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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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11. EL OSCURO ENTRAMADO DEL DESTINO: PÉRDIDA DE DIRECCIÓN Y FALTA DE CONOCIMIENTO<br />

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Pero su marido exc<strong>la</strong>mó:<br />

—¡Qué tonta eres! Ve a ver a tu amiga, <strong>la</strong> señora Forestier, y pí<strong>de</strong>le que te preste<br />

alguna joya. Tienes bastante amistad con el<strong>la</strong> para hacerlo, ¿no?<br />

El<strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó un grito <strong>de</strong> alegría:<br />

—Es cierto. No se me había ocurrido.<br />

Al día siguiente, se dirigió a casa <strong>de</strong> su amiga y le confesó su angustia.<br />

La señora Forestier fue hacia su armario <strong>de</strong> luna, cogió un cofre gran<strong>de</strong>, lo trajo, lo<br />

abrió, y le dijo a <strong>la</strong> señora Loisel:<br />

—Escoge, querida.<br />

Vio primero brazaletes, <strong>de</strong>spués un col<strong>la</strong>r <strong>de</strong> per<strong>la</strong>s, luego una cruz veneciana <strong>de</strong> oro<br />

y pedrería, un admirable trabajo. Se probó los a<strong>de</strong>rezos ante el espejo, dudaba, no podía<br />

<strong>de</strong>cidirse a quitárselos, a <strong>de</strong>jarlos. Preguntaba una y otra vez:<br />

—¿No tienes nada más?<br />

—C<strong>la</strong>ro que sí. Busca. No sé lo que pue<strong>de</strong> gustarte.<br />

De repente <strong>de</strong>scubrió, en un estuche <strong>de</strong> satén negro, un soberbio col<strong>la</strong>r <strong>de</strong> bril<strong>la</strong>ntes; su<br />

corazón empezó a <strong>la</strong>tir con incontenible <strong>de</strong>seo. Sus manos temb<strong>la</strong>ban al cogerlo. Se lo puso<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuello sobre su vestido cerrado y se quedó extasiada ante sí misma.<br />

Entonces preguntó, dubitativa, llena <strong>de</strong> angustia:<br />

—¿Pue<strong>de</strong>s prestármelo, sólo éste?<br />

—C<strong>la</strong>ro que sí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego.<br />

Se echó al cuello <strong>de</strong> su amiga, <strong>la</strong> abrazó impetuosamente, y <strong>de</strong>spués escapó con el tesoro.<br />

Llegó el día <strong>de</strong> <strong>la</strong> fiesta. La señora Loisel tuvo éxito. Estaba más guapa que ninguna,<br />

elegante, graciosa, sonriente y loca <strong>de</strong> alegría. Todos los hombres <strong>la</strong> miraban, preguntaban<br />

su nombre, pedían que se <strong>la</strong> presentaran. Todos los altos consejeros querían bai<strong>la</strong>r<br />

un vals con el<strong>la</strong>. El ministro se fijó en el<strong>la</strong>.<br />

Bai<strong>la</strong>ba con entusiasmo, impetuosamente, embriagada <strong>de</strong> p<strong>la</strong>cer, sin pensar en nada,<br />

sumida en el triunfo <strong>de</strong> su belleza, en <strong>la</strong> gloria <strong>de</strong> su éxito, en una especie <strong>de</strong> nube <strong>de</strong><br />

felicidad por todos esos ha<strong>la</strong>gos, admiraciones, <strong>de</strong>seos avivados, por esa victoria tan<br />

rotunda y dulce para el corazón <strong>de</strong> <strong>la</strong>s mujeres.<br />

Se marchó hacia <strong>la</strong>s cuatro <strong>de</strong> <strong>la</strong> madrugada. Su marido, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> medianoche, dormía<br />

en un pequeño salón <strong>de</strong>sierto con otros tres señores cuyas mujeres se divertían mucho.<br />

Él le echó sobre los hombros <strong>la</strong> prenda que había traído para <strong>la</strong> salida, mo<strong>de</strong>sta prenda <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> vida diaria, cuya pobreza chocaba con <strong>la</strong> elegancia <strong>de</strong>l traje <strong>de</strong> fiesta. El<strong>la</strong> lo notó y quiso<br />

escapar, para que no repararan en el<strong>la</strong> <strong>la</strong>s otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.<br />

Loisel <strong>la</strong> retenía diciendo:<br />

—Espera un momento. Vas a coger frío fuera. Voy a l<strong>la</strong>mar un simón.<br />

Pero el<strong>la</strong> no le escuchaba y bajaba rápidamente <strong>la</strong> escalera. Cuando estuvieron en <strong>la</strong><br />

calle, no encontraron ni un coche; y empezaron a buscar, gritándoles a los cocheros que<br />

veían pasar a lo lejos.<br />

Bajaban hacia el Sena, <strong>de</strong>sesperados, tiritando. Por fin encontraron en el muelle uno<br />

<strong>de</strong> esos viejos cupés noctámbulos que sólo se ven en París cuando cae <strong>la</strong> noche, <strong>com</strong>o<br />

si durante el día se avergonzaran <strong>de</strong> su pobreza.<br />

Los llevó hasta su puerta, en <strong>la</strong> calle <strong>de</strong> los Mártires, y subieron tristemente a su casa.<br />

Todo se había acabado, para el<strong>la</strong>. Y él, por su parte, pensaba en que tenía que estar en

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