22.04.2013 Views

Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

23. CONTEMPLACIÓN DE LOS LOGROS CONSEGUIDOS POR LA COMUNIDAD HUMANA ASISTIDA POR LA CIENCIA Y EL ARTE<br />

100<br />

105<br />

110<br />

115<br />

120<br />

125<br />

130<br />

135<br />

140<br />

145<br />

Así que, cuando llegó el momento, mi mujer fue a <strong>la</strong> estación a recogerle. Sin nada que hacer,<br />

salvo esperar —c<strong>la</strong>ro que <strong>de</strong> eso me quejaba—, estaba tomando una copa y viendo <strong>la</strong> televisión<br />

cuando oí parar al coche en el camino <strong>de</strong> entrada. Sin <strong>de</strong>jar <strong>la</strong> copa, me levanté <strong>de</strong>l sofá y fui a <strong>la</strong><br />

ventana a echar una mirada.<br />

Vi reír a mi mujer mientras aparcaba el coche. La vi salir y cerrar <strong>la</strong> puerta. Seguía<br />

sonriendo. Qué increíble. Ro<strong>de</strong>ó el coche y fue a <strong>la</strong> puerta por <strong>la</strong> que el ciego ya estaba<br />

empezando a salir. ¡El ciego, fíjense en esto, llevaba barba crecida! ¡Un ciego con barba! Es<br />

<strong>de</strong>masiado, diría yo. El ciego a<strong>la</strong>rgó el brazo al asiento <strong>de</strong> atrás y sacó una maleta. Mi mujer<br />

le cogió <strong>de</strong>l brazo, cerró <strong>la</strong> puerta y, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>r durante todo el camino, le condujo<br />

hacia <strong>la</strong>s escaleras y el porche. Apagué <strong>la</strong> televisión. Terminé <strong>la</strong> bebida, <strong>la</strong>vé el vaso, me sequé<br />

<strong>la</strong>s manos. Luego fui a <strong>la</strong> puerta.<br />

—Te presento a Robert —dijo mi mujer—. Robert, éste es mi marido. Ya te he hab<strong>la</strong>do <strong>de</strong> él.<br />

Estaba radiante <strong>de</strong> alegría. Llevaba al ciego cogido por <strong>la</strong> manga <strong>de</strong>l abrigo.<br />

El ciego <strong>de</strong>jó <strong>la</strong> maleta en el suelo y me tendió <strong>la</strong> mano.<br />

Se <strong>la</strong> estreché. Me dio un buen apretón, retuvo mi mano y luego <strong>la</strong> soltó.<br />

—Tengo <strong>la</strong> impresión <strong>de</strong> que ya nos conocemos —dijo con voz grave.<br />

—Yo también —repuse. No se me ocurrió otra cosa. Luego añadí: —Bienvenido. He oído<br />

hab<strong>la</strong>r mucho <strong>de</strong> usted.<br />

Entonces, formando un pequeño grupo, pasamos <strong>de</strong>l porche al cuarto <strong>de</strong> estar, mi mujer<br />

conduciéndole por el brazo. El ciego llevaba <strong>la</strong> maleta con <strong>la</strong> otra mano. Mi mujer <strong>de</strong>cía cosas<br />

<strong>com</strong>o: “A tu izquierda, Robert. Eso es. Ahora, cuidado, hay una sil<strong>la</strong>. Ya está. Siéntate ahí mismo.<br />

Es el sofá. Acabamos <strong>de</strong> <strong>com</strong>prarlo hace dos semanas”.<br />

Empecé a <strong>de</strong>cir algo sobre el sofá viejo. Me gustaba. Pero no dije nada. Luego quise <strong>de</strong>cir otra<br />

cosa, sin importancia, sobre <strong>la</strong> panorámica <strong>de</strong>l Hudson, que se veía durante el viaje. Cómo para ir<br />

a Nueva York había que sentarse en <strong>la</strong> parte <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l tren, y, al venir <strong>de</strong> Nueva York, a <strong>la</strong> parte<br />

izquierda.<br />

—¿Ha tenido buen viaje? —le pregunté—. A propósito, ¿en qué <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l tren ha venido<br />

sentado?<br />

—¡Vaya pregunta, en qué <strong>la</strong>do! —exc<strong>la</strong>mó mi mujer—. ¿Qué importancia tiene?<br />

—Era una pregunta.<br />

—En el <strong>la</strong>do <strong>de</strong>recho —dijo el ciego—. Hacía casi cuarenta años que no iba en tren. Des<strong>de</strong> que<br />

era niño. Con mis padres. Demasiado tiempo. Casi había olvidado <strong>la</strong> sensación. Ya tengo canas en<br />

<strong>la</strong> barba. O eso me han dicho, en todo caso. ¿Tengo un aspecto distinguido, querida mía? —<br />

preguntó el ciego a mi mujer.<br />

—Tienes un aire muy distinguido, Robert. Robert —dijo el<strong>la</strong>—, ¡qué contenta estoy <strong>de</strong> verte,<br />

Robert!<br />

Por fin, mi mujer apartó <strong>la</strong> vista <strong>de</strong>l ciego y me miró. Tuve <strong>la</strong> impresión <strong>de</strong> que no le había<br />

gustado su aspecto. Me encogí <strong>de</strong> hombros.<br />

Nunca he conocido personalmente a ningún ciego. Aquel tenía cuarenta y tantos años, era<br />

<strong>de</strong> constitución fuerte, casi calvo, <strong>de</strong> hombros hundidos, <strong>com</strong>o si llevara un gran peso. Llevaba<br />

pantalones y zapatos marrones, camisa <strong>de</strong> color castaño c<strong>la</strong>ro, corbata y chaqueta <strong>de</strong> sport.<br />

Impresionante. Y también una barba tupida. Pero no utilizaba bastón ni llevaba gafas oscuras.<br />

Siempre pensé que <strong>la</strong>s gafas oscuras eran indispensables para los ciegos. El caso era que me<br />

hubiese gustado que <strong>la</strong>s llevara. A primera vista, sus ojos parecían normales, <strong>com</strong>o los <strong>de</strong> todo<br />

el mundo, pero si uno se fijaba tenían algo diferente. Demasiado b<strong>la</strong>nco en el iris, para<br />

empezar, y <strong>la</strong>s pupi<strong>la</strong>s parecían moverse en sus órbitas <strong>com</strong>o si no se diera cuenta o fuese<br />

incapaz <strong>de</strong> evitarlo. Horrible. Mientras contemp<strong>la</strong>ba su cara, vi que su pupi<strong>la</strong> izquierda giraba<br />

hacia <strong>la</strong> nariz mientras <strong>la</strong> otra procuraba mantenerse en su sitio. Pero era un intento vano, pues<br />

el ojo vagaba por su cuenta sin que él lo supiera o quisiera saberlo.<br />

—Voy a servirle una copa —dije—. ¿Qué prefiere? Tenemos un poco <strong>de</strong> todo. Es uno <strong>de</strong><br />

461

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!