Año 38, nº 124 (1929) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

184 Anales de la Universidad
calle, emanaban de cambios bruscos por falta de apoyo o por
vacilaciones de última hora de algunos de los jefes de batallón.
Dos cosas condenó de inmediato la conciencia pública: la tentativa
para reinstalar al ex dictador Latorre en el escenario que
había cubierto de sangre quince años antes, y la farsa creada
y organizada por el Presidente Herrera y Obes, para ahogar un
movimiento que pudo y debió ser desbaratado rápida y públicamente
en su origen, sin dar lugar a que se derramara sangre;
de los conjurados en el cuartel y sangre de inocentes en la calles
de la Unión.
Persuadido de que había estimulado el espíritu revolucionario,
en vez de reprimirlo franca y abiertamente desde el primer
día, se apresuró el Presidente Herrera y Obes a pedir a la Asamblea
una ley de amnistía.
«Podemos correr el velo del olvido, decía en su Mensaje de
mediados de noviembre, y darnos la serenidad de espíritu necesaria
para cumplir lo,s arduos deberes que los acontecimientos
nos imponen: ayudar al pais a salir de la postración material en
que se encuentra y consumar en lo moral todas las reformas necesarias
y requeridas en el sentido de habilitar a los ciudadanos y
a los partidos para ejercer sus derechos políticos al amparo de
la más amplia libertad y de las más eficaces garantías.»
La Asamblea dictó, sin vacilaciones la ley que se le pedía, restableciéndose
con ello la perfecta tranquilidad del medio ambiente
político.
La tercera y última tentativa de revolución, se produjo en
febrero de 1892. El regimiento de artillería destacado en la
Unión, salió de su cuartel después del toque de lista, sin autorización
ni conocimiento del Estado Mayor. Bl Presidente H*irrera
y Obes, concurrió en el acto a la Jefatura de Policía y todos
los militares se pusieron en movimiento. Pero el regimiento
regresó a su cuartel, sin realizar nada anormal. Pocas horas después,
eran destituidos algunos jefes de batallón y se producía
un cambio en el Ministerio que aseguraba la completa estabilidad
de la situación. Es que aparte de la misteriosa salida del
regimiento de artillería, en otro de los cuarteles se habían insubordinado
un sargento y dos cabos «dando gritos sediciosos»
según lo confesaba el diario oficial «La Nación».
Hubo todavía, a mediados del mismo año, rumores de revolución,
pero la paz estaba sólidamente establecida y esos rumores