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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

alfombras <strong>de</strong> vicuña y los cuadros y <strong>la</strong> ancha cama con dosel y tules. Tosió, <strong>de</strong>scruzó <strong>la</strong> pierna: se<br />

había organizado <strong>la</strong> propaganda, a<strong>de</strong>más. Avisos en <strong>la</strong> prensa y <strong>la</strong> radio locales, autos y camionetas<br />

con par<strong>la</strong>ntes recorrerían los barrios <strong>la</strong>nzando vo<strong>la</strong>ntes y eso atraería más gente y él contaría los<br />

minutos, los segundos y sentiría que se le disolvían los huesos y gotas he<strong>la</strong>das bajando por su<br />

espalda y por fin: allí estaría, ahí entraría. Pero, y se inclinó y encaró con simpatía y humildad a los<br />

hombres apiñados, ya que Cajamarca era un centro agríco<strong>la</strong> se esperaba que el grueso <strong>de</strong> los<br />

manifestantes viniera <strong>de</strong>l campo y eso <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s, señores. Ahí <strong>la</strong> vería, alta, b<strong>la</strong>nca,<br />

elegante, seria, entraría navegando sobre <strong>la</strong> alfombra <strong>de</strong> vicuña y <strong>la</strong> oiría qué cansada estoy y<br />

l<strong>la</strong>maría a su Quetita. Permítame, don Cayo, dijo el senador Heredia, don Remigio Saldívar que es<br />

el Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Comité <strong>de</strong> Recepción y una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s figuras más representativas <strong>de</strong> los agricultores<br />

cajamarquinos tiene algo que <strong>de</strong>cir respecto a <strong>la</strong> manifestación y él vio que un hombre grueso,<br />

tostado como una hormiga, ahorcado por una espesa papada se ponía <strong>de</strong> pie en <strong>la</strong> segunda fi<strong>la</strong>. Y<br />

ahí vendría Quetita y el<strong>la</strong> le diría estoy cansada, quiero acostarme, ayúdame y Quetita <strong>la</strong> ayudaría,<br />

lentamente <strong>la</strong> <strong>de</strong>svestiría y él vería, sentiría que cada poro <strong>de</strong> su cuerpo se encendía, que millones<br />

<strong>de</strong> minúsculos cráteres <strong>de</strong> su piel comenzaban a supurar. Me van a perdonar y sobre todo usted,<br />

señor Bermú<strong>de</strong>z, carraspeó don Remigio Saldívar, él era un hombre <strong>de</strong> acción y no <strong>de</strong> discursos, es<br />

<strong>de</strong>cir que no hablo tan bien como el Pulga Heredia y el senador <strong>la</strong>nzó una carcajada y hubo un<br />

estrépito <strong>de</strong> risas. Él abrió <strong>la</strong> boca, arrugó <strong>la</strong> cara, y ahí estaría, b<strong>la</strong>nca, <strong>de</strong>snuda, seria, elegante,<br />

inmóvil, mientras Quetita <strong>de</strong>licadamente le quitaría <strong>la</strong>s medias arrodil<strong>la</strong>da a sus pies, y todos<br />

celebraban con sonrisas <strong>la</strong>s proezas <strong>de</strong> oratoria <strong>de</strong> don Remigio Saldívar sobre su falta <strong>de</strong> oratoria, y<br />

oía al grano Remigio, no es Cajamarca don Remigio: <strong>la</strong>s enrol<strong>la</strong>ría en cámara lenta y él vería <strong>la</strong>s<br />

manos <strong>de</strong> <strong>la</strong> sirvienta tan gran<strong>de</strong>s, tan morenas, tan toscas, bajando, bajando, por <strong>la</strong>s piernas tan<br />

b<strong>la</strong>ncas, tan b<strong>la</strong>ncas, y don Remigio Saldívar adoptó una expresión hierática: entrando en materia<br />

quería <strong>de</strong>cirle que no se preocupara, señor Bermú<strong>de</strong>z, ellos habían pensado, discutido y tomado<br />

todas <strong>la</strong>s medidas. Ahora el<strong>la</strong> se habría tendido en <strong>la</strong> cama y él <strong>la</strong> divisaría yaciendo b<strong>la</strong>nca y<br />

perfecta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los tules, y <strong>la</strong> oiría tú también Queta, <strong>de</strong>snúdate, ven Quetita.<br />

