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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—No soy sirviente <strong>de</strong> nadie —dijo el sambo, tranquilo—. Sólo soy su chofer.<br />

—Su matón —dijo Queta—. ¿El otro que anda contigo en el auto es <strong>de</strong> <strong>la</strong> policía? ¿Tú<br />

también eres <strong>de</strong> <strong>la</strong> policía?<br />

—Hinostroza sí es <strong>de</strong> <strong>la</strong> policía —dijo el sambo—. Yo sólo soy su chofer.<br />

—Si quieres, pue<strong>de</strong>s ir a <strong>de</strong>cirle a Cayo Mierda que yo digo que es un asqueroso —sonrió<br />

Queta.<br />

—No le gustaría —dijo él, lentamente, con respetuoso humor—. Don Cayo es muy orgulloso.<br />

No se lo diré, usted tampoco le dice que vine y así quedamos empatados.<br />

Queta <strong>la</strong>nzó una carcajada: ígneos, b<strong>la</strong>ncos, codicioso, alentados pero todavía inseguros y<br />

miedosos.<br />

¿Cómo se l<strong>la</strong>maba? Ambrosio Pardo y sabía que el<strong>la</strong> se l<strong>la</strong>maba Queta.<br />

—¿Cierto que Cayo Mierda y <strong>la</strong> vieja Ivonne son ahora socios? —dijo Queta—. ¿Que tu<br />

patrón es ahora también el dueño <strong>de</strong> esto?<br />

—Qué voy a saber yo —murmuró él; e insistió, con suave firmeza—. No es mi patrón, es mi<br />

jefe.<br />

Queta bebió un trago <strong>de</strong> té frío, hizo una mueca <strong>de</strong> disgusto, rápidamente vació <strong>la</strong> copa al<br />

suelo, cogió el vaso <strong>de</strong> cerveza, y mientras los ojos <strong>de</strong> Ambrosio giraban hacia el<strong>la</strong> sorprendidos,<br />

bebió un corto trago.<br />

—Te voy a <strong>de</strong>cir una cosa —dijo Queta—. Me cago en tu patrón. No le tengo miedo. Me cago<br />

en Cayo Mierda.<br />

—Ni que estuviera con diarrea —se atrevió a susurrar él—. Mejor no hablemos <strong>de</strong> don Cayo,<br />

<strong>la</strong> conversación se está poniendo peligrosa.<br />

—¿Te has acostado con <strong>la</strong> loca <strong>de</strong> Hortensia? —dijo Queta y vio el terror aflorando<br />

violentamente a los ojos <strong>de</strong>l sambo.<br />

—Cómo se le ocurre —balbuceó, estupefacto—. No repita eso ni en broma.<br />

—¿Y cómo te atreves a querer acostarte conmigo entonces? —dijo Queta, buscándole los<br />

ojos.<br />

—Porque usted —balbuceó Ambrosio, y <strong>la</strong> voz se le cortó; bajó <strong>la</strong> cabeza, confuso—.<br />

¿Quiere otro vermouth?<br />

—¿Cuántas cervezas te has tomado para atreverte? —dijo Queta, divertida.<br />

—Muchas, ya perdí <strong>la</strong> cuenta —Queta lo oyó sonreír, hab<strong>la</strong>r con voz más íntima—. No sólo<br />

cervezas, hasta capitanes. Vine anoche también, pero no entré. Hoy sí porque <strong>la</strong> señora me dio ese<br />

encargo.<br />

—Está bien —dijo Queta—. Pí<strong>de</strong>me otro vermouth y te vas. Mejor no vuelvas.<br />

Ambrosio revolvió los ojos hacia Robertito: otro vermouth, don. Queta vio a Robertito<br />

conteniendo <strong>la</strong> risa, y a lo lejos, <strong>la</strong>s caras <strong>de</strong> Ivonne y Malvina mirándo<strong>la</strong> intrigadas.<br />

—Los negros son buenos bai<strong>la</strong>rines, espero que tú también —dijo Queta—. Por una vez en tu<br />

vida date el gusto <strong>de</strong> bai<strong>la</strong>r conmigo.<br />

Él <strong>la</strong> ayudó a bajar <strong>de</strong> <strong>la</strong> banqueta. La miraba ahora a los ojos con una gratitud canina y casi<br />

llorona. La en<strong>la</strong>zó apenas y no trató <strong>de</strong> pegarse. No, no sabía bai<strong>la</strong>r, o no podía, se movía apenas y<br />

sin ritmo.<br />

Queta sentía <strong>la</strong>s educadas puntas <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos en <strong>la</strong> espalda, su brazo que <strong>la</strong> sujetaba con<br />

temeroso cuidado.<br />

—No te me pegues tanto —bromeó, divertida—. Bai<strong>la</strong> como <strong>la</strong> gente.<br />

Pero él no entendió y en vez <strong>de</strong> acercársele se separó todavía unos milímetros, murmurando<br />

algo. Qué cobar<strong>de</strong> es, pensó Queta, casi conmovida. — Mientras el<strong>la</strong> giraba, canturreaba, movía <strong>la</strong>s<br />

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