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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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20. LOS PRIMEROS ÉXITOS PARCIALES DEL HÉROE EN DESENMASCARAR LAS FUERZAS SOCIALES IMPOSTORAS<br />

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—Vaya, no me lo puedo creer; mira quién está aquí! —vociferó <strong>la</strong> señora Barrows, y<br />

su risa <strong>de</strong> mu<strong>la</strong> retumbó <strong>com</strong>o el tableteo <strong>de</strong> una metralleta.<br />

Se aba<strong>la</strong>nzó sobre el<strong>la</strong> <strong>com</strong>o para hacerle un drib<strong>la</strong>je*, pero chocó con el<strong>la</strong>.<br />

—¡Eh, no avasalle! —dijo el<strong>la</strong> cerrando <strong>la</strong> puerta. Se encontraban en el cuarto <strong>de</strong><br />

estar que al señor Martin le pareció iluminado por cientos <strong>de</strong> lámparas. —¿Qué le trae<br />

por aquí? —preguntó—. Es usted un manojo <strong>de</strong> nervios.<br />

Se dio cuenta <strong>de</strong> que ni siquiera podía hab<strong>la</strong>r. Tenía <strong>la</strong> garganta hecha un nudo.<br />

—Yo..., sí.<br />

Fue todo lo que le salió. El<strong>la</strong> farful<strong>la</strong>ba* y se reía mientras le ayudaba a quitarse el<br />

abrigo.<br />

—No, no —dijo él. —Lo pondré aquí—. Se lo quitó y lo <strong>de</strong>jó en una sil<strong>la</strong> cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

puerta.<br />

—Su sombrero y sus guantes. Está en casa <strong>de</strong> una dama.<br />

Él colocó el sombrero encima <strong>de</strong>l abrigo. La señora Barrows le pareció más alta <strong>de</strong> lo<br />

que pensaba. Se <strong>de</strong>jó los guantes puestos.<br />

—Pasaba por aquí. Reconocí... ¿Está con alguien más?<br />

El<strong>la</strong> se rió más fuerte que nunca.<br />

—No. Estamos solos. Está b<strong>la</strong>nco <strong>com</strong>o el papel; es usted un tipo curioso. ¿Qué es lo<br />

que le está pasando? ¿Le preparo un ponche*? —El<strong>la</strong> empezó a caminar hacia una<br />

puerta atravesando <strong>la</strong> habitación—. O ¿whisky con soda, mejor? Pero, usted no bebe,<br />

¿no?<br />

Se volvió y le dirigió una mirada divertida. El señor Martin intentó calmarse.<br />

—Sí, whisky, mejor —resonó en su mente. Podía oír<strong>la</strong> reírse en <strong>la</strong> cocina.<br />

El señor Martin miró <strong>de</strong> prisa alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> estar por si hubiese armas.<br />

Había contado con encontrar una. Había morillos* y un atizador y algo en un rincón que<br />

parecía una porra india. Nada <strong>de</strong> eso serviría. No podía ser <strong>de</strong> esa manera. Comenzó a<br />

dar vueltas alre<strong>de</strong>dor. Llegó a un escritorio. Sobre él había un abrecartas <strong>de</strong> hierro con<br />

adorno en <strong>la</strong> empuñadura. ¿Estaría lo suficientemente afi<strong>la</strong>do? Lo cogió y lo golpeó<br />

contra una pequeña arqueta <strong>de</strong> bronce. Unos sel<strong>la</strong>dores* se salieron <strong>de</strong> <strong>la</strong> arqueta y ésta<br />

se cayó al suelo con gran estrépito.<br />

—¡Eh! —gritó <strong>la</strong> señora Barrows <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina— ¿contando camándu<strong>la</strong>s?<br />

El señor Martin soltó una carcajada extraña.<br />

Tomó el abrecartas <strong>de</strong> nuevo y probó <strong>la</strong> punta en su muñeca izquierda. No tenía<br />

punta. No valía.<br />

Cuando <strong>la</strong> señora Barrows reapareció con dos vasos <strong>de</strong> whisky con soda, el señor<br />

Martin, allí <strong>de</strong> pie con sus guantes puestos, se dio perfecta cuenta <strong>de</strong> lo fantasioso <strong>de</strong> su<br />

<strong>com</strong>portamiento. Cigarrillos en el bolsillo, una bebida preparada para él, todo era <strong>de</strong>masiado<br />

improbable. Más aún, imposible. En alguna parte recóndita* <strong>de</strong> su mente se<br />

removió una vaga i<strong>de</strong>a y surgió.<br />

—¡Pero, por Dios, quítese esos guantes! —dijo <strong>la</strong> señora Barrows.<br />

—Siempre los llevo puestos en casa —explicó el señor Martin. La i<strong>de</strong>a, extraña y<br />

maravillosa, <strong>com</strong>enzaba a prosperar. El<strong>la</strong> colocó los vasos en una mesita <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> un<br />

sofá y se sentó en él.<br />

—Venga aquí, extraño hombrecillo —le rogó. El señor Martin se acercó y se sentó a<br />

su <strong>la</strong>do. Le resultaba difícil sacar un cigarrillo <strong>de</strong>l paquete <strong>de</strong> Camel, pero finalmente lo<br />

consiguió. El<strong>la</strong>, sonriente, le acercó una ceril<strong>la</strong> encendida—. Bueno —dijo a<strong>la</strong>rgándole<br />

pase<br />

mascul<strong>la</strong>ba,hab<strong>la</strong>ba<br />

atropel<strong>la</strong>damente<br />

bebida <strong>de</strong> licor con<br />

agua caliente, limón<br />

y azúcar y, a veces,<br />

especias<br />

caballetes para <strong>la</strong><br />

leña <strong>de</strong>l hogar<br />

sellos<br />

oculta, profunda<br />

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