Incluso no hacía falta que fueran los esco<strong>la</strong>res ni los empleados públicos, no iba a caber tanta<br />

gente en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za, señor Bermú<strong>de</strong>z: que se quedaran estudiando y trabajando, nomás. Quetita se<br />

<strong>de</strong>snudaría y el<strong>la</strong> rápido, rápido, y <strong>la</strong> vería alta, oscura dura, elástica, vulgar, encogiéndose para<br />

sacarse <strong>la</strong> blusa y moviendo los pies, rápido, rápido, y sus zapatos caerían sin ruido a <strong>la</strong> alfombra <strong>de</strong><br />

vicuña. Don Remigio Saldívar hizo un a<strong>de</strong>mán enérgico: <strong>la</strong> gente <strong>de</strong> <strong>la</strong> manifestación <strong>la</strong> pondremos<br />

nosotros y no el gobierno, los cajamarquinos querían que el Presi<strong>de</strong>nte se llevara una buena<br />

impresión <strong>de</strong> nuestra tierra. Ahora Quetita correría, vo<strong>la</strong>ría, sus <strong>la</strong>rgos brazos se estirarían y<br />

apartarían los tules y su gran cuerpo quemado silenciosamente <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ría sobre <strong>la</strong>s sábanas: óigalo<br />

bien, señor Bermú<strong>de</strong>z.<br />

Había cambiado su tonito risueño y sus a<strong>de</strong>manes rústicos por una voz grave y soberbia y por<br />

gestos solemnes y todos lo escuchaban: los agricultores <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento habían co<strong>la</strong>borado<br />

magníficamente en los preparativos, y también los comerciantes y profesionales, óigalo bien. Y él<br />

saldría <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l biombo y se acercaría, su cuerpo sería una antorcha, llegaría hasta los tules,<br />

vería y su corazón agonizaría: sepa que le pondremos cuarenta mil hombres en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za, si es que no<br />

más. Ahí estarían bajo sus ojos abrazándose, oliéndose, transpirándose, anudándose y don Remigio<br />

Saldívar hizo una pausa para sacar un cigarrillo y buscar los fósforos, pero el diputado Azpilicueta<br />

se lo encendió: no era un problema <strong>de</strong> gente ni muchísimo menos, señor Bermú<strong>de</strong>z, sino <strong>de</strong><br />

transporte, como ya le había explicado al Pulga Heredia, risas y él automáticamente abrió <strong>la</strong> boca y<br />

arrugó <strong>la</strong> cara. No podían reunir <strong>la</strong> cantidad <strong>de</strong> camiones que harían falta para movilizar a <strong>la</strong> gente<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s haciendas y luego regresar<strong>la</strong>, y don Remigio Saldívar expulsó una bocanada <strong>de</strong> humo que<br />

b<strong>la</strong>nqueó su cara: hemos contratado una veintena <strong>de</strong> ómnibus y camiones pero necesitarían muchos<br />

más.<br />

Él se a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntó en <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>: por ese <strong>la</strong>do no tenían <strong>de</strong> qué preocuparse, señor Saldívar, contarían<br />

con todas <strong>la</strong>s facilida<strong>de</strong>s. Las manos b<strong>la</strong>ncas y <strong>la</strong>s morenas, <strong>la</strong> boca <strong>de</strong> <strong>la</strong>bios gruesos y <strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong>bios<br />

tan finos, los pezones ásperos inf<strong>la</strong>dos y los pequeños y cristalinos y suaves, los muslos curtidos y<br />

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