You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
Ellos también entraban don<strong>de</strong> doña Lupe cuando querían, se prestaban cosas. Cuando venía a<br />
Pucallpa, el marido <strong>de</strong> doña Lupe salía a sentarse con ellos a <strong>la</strong> calle, en <strong>la</strong>s noches, a tomar fresco.<br />
Era un viejo que sólo abría <strong>la</strong> boca para hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> su chacrita y sus <strong>de</strong>udas con el Banco<br />
Agropecuario.<br />
—Creo que ya estoy contenta —le había dicho un día Amalia a Ambrosio—. Ya me<br />
acostumbré aquí. Y a ti ya no se te ve tan antipático como al principio.<br />
—Se nota que te has acostumbrado —había respondido Ambrosio—. Andas sin zapatos y con<br />
tu paraguas, ya eres una montañesa. Sí, yo estoy contento también.<br />
—Contenta porque ya pienso poco en Lima —había dicho Amalia—. Ya casi no me sueño<br />
con <strong>la</strong> señora, ya casi nunca pienso en <strong>la</strong> policía.<br />
—Cuando recién llegaste pensé cómo pue<strong>de</strong> vivir con él —había dicho doña Lupe, un día—.<br />
Ahora te digo que tuviste suerte <strong>de</strong> conseguírtelo. Todas <strong>la</strong>s vecinas se lo quisieran <strong>de</strong> marido,<br />
negro y todo.<br />
Amalia se había reído: era cierto, se estaba portando muy bien con el<strong>la</strong>, muchísimo mejor que<br />
en Lima y hasta a Amalita Hortensia le hacía sus cariños. Se le había alegrado tanto el espíritu<br />
últimamente y hasta ahora nunca se había peleado con él en Pucallpa.<br />
—Felices pero hasta por ahí nomás —dice Ambrosio—. Lo que fal<strong>la</strong>ba era <strong>la</strong> cuestión p<strong>la</strong>ta,<br />
niño.<br />
Ambrosio había creído que gracias a los extras que sacaba sin que supiera don Hi<strong>la</strong>rio<br />
redon<strong>de</strong>arían el mes. Pero no, en primer lugar había pocos pasajeros, y en segundo a don Hi<strong>la</strong>rio se<br />
le había ocurrido que <strong>la</strong>s reparaciones <strong>la</strong>s pagaran a medias <strong>la</strong> empresa y el chofer. Don Hi<strong>la</strong>rio se<br />
había vuelto loco, Amalia, si le aceptaba esto se quedaría sin sueldo. Habían discutido y quedado en<br />
que Ambrosio pagaría el diez por ciento <strong>de</strong> <strong>la</strong>s reparaciones. Pero el segundo mes don Hi<strong>la</strong>rio le<br />
había <strong>de</strong>scontado el quince, y cuando se robaron <strong>la</strong> l<strong>la</strong>nta <strong>de</strong> repuesto había querido que Ambrosio<br />
pagara <strong>la</strong> nueva. Pero qué barbaridad, don Hi<strong>la</strong>rio, cómo se le ocurre. Don Hi<strong>la</strong>rio lo había mirado<br />
fijo: mejor no protestes, se le podían sacar muchos trapitos, ¿no se estaba ganando unos soles a sus<br />
espaldas? Ambrosio se había quedado sin saber qué <strong>de</strong>cir, pero don Hi<strong>la</strong>rio le había tendido <strong>la</strong><br />
mano: amigos <strong>de</strong> nuevo. Habían comenzado a redon<strong>de</strong>ar el mes con préstamos y a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntos que le<br />
hacía a regañadientes el propio don Hi<strong>la</strong>rio. Pantaleón, viéndolos en apuros; les había aconsejado<br />
déjense <strong>de</strong> pagar alquiler y vénganse a <strong>la</strong> barriada y háganse una cabañita junto a <strong>la</strong> mía.<br />
—No, Amalia —había dicho Ambrosio—. No quiero que te que<strong>de</strong>s so<strong>la</strong> cuando esté <strong>de</strong> viaje,<br />
con tanto vago que hay en <strong>la</strong> barriada. A<strong>de</strong>más, allá no podrías vigi<strong>la</strong>r "Ataú<strong>de</strong>s Limbo. No.<br />
281