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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
empezar a aplicar <strong>la</strong> ley y a ver dón<strong>de</strong> iban a parar los jabes. Ya estaban en <strong>la</strong> Urbanización <strong>de</strong> "Los<br />
C<strong>la</strong>veles”, ya habían llegado.<br />
—Bájate tú, Ludovico —dijo el señor Lozano—. Tráeme al cojo aquí.<br />
—Porque gracias a sus contactos con los jabes y bulines, el señor Lozano se entera <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida<br />
y mi<strong>la</strong>gros <strong>de</strong> <strong>la</strong> gente —dijo Ambrosio—. Así <strong>de</strong>cían ese par, al menos.<br />
Ludovico fue corriendo hasta <strong>la</strong> tapia. No había co<strong>la</strong>: los autos daban sus vueltas hasta que<br />
salía algún carro, entonces se cuadraban frente al portón, señales con <strong>la</strong>s luces, les abrían y a mojar.<br />
A<strong>de</strong>ntro todo estaba oscuro; sombras <strong>de</strong> autos entrando a los garajes, rayitas <strong>de</strong> luz bajo <strong>la</strong>s puertas,<br />
siluetas <strong>de</strong> mozos llevando cervezas.<br />
—Salud, Ludovico —dijo el cojo Melequías—. ¿Te sirvo una cerveza?<br />
—No hay tiempo, hermano —dijo Ludovico—. Ahí está el hombre esperando.<br />
—Bueno, no sé exactamente <strong>de</strong> qué se enteraría, don —dijo Ambrosio—. De qué mujer le<br />
metía cuernos a su marido y con quién, <strong>de</strong> qué marido a su mujer y con quién. Me figuro que <strong>de</strong><br />
eso.<br />
Cojeando Melequías fue hasta <strong>la</strong> pared y <strong>de</strong>scolgó su saco, agarró a Ludovico <strong>de</strong>l brazo:<br />
hazme <strong>de</strong> bastón para ir más rápido, hermano. Hasta <strong>la</strong> Panamericana no paró <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>r, como<br />
siempre, y <strong>de</strong> lo mismo que siempre: sus quince años en el cuerpo. Y no como un simple tira,<br />
Ludovico, sino <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l esca<strong>la</strong>fón, y <strong>de</strong> los hampones que le habían jodido <strong>la</strong> pata a chavetazos<br />
esa vez.<br />
—Y esos datos a don Cayo le sirven mucho ¿no cree, don? —dijo Ambrosio—. Sabiendo esas<br />
intimida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong>s personas, <strong>la</strong>s tiene aquí ¿no?<br />
—Debías agra<strong>de</strong>cérselo a los hampones, Melequías —dijo Ludovico—. Gracias a ellos tienes<br />
este trabajito <strong>de</strong>scansado, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bes estarte forrando.<br />
—No creas, Ludovico —veían pasar zumbando los autos por <strong>la</strong> Panamericana, el Forcito no<br />
llegaba—. Extraño el cuerpo. Sacrificado, sí, pero eso era vivir. Ya sabes, hermano, cuando<br />
necesites ésta es tu casa. Cuarto gratis, servicio gratis, hasta trago gratis para ti, Ludovico. Mira, ahí<br />
está el autito.<br />
—Ese par creían que con los datos que le pasaban en los jabes, el señor Lozano hacía sus<br />
chantajes —dijo Ambrosio—. Que sacaba sus tajadas también por evitar escándalos a <strong>la</strong> gente.<br />
¿Qué tipo para los negocios no, don?<br />
—Espero que no me vengas con ningún cuentanazo, cojo —dijo el señor Lozano—. Mira que<br />
estoy <strong>de</strong> muy malhumor.<br />
—Cómo se le ocurre —dijo el cojo Melequías—. Aquí está su sobrecito, con saludos <strong>de</strong>l jefe,<br />
señor Lozano.<br />
—Vaya, menos mal. —Y Ludovico e Hipólito como diciendo lo amansó completamente—.<br />
¿Y qué hubo <strong>de</strong> lo otro, cojo, se apareció el sujeto por acá?<br />
—Se apareció el viernes —dijo el cojo Melequías—. En el mismo carro <strong>de</strong> <strong>la</strong> otra vez, señor<br />
Lozano.<br />
—Bien cojo —dijo el señor Lozano—. Bravo cojo.<br />
—¿Que si me parece mal? —dijo Ambrosio—. Bueno, don, por una parte c<strong>la</strong>ro que sí ¿no?<br />
Pero esas cosas <strong>de</strong> <strong>la</strong> policía, <strong>de</strong> <strong>la</strong> política, nunca son muy limpias. Trabajando con don Cayo uno<br />
se daba cuenta, don.<br />
—Pero ocurrió un acci<strong>de</strong>nte, señor Lozano —Ludovico e Hipólito: <strong>la</strong> embarró otra vez—. No,<br />
no me olvidé <strong>de</strong> cómo se manejaba el aparato, el tipo que usted mandó hizo <strong>la</strong> insta<strong>la</strong>ción perfecta.<br />
Yo mismo moví <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>nquita.<br />
—Y entonces dón<strong>de</strong> están <strong>la</strong>s cintas —dijo el señor Lozano—. Dón<strong>de</strong> <strong>la</strong>s fotografías.<br />
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