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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
Colmena, andado aturdido bajo el Portal y <strong>de</strong> pronto ahí estaba <strong>la</strong> silueta <strong>de</strong>sbaratada <strong>de</strong> Carlitos<br />
levantándose <strong>de</strong> una mesa <strong>de</strong>l bar Ze<strong>la</strong>, su mano l<strong>la</strong>mándote.<br />
Ya habían regresado <strong>de</strong> don<strong>de</strong> Ivonne, Zavalita, ¿había aparecido <strong>la</strong> tal Queta? ¿Y Periquito y<br />
Becerrita? Pero cuando llegó junto a Santiago, cambió <strong>de</strong> voz: qué pasaba, Zavalita.<br />
—Me siento mal —lo habías cogido <strong>de</strong>l brazo, Zavalita—. Muy mal, viejo.<br />
Ahí estaba Carlitos mirándote <strong>de</strong>sconcertado, vaci<strong>la</strong>ndo, ahí el golpecito que te dio en el<br />
hombro: mejor se iban a tomar un trago, Zavalita. Se <strong>de</strong>jó arrastrar, bajó como un sonámbulo <strong>la</strong><br />
escalerita <strong>de</strong>l "Negro Negro", cruzó ciego y tropezando <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s semivacías <strong>de</strong>l local, <strong>la</strong> mesa<br />
<strong>de</strong> siempre estaba libre, dos cervezas alemanas dijo Carlitos al mozo y se recostó contra <strong>la</strong>s<br />
carátu<strong>la</strong>s <strong>de</strong>l New Yorker.<br />
—Siempre naufragamos aquí, Zavalita —su cabeza crespa, piensa, <strong>la</strong> amistad <strong>de</strong> sus ojos, su<br />
cara sin afeitar, su piel amaril<strong>la</strong>—. Este antro nos tiene embrujados.<br />
—Si me iba a <strong>la</strong> pensión, me iba a volver loco, Carlitos —dijo Santiago.<br />
—Creí que era l<strong>la</strong>nto <strong>de</strong> borracho, pero ahora veo que no —dijo Carlitos—. Todos acaban<br />
teniendo un lío con Becerrita. ¿Se emborrachó y te echó <strong>de</strong> carajos en el bulín? No le hagas caso<br />
hombre.<br />
Ahí <strong>la</strong>s carátu<strong>la</strong>s bril<strong>la</strong>ntes, sardónicas y multicolores, el rumor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>conversacion</strong>es <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
gente invisible. El mozo trajo <strong>la</strong>s cervezas, bebieron al mismo tiempo. Carlitos lo miró por encima<br />
<strong>de</strong> su vaso, le ofreció un cigarrillo y se lo encendió.<br />
—Aquí tuvimos nuestra primera conversación <strong>de</strong> masoquistas, Zavalita —dijo—. Aquí nos<br />
confesamos que éramos un poeta y un comunista fracasados. Ahora somos sólo dos periodistas.<br />
Aquí nos hicimos amigos, Zavalita.<br />
—Tengo que contárselo a alguien porque me está quemando, Carlitos —dijo Santiago.<br />
—Si te vas a sentir mejor, okey —dijo Carlitos—. Pero piénsalo. A veces me pongo a hacer<br />
confi<strong>de</strong>ncias en mis crisis y <strong>de</strong>spués me pesa y odio a <strong>la</strong> gente que conoce mis puntos f<strong>la</strong>cos. No<br />
vaya a ser que mañana me odies, Zavalita.<br />
Pero Santiago se había puesto a llorar otra vez. Dob<strong>la</strong>do sobre <strong>la</strong> mesa, ahogaba los sollozos<br />
apretando el pañuelo contra <strong>la</strong> boca, y sentía <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> Carlitos en el hombro: calma, hombre.<br />
—Bueno, tiene que ser eso —suave, piensa, tímida, compasivamente—. ¿Becerrita se<br />
emborrachó y te aventó lo <strong>de</strong> tu padre <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> todo el bulín?<br />
No en el momento que lo supiste, Zavalita, sino ahí. Piensa: sino en el momento que supe que<br />
todo Lima sabía que era marica menos yo. Toda <strong>la</strong> redacción, Zavalita, menos tú. El pianista había<br />
comenzado a tocar, una risita <strong>de</strong> mujer a ratos en <strong>la</strong> oscuridad, el gusto ácido <strong>de</strong> <strong>la</strong> cerveza, el mozo<br />
venía con su linterna a llevarse <strong>la</strong>s botel<strong>la</strong>s y a traer otras. Hab<strong>la</strong>bas estrujando el pañuelo, Zavalita,<br />
secándote <strong>la</strong> boca y los ojos. Piensa: no se iba a acabar el mundo, no te ibas a volver loco, no te ibas<br />
a matar.<br />
—Conoces <strong>la</strong> lengua <strong>de</strong> <strong>la</strong> gente, <strong>la</strong> lengua <strong>de</strong> <strong>la</strong>s putas —a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntando y retrocediendo en el<br />
asiento piensa, asombrado, asustado él también—. Soltó esa historia para bajarle los humos a<br />
Becerrita, para taparle <strong>la</strong> boca por el mal rato que le hizo pasar.<br />
—Hab<strong>la</strong>ban <strong>de</strong> él como si fueran <strong>de</strong> tú y voz —dijo Santiago—. Y yo ahí, Carlitos.<br />
—Lo jodido no es esa historia <strong>de</strong>l asesinato, eso tiene que ser mentira, Zavalita —<br />
tartamu<strong>de</strong>ando él también, piensa, contradiciéndose él también—. Sino que te enteraras ahí <strong>de</strong> lo<br />
otro, y por boca <strong>de</strong> quién. Yo creí que tú lo sabías ya, Zavalita.<br />
—Bo<strong>la</strong> <strong>de</strong> Oro, su cachero, su chofer —dijo Santiago—. Como si lo conocieran <strong>de</strong> toda <strong>la</strong><br />
vida. Él en medio <strong>de</strong> toda esa mugre, Carlitos. Y yo ahí.<br />
No podía ser y fumabas, Zavalita, tenía que ser mentira y tomabas un trago y te atorabas, y se<br />
le iba <strong>la</strong> voz y repetía siempre no podía ser. Y Carlitos, su cara disuelta en humo, <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />
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