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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

UNA <strong>de</strong>spedida que haría época: comenzaría al mediodía en "El Rinconcito Cajamarquino”,<br />

con un almuerzo criollo al que asistirían sólo Carlitos, Norwin, Solórzano, Periquito, Milton y<br />

Darío; se arrastraría en <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> por bares diversos, y a <strong>la</strong>s siete habría un coctelito con mariposas<br />

nocturnas y periodistas <strong>de</strong> otros diarios en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> <strong>la</strong> China (estaban reconciliados el<strong>la</strong> y<br />

Carlitos, por entonces); rematarían el día Carlitos, Norwin y Santiago, solos, en el bulín.<br />

Pero <strong>la</strong> víspera <strong>de</strong>l día fijado para <strong>la</strong> <strong>de</strong>spedida al anochecer, cuando Carlitos y Santiago<br />

volvían a <strong>la</strong> redacción <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer en <strong>la</strong> cantina <strong>de</strong> "La Crónica” vieron a Becerrita<br />

<strong>de</strong>splomarse sobre su escritorio articu<strong>la</strong>ndo un <strong>de</strong>sesperado carajo. Ahí estaba su cuadrado<br />

cuerpecillo carnoso <strong>de</strong>smoronándose, ahí los redactores corriendo. Lo levantaron: tenía <strong>la</strong> cara<br />

arrugada en una mueca <strong>de</strong> infinito disgusto y <strong>la</strong> piel amoratada. Le echaron alcohol, le aflojaban <strong>la</strong><br />

corbata, le hacían aire. Él yacía congestionado e inánime y exha<strong>la</strong>ba un ronquido intermitente.<br />

Arispe y dos redactores <strong>de</strong> <strong>la</strong> página policial lo llevaron en <strong>la</strong> camioneta al hospital; un par <strong>de</strong> horas<br />

<strong>de</strong>spués l<strong>la</strong>maron para avisar que había muerto <strong>de</strong> un ataque cerebral. Arispe escribió <strong>la</strong> nota<br />

necrológica, que apareció en un recuadro <strong>de</strong> luto: Con <strong>la</strong>s botas puestas, piensa. Los redactores<br />

policiales habían hecho semb<strong>la</strong>nzas y apologías: su espíritu inquieto, su contribución al <strong>de</strong>sarrollo<br />

<strong>de</strong>l diarismo nacional, pionero <strong>de</strong> <strong>la</strong> crónica y el reportaje policial, un cuarto <strong>de</strong> siglo en <strong>la</strong>s<br />

trincheras <strong>de</strong>l periodismo.<br />

En vez <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> soltero tuviste un velorio piensa. Pasaron <strong>la</strong> noche <strong>de</strong>l día siguiente<br />

en casa <strong>de</strong> Becerrita, en un vericueto <strong>de</strong> los Barrios Altos, velándolo. Ahí estaba esa noche<br />

tragicómica, Zavalita, esa barata farsa. Los reporteros <strong>de</strong> <strong>la</strong> página policial estaban apenados y<br />

había mujeres que suspiraban junto al cajón en esa salita <strong>de</strong> muebles miserables y viejas fotografías<br />

ova<strong>la</strong>das que habían oscurecido <strong>de</strong> crespones. Pasada <strong>la</strong> medianoche, una señora enlutada y un<br />

muchacho entraron a <strong>la</strong> casa como un escalofrío, entre a<strong>la</strong>rmados susurros: ah caracho, <strong>la</strong> otra mujer<br />

<strong>de</strong> Becerrita; ah caracho, el otro hijo <strong>de</strong> Becerrita.<br />

Había habido un conato <strong>de</strong> discusión, improperios mezc<strong>la</strong>dos <strong>de</strong> l<strong>la</strong>nto, entre <strong>la</strong> familia <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

casa y los recién llegados. Los asistentes habían tenido que intervenir, negociar, ap<strong>la</strong>car a <strong>la</strong>s<br />

familias rivales. Las dos mujeres parecían <strong>de</strong> <strong>la</strong> misma edad, piensa, tenían <strong>la</strong> misma cara, y el<br />

muchacho era idéntico a los varones <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa. Ambas familias habían permanecido montando<br />

guardia a ambos <strong>la</strong>dos <strong>de</strong>l féretro, cruzando miradas <strong>de</strong> odio sobre el cadáver. Toda <strong>la</strong> noche<br />

circu<strong>la</strong>ron por <strong>la</strong> casa melenudos periodistas <strong>de</strong> otras épocas, extraños individuos <strong>de</strong> ternos gastados<br />

y chalinas y al día siguiente, en el entierro, hubo una disparatada concentración <strong>de</strong> familiares<br />

conmovidos y caras rufianescas y noctámbu<strong>la</strong>s, <strong>de</strong> policías y soplones y viejas putas jubi<strong>la</strong>das <strong>de</strong><br />

ojos pintarrajeados y llorosos. Arispe leyó un discurso y luego un funcionario <strong>de</strong> Investigaciones y<br />

ahí se <strong>de</strong>scubrió que Becerrita había estado asimi<strong>la</strong>do a <strong>la</strong> policía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía veinte años. Al salir<br />

<strong>de</strong>l cementerio, bostezando y con los huesos resentidos, Carlitos, Norwin y Santiago almorzaron en<br />

una cantina <strong>de</strong>l Santo Cristo, cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> Escue<strong>la</strong> <strong>de</strong> Policía, unos tamales ensombrecidos por el<br />

fantasma <strong>de</strong> Becerrita que reaparecía cada momento en <strong>la</strong> conversación.<br />

—Arispe me ha prometido que no publicará nada, pero no me fío —dijo Santiago—. Ocúpate<br />

tú, Carlitos. Que ningún bromista pase un suelto.<br />

—En tu casa se van a enterar tar<strong>de</strong> o temprano que te has casado —dijo Carlitos—. Pero está<br />

bien, me ocuparé.<br />

—Prefiero que se enteren por mí, no por el periódico —dijo Santiago—. Hab<strong>la</strong>ré con los<br />

viejos cuando vuelva <strong>de</strong> Ica. No quiero tener líos antes <strong>de</strong> <strong>la</strong> luna <strong>de</strong> miel.<br />

Esa noche, <strong>la</strong> víspera <strong>de</strong>l matrimonio, Carlitos y Santiago habían char<strong>la</strong>do un rato en el<br />

"Negro—Negro", <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l trabajo. Hacían bromas, recordaban <strong>la</strong>s veces que habían venido a<br />

este sitio, a esas mismas horas, a esta misma mesa, y él estaba un poco tristón, Zavalita, como si te<br />

fueras <strong>de</strong> viaje para siempre. Piensa: esa noche no se emborrachó, no jaló. En <strong>la</strong> pensión pasaste <strong>la</strong>s<br />

horas que faltaban para el amanecer Zavalita, fumando, recordando <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> estupor <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora<br />

Lucía cuando le habías dado <strong>la</strong> noticia, tratando <strong>de</strong> imaginar cómo sería <strong>la</strong> vida en el cuartito con<br />

otra persona, si no resultaría <strong>de</strong>masiado promiscuo y asfixiante, <strong>la</strong> reacción que tendrían los viejos.<br />

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