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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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11. EL OSCURO ENTRAMADO DEL DESTINO: PÉRDIDA DE DIRECCIÓN Y FALTA DE CONOCIMIENTO<br />

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Y en cuanto los viejos dijeron “Pobre Emilia” empezaron <strong>la</strong>s murmuraciones.<br />

“¿Tú crees que será verdad lo que dicen?” se preguntaban unos a otros. “Pues<br />

c<strong>la</strong>ro que sí. ¿Qué va a ser si no?” Esto lo <strong>de</strong>cían tapándose <strong>la</strong> boca con <strong>la</strong> mano;<br />

crujido <strong>de</strong> sedas y satenes al estirarse tras <strong>la</strong>s celosías cerradas por el sol <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l domingo mientras pasa el tiro <strong>de</strong> bayos con su vivo y ligero clop, clop,<br />

clop: “Pobre Emilia”.<br />

El<strong>la</strong> llevaba <strong>la</strong> cabeza muy alta; aunque nosotros creyésemos que era una<br />

perdida. Era <strong>com</strong>o si exigiese más que nunca el reconocimiento <strong>de</strong> su dignidad<br />

<strong>com</strong>o <strong>la</strong> última Grierson; <strong>com</strong>o si hubiese hecho falta ese toque <strong>de</strong> mundanería<br />

para reafirmar su impenetrabilidad. Como cuando <strong>com</strong>pró el veneno para <strong>la</strong>s<br />

ratas, el arsénico. Eso fue más <strong>de</strong> un año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que empezaran a <strong>de</strong>cir<br />

“Pobre Emilia”, y mientras estaban <strong>de</strong> visita <strong>la</strong>s dos primas.<br />

—Quiero veneno —le dijo al droguero. Tenía por entonces algo más <strong>de</strong> treinta<br />

años, y era aún una mujer esbelta aunque más <strong>de</strong>lgada <strong>de</strong> lo normal, con los ojos<br />

fríos y altaneros en un rostro con <strong>la</strong> carne estirada en <strong>la</strong>s sienes y alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

cuencas <strong>de</strong> los ojos tal y <strong>com</strong>o nos imaginamos <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> un farero.<br />

—Quiero veneno —repitió.<br />

—Sí, señorita Emilia. ¿De qué c<strong>la</strong>se? ¿Es para <strong>la</strong>s ratas? Le re<strong>com</strong>...<br />

—Quiero el mejor que tenga. No importa <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se.<br />

El droguero le nombró varios.<br />

—Con estos se podría matar a un elefante. Pero lo que usted quiere es...<br />

—Arsénico —dijo <strong>la</strong> señorita Emilia—. ¿Es bueno ése?<br />

—¿Es... arsénico? Sí, señora. Pero lo que usted quiere...<br />

—Quiero arsénico.<br />

El droguero <strong>la</strong> miró fijamente. El<strong>la</strong> le sostuvo <strong>la</strong> mirada, rígida, con <strong>la</strong> cara<br />

<strong>com</strong>o una ban<strong>de</strong>ra estirada.<br />

—Sí, c<strong>la</strong>ro —dijo el droguero—. Si es eso lo que quiere. Pero <strong>la</strong> ley <strong>la</strong> obliga<br />

a <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar el uso que le va a dar.<br />

La señorita Emilia se limitó a mirarlo, <strong>la</strong> cabeza echada hacia atrás para po<strong>de</strong>r<br />

mirar al droguero directamente a los ojos, hasta que éste apartó <strong>la</strong> mirada y fue a<br />

buscar el arsénico y se lo envolvió. Fue el aprendiz negro quien le llevó el<br />

paquete; el droguero no salió <strong>de</strong> <strong>la</strong> trastienda. Cuando abrió el paquete en su casa<br />

vio que en <strong>la</strong> caja, bajo una ca<strong>la</strong>vera y unos huesos, se podía leer: “Para <strong>la</strong>s<br />

ratas”.<br />

IV<br />

Al día siguiente todos <strong>de</strong>cíamos: “Querrá matarse”; y creíamos que eso sería<br />

lo mejor. Cuando se <strong>la</strong> empezó a ver con Homer Barron, <strong>de</strong>cíamos: “Se casará<br />

con él”. Después empezamos a <strong>de</strong>cir: “Acabará convenciéndolo”, pues el propio<br />

Homer había afirmado —le gustaban los hombres, y era sabido que se reunía con<br />

jovencitos en el Elks’ Club a beber con ellos— que él no era <strong>de</strong> los que se casan.<br />

Al final acabamos diciendo “Pobre Emilia” tras <strong>la</strong>s celosías* cuando los veíamos<br />

pasar el domingo por <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> en <strong>la</strong> reluciente calesa, <strong>la</strong> señorita Emilia con <strong>la</strong><br />

cabeza bien alta y Homer Barron con el sombrero <strong>la</strong><strong>de</strong>ado y un cigarro entre los<br />

dientes, <strong>la</strong>s riendas y un látigo entre los guantes amarillos.<br />

miril<strong>la</strong>s

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