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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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8. LA PÉRDIDA DEL PARAÍSO: AISLAMIENTO O DESTIERRO DEL HÉROE CONFRONTADO A SU PROPIA RESPONSABILIDAD<br />

Luigi Piran<strong>de</strong>llo (1867-1936)<br />

5<br />

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126<br />

GUERRA<br />

Los viajeros que habían salido <strong>de</strong> Roma en el expreso nocturno tuvieron que<br />

esperar hasta el amanecer en <strong>la</strong> pequeña estación <strong>de</strong> Fabriano para seguir viaje en el<br />

pequeño y antiguo tren <strong>de</strong> cercanías y en<strong>la</strong>zar con <strong>la</strong> línea principal <strong>de</strong> Sulmona.<br />

Al amanecer, en un vagón <strong>de</strong> segunda c<strong>la</strong>se con el aire viciado y lleno <strong>de</strong> humo en<br />

el que ya habían pasado <strong>la</strong> noche cinco personas, subieron —casi <strong>com</strong>o un bulto<br />

informe— a una mujer corpulenta <strong>de</strong> luto riguroso. Tras el<strong>la</strong>, resop<strong>la</strong>ndo y ja<strong>de</strong>ante,<br />

iba su marido, un hombre <strong>de</strong>lgado y débil, <strong>la</strong> cara b<strong>la</strong>nca <strong>com</strong>o un cadáver, los ojos<br />

pequeños y vidriosos y aspecto <strong>de</strong> sentirse cohibido e incómodo.<br />

Cuando por fin tomó asiento el hombre dio <strong>la</strong>s gracias amablemente a los pasajeros<br />

que habían ayudado a su esposa y que le habían hecho sitio; entonces se volvió hacia<br />

<strong>la</strong> mujer para intentar bajarle el cuello <strong>de</strong>l abrigo, y amablemente preguntó:<br />

—¿Estás bien, querida?<br />

La esposa, en lugar <strong>de</strong> contestar, volvió a subirse el cuello hasta los ojos, <strong>com</strong>o para<br />

escon<strong>de</strong>r <strong>la</strong> cara.<br />

—Cochino mundo —refunfuñó el marido con una sonrisa triste.<br />

Y se sintió en <strong>la</strong> obligación <strong>de</strong> explicar a sus <strong>com</strong>pañeros <strong>de</strong> viaje que a <strong>la</strong> pobre<br />

mujer había que tenerle lástima, pues <strong>la</strong> guerra le había arrebatado a su único hijo, un<br />

muchacho <strong>de</strong> veinte años al que ambos habían <strong>de</strong>dicado <strong>la</strong> vida entera, levantando<br />

incluso su casa <strong>de</strong> Sulmona para seguirlo hasta Roma, don<strong>de</strong> se había ido <strong>de</strong> estudiante,<br />

permitiéndole <strong>de</strong>spués marchar voluntario a <strong>la</strong> guerra con <strong>la</strong> seguridad, empero, <strong>de</strong> que<br />

al menos en seis meses no lo iban a mandar al frente y ahora, <strong>de</strong> pronto, reciben un<br />

cable diciendo que tenía que partir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> tres días y pidiéndoles que fueran a<br />

<strong>de</strong>spedirlo.<br />

La mujer se revolvía y se agitaba bajo el gran abrigo, a veces gruñía <strong>com</strong>o un animal<br />

salvaje, segura <strong>de</strong> que todas esas explicaciones no habrían suscitado siquiera una pizca<br />

<strong>de</strong> <strong>com</strong>pasión en aquel<strong>la</strong>s personas, que —muy probablemente— se encontraban en <strong>la</strong><br />

misma situación que el<strong>la</strong>. Uno <strong>de</strong> ellos, que había estado escuchando con particu<strong>la</strong>r<br />

atención, dijo: “Debería dar gracias a Dios porque su hijo no haya ido hasta el frente<br />

hasta ahora. Al mío lo mandaron allí el primer día <strong>de</strong> <strong>la</strong> guerra. Ya ha regresado dos<br />

veces herido y lo han <strong>de</strong>vuelto otra vez al frente.”<br />

—¿Y yo que? Tengo dos hijos y tres sobrinos en el frente —dijo otro pasajero.<br />

—Quizás, pero en nuestro caso es nuestro único hijo —se permitió <strong>de</strong>cir el marido.<br />

—¿Qué más dará? Usted pue<strong>de</strong> malcriar a su único hijo con atenciones excesivas,<br />

pero no pue<strong>de</strong> quererlo más <strong>de</strong> lo que querría al resto <strong>de</strong> sus hijos si los tuviera. El<br />

amor <strong>de</strong> un padre no es <strong>com</strong>o el pan que se pue<strong>de</strong> cortar en trozos y repartirlo entre los<br />

hijos en raciones iguales. Un padre da todo su amor a cada uno <strong>de</strong> sus hijos sin<br />

discriminación, sean uno o diez, y si yo estoy sufriendo ahora por mis dos hijos no<br />

estoy sufriendo <strong>la</strong> mitad por cada uno <strong>de</strong> ellos, sino el doble...<br />

—C<strong>la</strong>ro... c<strong>la</strong>ro... —musitó el marido turbado—, pero suponga (por supuesto todos<br />

esperamos que no se vea usted nunca en este caso) que un padre tiene dos hijos en el<br />

frente y pier<strong>de</strong> a uno <strong>de</strong> ellos; aún le queda uno para conso<strong>la</strong>rlo... mientras que...

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