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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

VI<br />

LA SEMANA siguiente Ambrosio no apareció por San Miguel, pero a <strong>la</strong> siguiente Amalia lo<br />

encontró un día esperándo<strong>la</strong> en el chino <strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina. Se había escapado sólo un momentito para<br />

verte, Amalia. No se pelearon, conversaron <strong>de</strong> lo más bien. Quedaron en salir juntos el domingo.<br />

Cómo has cambiado, le dijo él al <strong>de</strong>spedirse, cómo te has puesto.<br />

¿De veras habría mejorado tanto? Carlota le <strong>de</strong>cía tienes todo para gustarles a los hombres, <strong>la</strong><br />

señora también le hacía bromas así, los policías <strong>de</strong> <strong>la</strong> cuadra eran pura sonrisita, los choferes <strong>de</strong>l<br />

señor pura miradita, hasta el jardinero, el repartidor <strong>de</strong> <strong>la</strong> bo<strong>de</strong>ga y el mocoso <strong>de</strong> los periódicos se <strong>la</strong><br />

pasaban piropeándo<strong>la</strong>: a lo mejor era verdad. En <strong>la</strong> casa, fue a mirarse a los espejos <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora,<br />

con un brillo pícaro en los ojos: sí, era. Había engordado, se vestía mejor y eso se lo <strong>de</strong>bía a <strong>la</strong><br />

señora, tan buena. Le rega<strong>la</strong>ba todo lo que ya no se ponía, pero no como diciendo líbrame <strong>de</strong> esto,<br />

sino con cariño. Este vestido ya no me entra, pruébatelo, y <strong>la</strong> señora venía hay que subirle aquí,<br />

meterle un poco aquí, estos flequitos a ti no te quedan. Siempre le andaba diciendo no an<strong>de</strong>s con <strong>la</strong>s<br />

uñas sucias, péinate, <strong>la</strong>va tu mandil una mujer que no cuida <strong>de</strong> su persona está frita. No como a su<br />

sirvienta, pensaba Amalia, me da consejos como a su igual. La señora había hecho que se cortara el<br />

pelo con una melenita <strong>de</strong> hombre, una vez que le salieron granitos el<strong>la</strong> misma le puso una <strong>de</strong> sus<br />

pomadas y a <strong>la</strong> semana <strong>la</strong> cara limpiecita, otra vez tuvo dolor <strong>de</strong> mue<strong>la</strong>s y el<strong>la</strong> misma <strong>la</strong> llevó don<strong>de</strong><br />

un <strong>de</strong>ntista <strong>de</strong> Magdalena, <strong>la</strong> hizo curar y no le <strong>de</strong>scontó <strong>de</strong>l sueldo. Cuándo <strong>la</strong> iba a tratar así <strong>la</strong><br />

señora Zoi<strong>la</strong>, cuándo a preocuparse así.<br />

Nadie era como <strong>la</strong> señora Hortensia. A el<strong>la</strong> lo que más le importaba en el mundo era que todo<br />

estuviera limpio, que <strong>la</strong>s mujeres fueran bonitas y los hombres buenos mozos. Era lo primero que<br />

quería saber <strong>de</strong> alguien, ¿era guapa fu<strong>la</strong>nita, y él qué tal era? Y, eso sí, no perdonaba que alguien<br />

fuera feo. Cómo se bur<strong>la</strong>ba <strong>de</strong> <strong>la</strong> señorita Maclovia por sus dientes <strong>de</strong> conejo, <strong>de</strong>l señor Gumucio<br />

por su panza, <strong>de</strong> ésa que le <strong>de</strong>cían Paqueta por sus pestañas y uñas y senos postizos, y <strong>de</strong> lo vieja<br />

que era <strong>la</strong> señora Ivonne. ¡Cómo <strong>la</strong> rajaban con <strong>la</strong> señorita Queta a <strong>la</strong> señora Ivonne! Que <strong>de</strong> tanto<br />

pintarse el pelo se estaba quedando calva, que se le salió <strong>la</strong> <strong>de</strong>ntadura en un almuerzo, que <strong>la</strong>s<br />

inyecciones que se puso en vez <strong>de</strong> rejuvenecer<strong>la</strong> <strong>la</strong> arrugaron más.<br />

Hab<strong>la</strong>ban tanto <strong>de</strong> el<strong>la</strong> que Amalia tenía curiosidad y un día Carlota le dijo ahí está, es ésa que<br />

ha venido con <strong>la</strong> señorita Queta. Salió a mirar<strong>la</strong>. Estaban tomándose un traguito en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. La<br />

señora Ivonne no era tan vieja ni tan fea, qué injustas. Y qué elegancia, qué joyas, bril<strong>la</strong>ba todita.<br />

Cuando se fue, <strong>la</strong> señora entró a <strong>la</strong> cocina: olví<strong>de</strong>nse que <strong>la</strong> vieja vino aquí. Las amenazó con su<br />

<strong>de</strong>do riéndose: si Cayo sabe que estuvo aquí <strong>la</strong>s mato a <strong>la</strong>s tres.<br />

DESDE el umbral vio el pequeño rostro constreñido <strong>de</strong>l doctor Arbeláez, sus pómulos<br />

huesudos y chaposos, los anteojos caídos sobre <strong>la</strong> nariz.<br />

—Siento llegar tar<strong>de</strong>, doctor —el escritorio te queda gran<strong>de</strong>, pobre diablo—. Tuve un<br />

almuerzo <strong>de</strong> trabajo, discúlpeme.<br />

—Está usted a <strong>la</strong> hora, don Cayo —el doctor Arbeláez le sonrió sin afecto—. Siéntese, por<br />

favor.<br />

—Encontré ayer su memorándum, pero no pu<strong>de</strong> venir antes —arrastró una sil<strong>la</strong>, puso el<br />

maletín sobre sus rodil<strong>la</strong>s—. El viaje <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte a Cajamarca me tiene absorbido estos días.<br />

Detrás <strong>de</strong> los anteojos, los ojos miopes y hostiles <strong>de</strong>l doctor Arbeláez asintieron.<br />

—Es otro asunto <strong>de</strong>l que me gustaría que habláramos, don Cayo —fruncía <strong>la</strong> boca, no<br />

disimu<strong>la</strong>ba su contrariedad—. Anteayer le pedí informes a Lozano sobre los preparativos y me dijo<br />

que usted había dado instrucciones <strong>de</strong> que no se comunicaran a nadie.<br />

—Pobre Lozano —dijo él, compasivamente—. Le echaría usted un sermón, por supuesto.<br />

—No, ningún sermón —dijo el doctor Arbeláez—. Me quedé tan sorprendido que no atiné ni<br />

a eso.<br />

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