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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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22. EL PODER TRANSFORMADOR DE LA IMAGINACIÓN SOCIAL<br />

Isaac B. Singer (1904)<br />

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LA LLAVE<br />

A eso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s tres <strong>de</strong> <strong>la</strong> tar<strong>de</strong>, Bessie Popkin <strong>com</strong>enzó a prepararse para bajar a <strong>la</strong> calle.<br />

Salir <strong>de</strong> casa <strong>com</strong>portaba muchas dificulta<strong>de</strong>s, especialmente en los ardientes días <strong>de</strong><br />

verano. En primer lugar, Bessie Popkin tenía que embutir su obeso cuerpo en un corsé,<br />

luego calzarse a presión los hinchados pies, y también tenía que peinar su cabellera, que<br />

Bessie se teñía en casa y que le crecía siempre enmarañada y mostraba mechas <strong>de</strong> todos los<br />

colores, amarillo, negro, gris y rojo entre otros. Luego, <strong>de</strong>bía adoptar <strong>la</strong>s precauciones<br />

precisas para que sus vecinos, aprovechando su ausencia, no entraran en <strong>la</strong> casa y le robaran<br />

lencería y vestidos, así <strong>com</strong>o sus documentos, o bien lo revolvieran todo y luego el<strong>la</strong> tuviera<br />

que andar buscando.<br />

Bessie no sólo vivía atormentada por seres humanos, sino también por <strong>de</strong>monios, espíritus<br />

y po<strong>de</strong>res malignos. Escondía <strong>la</strong>s gafas en <strong>la</strong> mesil<strong>la</strong> <strong>de</strong> noche, y luego <strong>la</strong>s encontraba<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una zapatil<strong>la</strong>. Dejaba el frasco <strong>de</strong> tinte para el pelo en el cajón <strong>de</strong> <strong>la</strong>s medicinas,<br />

y días <strong>de</strong>spués lo <strong>de</strong>scubría bajo <strong>la</strong> almohada. En cierta ocasión <strong>de</strong>jó un cazo con sopa <strong>de</strong><br />

nabos en el frigorífico, pero el Nunca Visto <strong>la</strong> quitó <strong>de</strong> allí, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho buscar<br />

Bessie encontró el cazo en el armario en que guardaba sus vestidos. Una gruesa capa <strong>de</strong><br />

grasa, que apestaba a rancio, cubría <strong>la</strong> superficie <strong>de</strong> <strong>la</strong> sopa.<br />

Sólo Dios sabía <strong>la</strong>s duras pruebas a que Bessie se veía sometida, <strong>la</strong>s triquiñue<strong>la</strong>s <strong>de</strong> que era<br />

víctima y lo mucho que tenía que luchar para no perecer o volverse loca. Renunció a tener<br />

teléfono, <strong>de</strong>bido a que estafadores y <strong>de</strong>generados <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maban todo el santo día para arrancarle<br />

secretos. Una vez el lechero puertorriqueño intentó vio<strong>la</strong>r<strong>la</strong>. El reca<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> <strong>la</strong> tienda <strong>de</strong> ultramarinos<br />

intentó quemarle unas cosas que llevaba con una colil<strong>la</strong>. Con <strong>la</strong> finalidad <strong>de</strong> expulsar<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> vivienda social en que Bessie llevaba treinta y cinco años viviendo, <strong>la</strong> empresa propietaria y el<br />

portero lo habían infestado <strong>de</strong> ratas, ratones y cucarachas.<br />

Hacía ya <strong>la</strong>rgo tiempo que Bessie había llegado a <strong>la</strong> conclusión <strong>de</strong> que no hay medios eficaces<br />

contra quienes están resueltos a causarnos daño: ni <strong>la</strong> puerta blindada, ni el cerrojo especial, ni<br />

sus cartas a <strong>la</strong> policía, al alcal<strong>de</strong>, al FBI y hasta al mismísimo presi<strong>de</strong>nte, en Washington. Sin<br />

embargo, en este mundo hay que seguir viviendo. Y todo exige cierto tiempo. Había que<br />

<strong>com</strong>probar que <strong>la</strong>s ventanas estuvieran bien cerradas, mirar todos los cajones uno a uno, echar<br />

una ojeada a <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>ves <strong>de</strong>l gas... Los billetes los guardaba entre <strong>la</strong>s páginas <strong>de</strong> una enciclopedia,<br />

en números atrasados <strong>de</strong>l National Geographic y en los viejos libros <strong>de</strong> contabilidad <strong>de</strong> Sam<br />

Popkin. <strong>Las</strong> acciones <strong>la</strong>s tenía Bessie ocultas entre los leños <strong>de</strong> <strong>la</strong> chimenea, que nunca encendía,<br />

así <strong>com</strong>o <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los asientos <strong>de</strong> los sillones. <strong>Las</strong> joyas <strong>la</strong>s había cosido al colchón. Tiempo<br />

hubo en que Bessie tenía cajas fuertes alqui<strong>la</strong>das en los bancos, pero llegó al convencimiento,<br />

muchos años atrás ya, <strong>de</strong> que los vigi<strong>la</strong>ntes tenían l<strong>la</strong>ves maestras.<br />

Hacia <strong>la</strong>s cinco <strong>de</strong> <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> Bessie estaba ya preparada para irse. Se dio un último repaso ante<br />

el espejo. Era baja, gruesa, <strong>de</strong> frente estrecha, nariz chata, ojillos rasgados y medio cerrados,<br />

<strong>com</strong>o los <strong>de</strong> los chinos. En el mentón le brotaba una b<strong>la</strong>nca barbichue<strong>la</strong>. Iba con un vestido<br />

<strong>de</strong>scolorido con estampado <strong>de</strong> flores, un sombrero <strong>de</strong> paja <strong>de</strong>forme adornado con cerezas y uvas<br />

silvestres, y calzaba unos zapatos viejos y sucios. Antes <strong>de</strong> salir llevó a cabo una última<br />

inspección <strong>de</strong> <strong>la</strong>s tres habitaciones y <strong>la</strong> cocina. Había ropa, zapatos, y montones <strong>de</strong> cartas sin<br />

abrir por todas partes. El marido <strong>de</strong> Bessie, Sam Popkin, que había fallecido hacía casi veinte

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