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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
No era estirada como <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> que parecía hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un trono, ni cuando le alzaba <strong>la</strong><br />
voz <strong>la</strong> hacía sentirse su inferior. Se dirigía a el<strong>la</strong> sin poses, como si estuviera hab<strong>la</strong>ndo con <strong>la</strong><br />
señorita Queta. Pero, eso sí, se tomaba unas confianzas. Qué falta <strong>de</strong> vergüenza para ciertas cosas.<br />
Mi único vicio son los traguitos y <strong>la</strong>s pastillitas dijo una vez, pero Amalia pensaba su vicio es <strong>la</strong><br />
limpieza. Veía un poquito <strong>de</strong> polvo en <strong>la</strong> alfombra y ¡Amalia el plumero!, un cenicero con puchos y<br />
como si viera una rata ¡Carlota, esa porquería! Se bañaba al levantarse y al acostarse, y lo peor,<br />
quería que el<strong>la</strong>s también se pasaran <strong>la</strong> vida en el agua.<br />
Al día siguiente <strong>de</strong> entrar Amalia a <strong>la</strong> casita <strong>de</strong> San Miguel, cuando le llevó el <strong>de</strong>sayuno a <strong>la</strong><br />
cama, <strong>la</strong> señora <strong>la</strong> examinó <strong>de</strong> arriba abajo: ¿ya te bañaste? No, señora, dijo Amalia, sorprendida, y<br />
entonces el<strong>la</strong> hizo ascos <strong>de</strong> niñita, vo<strong>la</strong>ndo a meterte a <strong>la</strong> ducha, aquí tenía que bañarse a diario. Y<br />
media hora <strong>de</strong>spués, cuando Amalia, los dientes chocándole, estaba bajo el chorro <strong>de</strong> agua, <strong>la</strong><br />
puertecita <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> baño se abrió y apareció <strong>la</strong> señora en bata, con un jabón en <strong>la</strong> mano. Amalia<br />
sintió fuego en el cuerpo, cerró <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve, no se atrevía a coger el vestido, permaneció cabizbaja,<br />
fruncida. ¿Tienes vergüenza <strong>de</strong> mí?, se rió <strong>la</strong> señora.<br />
No, balbuceó el<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> señora se rió otra vez: te estabas duchando sin jabonarte, ya me<br />
figuraba; toma, jabónate bien. Y mientras Amalia lo hacía —el jabón se le escapó <strong>de</strong> <strong>la</strong>s manos tres<br />
veces, se frotaba tan fuerte que le quedó ardiendo <strong>la</strong> piel—, <strong>la</strong> señora siguió ahí, taconeando,<br />
gozando <strong>de</strong> su vergüenza, también <strong>la</strong>s orejitas, ahora <strong>la</strong>s patitas, dándole ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> lo más risueña,<br />
mirándo<strong>la</strong> <strong>de</strong> lo más fresca. Muy bien, así tenía que bañarse y jabonarse a diario y abrió <strong>la</strong> puerta<br />
para salir pero todavía echó a Amalia qué mirada: no tienes por qué avergonzarte, a pesar <strong>de</strong> ser<br />
f<strong>la</strong>quita no estás mal. Se fue y a lo lejos otra carcajada.<br />
¿La señora Zoi<strong>la</strong> hubiera hecho algo así? Se sentía mareada, <strong>la</strong> cara ardiendo. Abotónate el<br />
uniforme hasta arriba, <strong>de</strong>cía <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>, no uses <strong>la</strong> falda tan alta. Después, mientras limpiaban<br />
<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, Amalia le contó a Carlota y el<strong>la</strong> revolvió los ojazos: así era <strong>la</strong> señora, nada le daba<br />
vergüenza, también entraba a veces cuando el<strong>la</strong> se estaba duchando a ver si se jabonaba bien. Pero<br />
