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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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13. EL LADO FEO, ENGAÑOSO Y RIDÍCULO DE LO SERIO, LO BELLO Y LO PURO<br />

Hans C. An<strong>de</strong>rsen (1805-1875)<br />

5<br />

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EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR<br />

Hace muchos años había un emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas<br />

sus rentas en ataviarse. Cuando organizaba <strong>de</strong>sfiles <strong>de</strong> sus tropas, cuando iba al teatro o salía<br />

<strong>de</strong> paseo por el campo, lo hacía con <strong>la</strong> única finalidad <strong>de</strong> lucir un nuevo traje. Tenía un vestido<br />

distinto para cada hora <strong>de</strong>l día, y así <strong>com</strong>o <strong>de</strong> otros monarcas se dice: “Está en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> <strong>de</strong>l<br />

Consejo”, <strong>de</strong> él se <strong>de</strong>cía: “El emperador está en su guardarropa.”<br />

La capital era una ciudad muy alegre, por el gran número <strong>de</strong> extranjeros que llegaban a<br />

el<strong>la</strong>; pero un día se presentaron dos bribones que se hacían pasar por tejedores, diciendo que<br />

sabían tejer <strong>la</strong> te<strong>la</strong> más hermosa <strong>de</strong>l mundo. No sólo los colores y el dibujo eran extraordinariamente<br />

bellos, sino que los vestidos confeccionados con dicha te<strong>la</strong> poseían una cualidad<br />

maravillosa: eran invisibles para toda persona que no supiese ejercer su cargo o que fuera<br />

rematadamente estúpido.<br />

“¡Serán trajes inapreciables! —pensó el emperador—. Si yo los tuviese, podría <strong>de</strong>scubrir a<br />

los funcionarios ineptos <strong>de</strong>l reino y sabría distinguir a los inteligentes <strong>de</strong> los tontos. ¡Qué me<br />

hagan esta te<strong>la</strong>!<br />

Y a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntó a los dos pícaros una importante suma, para que pudieran empren<strong>de</strong>r inmediatamente<br />

su trabajo.<br />

Los dos truhanes montaron dos te<strong>la</strong>res y simu<strong>la</strong>ron estar trabajando, aunque no tenían<br />

absolutamente nada en <strong>la</strong>s máquinas. Cada día pedían para su trabajo sedas finas y oro puro,<br />

pero todo se lo embolsaban, mientras seguían haciendo <strong>com</strong>o que trabajaban en los te<strong>la</strong>res<br />

vacíos hasta bien entrada <strong>la</strong> noche.<br />

“Me gustaría saber cómo avanzan los tejedores”, pensó el emperador.<br />

Pero sentía malestar cuando recordaba que <strong>la</strong>s personas necias o ineptas para el ejercicio <strong>de</strong><br />

sus funciones no podrían ver <strong>la</strong> te<strong>la</strong>. No es que dudase <strong>de</strong> sí mismo, pero..., no obstante, le<br />

pareció que sería mejor enviar a otro para que viese, antes que él, cómo marchaba el trabajo.<br />

Todos los habitantes <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad estaban al corriente <strong>de</strong> <strong>la</strong> maravillosa propiedad <strong>de</strong> <strong>la</strong> te<strong>la</strong>,<br />

y todos estaban impacientes por saber el grado <strong>de</strong> estupi<strong>de</strong>z o <strong>de</strong> incapacidad <strong>de</strong> sus vecinos.<br />

“Enviaré a mi viejo y fiel ministro a que visite a los tejedores —pensó el emperador—; él<br />

juzgará mejor que nadie <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong> te<strong>la</strong>, porque es inteligente y <strong>de</strong>sempeña su<br />

cargo ejemp<strong>la</strong>rmente.<br />

Y el viejo ministro entró en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> don<strong>de</strong> los dos embaucadores trabajan en los te<strong>la</strong>res vacíos.<br />

“¡Ánge<strong>la</strong> María! —pensó, abriendo los ojos <strong>de</strong> par en par—. ¡Si no veo nada!”.<br />

Pero no soltó pa<strong>la</strong>bra.<br />

Los dos granujas le rogaron que se acercase y les dijese si le gustaba el dibujo y los colores.<br />

Luego le mostraron los te<strong>la</strong>res vacíos, y el viejo ministro, por mucho que abría los ojos, nada<br />

veía, por <strong>la</strong> sencil<strong>la</strong> razón <strong>de</strong> que no había nada que ver.<br />

“¡Dios Santo! —pensó. ¿Seré yo tonto? ¡Que no se entere nadie! ¿Es posible que sea<br />

incapaz para el cargo? No, por nada <strong>de</strong>l mundo reconoceré que no veo <strong>la</strong> te<strong>la</strong>.”<br />

—¿Qué? ¿No dice nada? —le preguntó uno <strong>de</strong> los tejedores.<br />

—¡Es preciosa <strong>la</strong> te<strong>la</strong>, francamente maravillosa! —respondió el ministro, calándose los<br />

lentes—. ¡Qué dibujo y qué colores!... Sí, le diré al emperador que me ha gustado muchísimo.<br />

—Nos alegramos <strong>de</strong> que le haya gustado nuestro trabajo —dijeron los dos tejedores, y a<br />

porfía se pusieron a explicarle los colores y los dibujos imaginarios.<br />

El viejo ministro les escuchaba con <strong>la</strong> mayor atención, para po<strong>de</strong>r repetir al emperador

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