />

agujeros o sombras—. No estoy para paseos a Lima, ahora.<br />

— ¿Tractores? —el Teniente hizo un a<strong>de</strong>mán irritado—. Piense un poco con <strong>la</strong> cabeza, por<br />

favor, y no perdamos más tiempo.<br />

Bermú<strong>de</strong>z dio una pitada, entrecerrando los ojitos fríos, y expulsó el humo sin apuro.<br />

—Cuando uno anda agobiado por <strong>la</strong>s letras, no hay más remedio que pensar en los tractores<br />

—dijo, como si no lo oyera ni viera—. Dígale al Serrano que iré un día <strong>de</strong> éstos.<br />

El Teniente lo miraba consternado, divertido, confundido: a este paso iba a tener que sacar <strong>la</strong><br />

pisto<strong>la</strong> y ponérse<strong>la</strong> en el pecho, señor Bermú<strong>de</strong>z, a este paso se iban a reír <strong>de</strong> él. Pero don Cayo,<br />

como si nada, don, se tiraba <strong>la</strong> vaca y caía por <strong>la</strong> ranchería y <strong>la</strong>s mujeres lo seña<strong>la</strong>ban, Rosa, se<br />

secreteaban y se le reían, Rosita, mira quién viene. La hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong> andaba sobradísima, don.<br />

Imagínese, que el hijo <strong>de</strong>l Buitre se viniera hasta ahí para ver<strong>la</strong>, creidísima. No salía a conversar con<br />

él, se respingaba, corría don<strong>de</strong> sus amigas, pura risa, puro coqueteo. A él no le importaba que <strong>la</strong><br />

muchacha le hiciera <strong>de</strong>sp<strong>la</strong>ntes, eso parecía calentarlo más. Una sabida <strong>de</strong> pelícu<strong>la</strong> <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Túmu<strong>la</strong>, don, y su madre ni se diga, cualquiera se daba cuenta pero él no. Aguantaba, esperaba,<br />

volvía a <strong>la</strong> ranchería, <strong>la</strong> cholita caería un día, negro, él fue el que cayó, don. ¿No ve que se le sobra<br />

en vez <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cerle que se fije en el<strong>la</strong>, don Cayo? Mán<strong>de</strong><strong>la</strong> al diablo, don Cayo. Pero él como si<br />

le hubieran dado chamico, ahí <strong>de</strong>trás correteándo<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> gente comenzó a chismear.<br />

Hay <strong>la</strong> mar <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>durías, don Cayo. A él qué mierda, él hacía lo que le mandaba el<br />

estómago, y el estómago le mandaba tirarse a <strong>la</strong> muchacha, c<strong>la</strong>ro. Muy bien, quién se lo iba a<br />

reprochar, cualquier b<strong>la</strong>nquito se encamota <strong>de</strong> una cholita, le hace su trabajito y a quién le importa<br />

¿no, don? Pero don Cayo <strong>la</strong> perseguía como si <strong>la</strong> cosa fuera en serio, ¿no era locura? Y más locura<br />

era que <strong>la</strong> Rosa se daba el lujo <strong>de</strong> basurearlo.<br />

Aparentaba que se daba el lujo, don.<br />

—Ya pusimos gasolina, ya avisé a Lima que llegaríamos a eso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s tres y media —dijo el<br />

Teniente—. Cuando usted quiera, señor Bermú<strong>de</strong>z.<br />

Bermú<strong>de</strong>z se había cambiado <strong>de</strong> camisa y llevaba un terno gris. Tenía en <strong>la</strong> mano un maletín,<br />

un sombrerito ajado, anteojos <strong>de</strong> sol.<br />

—¿Ese es todo su equipaje? —dijo el Teniente.<br />

25

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!