no sólo eso, a<strong>de</strong>más hacía que se echaran polvos contra <strong>la</strong> transpiración en <strong>la</strong>s axi<strong>la</strong>s.<br />
Cada mañana, medio dormida, <strong>de</strong>sperezándose, los buenos días <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora eran preguntar<br />
¿te bañaste, te pusiste el <strong>de</strong>sodorante? Así como se tomaba esas confianzas, tampoco le importaba<br />
que el<strong>la</strong>s <strong>la</strong> vieran. Una mañana Amalia vio <strong>la</strong> cama vacía y oyó el agua <strong>de</strong>l baño corriendo: ¿le<br />
<strong>de</strong>jaba el <strong>de</strong>sayuno en el ve<strong>la</strong>dor, señora? No, pásamelo aquí. Entró y <strong>la</strong> señora estaba en <strong>la</strong> tina, <strong>la</strong><br />
cabeza apoyada en un almohadón, los ojos cerrados. El vaho cubría el cuarto, todo era tibio y<br />
Amalia se <strong>de</strong>tuvo en <strong>la</strong> puerta, mirando con curiosidad, con inquietud, el cuerpo b<strong>la</strong>nco bajo el<br />
agua. La señora abrió los ojos: qué hambre, tráemelo aquí. Perezosamente se sentó en <strong>la</strong> tina y<br />
a<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong>s manos hacia <strong>la</strong> ban<strong>de</strong>ja. En <strong>la</strong> atmósfera humosa, Amalia vio aparecer el busto<br />
impregnado <strong>de</strong> gotitas, los botones oscuros. No sabía dón<strong>de</strong> mirar, qué hacer, y <strong>la</strong> señora con ojos<br />
regocijados comenzaba a tomar su jugo, a poner mantequil<strong>la</strong> en <strong>la</strong> tostada, <strong>de</strong> pronto <strong>la</strong> vio<br />
petrificada junto a <strong>la</strong> tina. ¿Qué hacía ahí con <strong>la</strong> boca abierta?, y con voz burlona ¿no te gusto?<br />
Señora, yo, murmuró Amalia, retrocediendo, y <strong>la</strong> señora una carcajada: anda, recogerás <strong>la</strong> ban<strong>de</strong>ja<br />
<strong>de</strong>spués. ¿La señora Zoi<strong>la</strong> habría permitido que el<strong>la</strong> entrara mientras se bañaba? Qué distinta era,<br />
qué <strong>de</strong>svergonzada, qué simpática. El primer domingo en <strong>la</strong> casita <strong>de</strong> San Miguel, para darle una<br />
buena impresión le dijo ¿puedo ir a misa un ratito? La señora <strong>la</strong>nzó una <strong>de</strong> sus risas: anda, pero<br />
cuidado que te viole el cura, beatita. Nunca va a misa, le contó <strong>de</strong>spués Carlota, nosotras tampoco<br />
vamos ya. Era por eso que en <strong>la</strong> casita <strong>de</strong> San Miguel no había un solo Corazón <strong>de</strong> Jesús, una so<strong>la</strong><br />
Santa Rosa <strong>de</strong> Lima. El<strong>la</strong> también <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ir a misa al poco tiempo.<br />
TOCARON <strong>la</strong> puerta, él dijo a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte y entró el doctor Alcibía<strong>de</strong>s.<br />
—No tengo mucho tiempo, doctorcito —dijo, seña<strong>la</strong>ndo el alto <strong>de</strong> recortes <strong>de</strong> diario que traía<br />
Alcibía<strong>de</strong>s—. ¿Algo importante?<br />
—La noticia <strong>de</strong> Buenos Aires, don Cayo. Salió en todos.<br />
A<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong> mano, hojeó los recortes. Alcibía<strong>de</strong>s había marcado con tinta roja los titu<strong>la</strong>res<br />
"Inci<strong>de</strong>nte antiperuano en Buenos Aires”, <strong>de</strong>cía “La Prensa”; “Apristas apedrean Embajada peruana<br />
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