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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Mucho coco, supersabio —el Chispas se tocaba <strong>la</strong> sien, se reía a carcajadas, pero no podía<br />

disimu<strong>la</strong>r su emoción, piensa, su confusión—. Me <strong>de</strong>moré, pero al fin te encontré, f<strong>la</strong>co.<br />

Vestido <strong>de</strong> beige, una camisa crema, una corbata ver<strong>de</strong> pálida, y se lo veía bruñido, fuerte y<br />

saludable, y tú te acordaste que no te cambiabas <strong>de</strong> camisa hacía tres días, Zavalita, que no te<br />

lustrabas los zapatos hacía un mes, y que tu terno estaría seguramente arrugado y manchado,<br />

Zavalita.<br />

—¿Te cuento cómo te pesqué, supersabio? P<strong>la</strong>ntándome frente a "La Crónica" un montón <strong>de</strong><br />

noches. Los viejos creían que andaba <strong>de</strong> jarana y yo ahí, esperándote para seguirte. Dos veces me<br />

confundí con otro que se bajaba <strong>de</strong>l colectivo antes que tú. Pero ayer te pesqué y te vi entrar. Te<br />

juro que estaba medio muñequeado, supersabio.<br />

—Creías que te iba a tirar piedras —dijo Santiago.<br />

—No piedras, pero sí que te pondrías medio cojudo —y se ruborizó—. Como eres loco y no<br />

hay quien te entienda, qué sé yo. Menos mal que te portaste como una persona <strong>de</strong>cente, supersabio.<br />

EL cuarto era gran<strong>de</strong> y sucio, pare<strong>de</strong>s rajadas y con manchas, una cama sin hacer, ropa <strong>de</strong><br />

hombre colgando <strong>de</strong> ganchos sujetos a <strong>la</strong> pared con c<strong>la</strong>vos. Amalia vio un biombo, una cajetil<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />

Inca sobre el ve<strong>la</strong>dor, un <strong>la</strong>vatorio <strong>de</strong>sportil<strong>la</strong>do, un espejito, olió a orines y encierro y se dio cuenta<br />

que estaba llorando. ¿Para qué <strong>la</strong> había traído aquí?, hab<strong>la</strong>ba entre dientes, y todavía con mentiras,<br />

tan bajito que apenas se oía, diciendo vamos a ver a mi amigo, quería engañar<strong>la</strong>, aprovecharse, darle<br />

<strong>la</strong> patada como <strong>la</strong> otra vez. Ambrosio se había sentado en <strong>la</strong> cama revuelta, y, por entre sus<br />

<strong>la</strong>grimones, Amalia lo veía mover <strong>la</strong> cabeza, no entien<strong>de</strong>s, no me compren<strong>de</strong>s. ¿De qué lloraba?, le<br />

hab<strong>la</strong>ba con cariño, ¿porque te empujé?, mirándo<strong>la</strong> con una expresión contrita y lúgubre, estabas<br />

haciendo un escándalo ahí afuera con tu terquedad <strong>de</strong> no entrar, Amalia, hubiera venido toda <strong>la</strong><br />

vecindad diciendo qué pasa, qué hubiera dicho <strong>de</strong>spués Ludovico. Había encendido uno <strong>de</strong> los<br />

cigarrillos <strong>de</strong>l ve<strong>la</strong>dor y comenzó a observar<strong>la</strong> <strong>de</strong>spacito, los pies, <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s, subía sin apuro por<br />

su cuerpo y cuando llegó a sus ojos le sonrió y el<strong>la</strong> sintió calorcito y vergüenza: qué bruta eres.<br />

Enojó <strong>la</strong> cara lo más que pudo. Ludovico iba a venir ahorita, Amalia, venía y se iban, ¿acaso te<br />

estoy haciendo algo?, y el<strong>la</strong> ay <strong>de</strong> ti que te atrevieras. Ven, Amalia, siéntate aquí, conversemos. No<br />

se iba a sentar, abre <strong>la</strong> puerta, quería irse. Y él: ¿te ponías a llorar cuando el textil te llevaba a su<br />

casa? La cara se, le amargó y Amalia pensó está celoso, está furioso, y sintió que se le iba <strong>la</strong> cólera.<br />

No era como tú, dijo mirando al suelo, no se avergonzaba <strong>de</strong> mí, pensando se va a parar y te va a<br />

pegar, él no <strong>la</strong> hubiera botado por miedo a per<strong>de</strong>r su trabajo, pensando a ver párate, a ver pégame,<br />

para él lo primero era yo, pensando bruta, estás queriendo que te bese. Él torció <strong>la</strong> boca, se le habían<br />

saltado los ojos, botó el pucho al suelo y lo ap<strong>la</strong>stó. Amalia tenía su orgullo, no me vas a engañar<br />

dos veces, y él <strong>la</strong> miró con ansiedad: si ése no se hubiera muerto te juro que lo mataba, Amalia.<br />

Ahora sí se iba a atrever, ahora sí.<br />

Sí, se paró <strong>de</strong> un salto, y a cualquier otro que se le cruzara también, y lo vio acercarse<br />

<strong>de</strong>cidido, con <strong>la</strong> voz un poco ronca: porque tú eres mi mujer, eso lo vas a. No se movió, <strong>de</strong>jó que <strong>la</strong><br />

cogiera <strong>de</strong> los hombros y entonces lo empujó con todas sus fuerzas y lo vio trastabillear y reírse,<br />

Amalia, Amalia, y tratar <strong>de</strong> agarrar<strong>la</strong> <strong>de</strong> nuevo. Así estaban, correteándose, empujándose,<br />

jaloneándose, cuando <strong>la</strong> puerta se abrió y <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> Ludovico, tristísima.<br />

Apagó su cigarrillo, encendió otro, cruzó una pierna, los oyentes a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntaban <strong>la</strong>s cabezas para<br />

no per<strong>de</strong>r pa<strong>la</strong>bra, y él escuchó su propia voz fatigada: se había <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rado feriado el 26, se habían<br />

dado instrucciones a los directores <strong>de</strong> colegios y <strong>de</strong> escue<strong>la</strong>s fiscales para que llevaran el alumnado<br />

a <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za, esto garantizaría ya una buena asistencia, y <strong>la</strong> señora Heredia estaría viendo <strong>la</strong><br />

manifestación <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un balcón <strong>de</strong> <strong>la</strong> Municipalidad, tan alta, tan seria, tan b<strong>la</strong>nca, tan elegante, y,<br />

mientras, él estaría ya en <strong>la</strong> casa—hacienda convenciendo a <strong>la</strong> sirvienta: ¿mil, dos mil, tres mil<br />

soles, Quetita? Pero, c<strong>la</strong>ro, sonrió y entrevió que todos sonreían, no se trataba <strong>de</strong> que el Presi<strong>de</strong>nte<br />

hab<strong>la</strong>ra ante esco<strong>la</strong>res, y <strong>la</strong> sirvienta diría bueno, tres mil, espérese aquí y lo escon<strong>de</strong>ría tras <strong>de</strong> un<br />

biombo. También se había calcu<strong>la</strong>do que asistirían empleados <strong>de</strong> <strong>la</strong>s reparticiones públicas, aunque<br />

eso no significaría mucha gente, y él ahí, inmóvil, oculto, a oscuras, esperaría mirando <strong>la</strong>s<br />

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