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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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5. LA SOCIEDAD DEL MUNDO IDEAL UTÓPICO<br />

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La conversación fue <strong>la</strong>rga; versó* sobre <strong>la</strong> forma <strong>de</strong> su gobierno, sobre <strong>la</strong>s<br />

costumbres, sobre <strong>la</strong>s mujeres, sobre los espectáculos públicos, sobre <strong>la</strong>s artes.<br />

Al fin Cándido, que siempre había sentido inclinación por <strong>la</strong> metafísica*,<br />

mandó preguntar a Cacambo si en el país había una religión.<br />

El anciano se ruborizó un poco. “¡Cómo!, dijo. ¿Podéis ponerlo en duda?<br />

¿nos tomáis por ingratos?” Cacambo preguntó humil<strong>de</strong>mente cuál era <strong>la</strong> religión<br />

<strong>de</strong> Eldorado. El anciano volvió a ruborizarse: “¿Acaso pue<strong>de</strong> haber dos<br />

religiones?, dijo. Tenemos, creo, <strong>la</strong> religión <strong>de</strong> todo el mundo; adoramos a Dios<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> noche a <strong>la</strong> mañana. —¿No adoráis más que a un Dios?, dijo Cacambo, que<br />

seguía sirviendo <strong>de</strong> intérprete a <strong>la</strong>s dudas <strong>de</strong> Cándido. —Aparentemente, dijo el<br />

anciano, no hay dos, ni tres, ni cuatro. Os confieso que <strong>la</strong> gente <strong>de</strong> vuestro<br />

mundo pregunta cosas muy singu<strong>la</strong>res*.” Cándido no se cansaba <strong>de</strong> mandar<br />

interrogar a aquel buen anciano; quiso saber cómo se rezaba a Dios en Eldorado.<br />

“No le rezamos, dijo el buen y respetable sabio; no tenemos nada que pedirle,<br />

nos ha dado todo lo que necesitamos; le damos gracias sin cesar.” Cándido tuvo<br />

curiosidad por ver sacerdotes; mandó preguntar dón<strong>de</strong> estaban. El buen anciano<br />

sonrió. “Amigo, dijo, todos somos sacerdotes; el rey y todos los cabezas <strong>de</strong><br />

familia cantan cánticos en acción <strong>de</strong> gracias solemnemente todas <strong>la</strong>s mañanas,<br />

y cinco o seis mil músicos los a<strong>com</strong>pañan. —¡Cómo! ¿no tenéis monjes que<br />

enseñan, discuten, gobiernan, intrigan, y mandan quemar a los que no son <strong>de</strong> su<br />

parecer? —Tendríamos que estar locos, dijo el anciano; todos somos <strong>de</strong>l mismo<br />

parecer, y no <strong>com</strong>pren<strong>de</strong>mos lo que queréis <strong>de</strong>cir con vuestros monjes.”<br />

Cándido ante todos aquellos discursos permanecía en éxtasis*, y se <strong>de</strong>cía entre<br />

sí: “Esto es muy diferente <strong>de</strong> Vestfalia y <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong>l señor barón: si nuestro<br />

amigo Pangloss hubiera visto Eldorado, ya no hubiera dicho que el castillo <strong>de</strong><br />

Thun<strong>de</strong>r-ten-tronckh era lo mejor <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra; es cierto que hay que viajar.”<br />

Tras esta <strong>la</strong>rga conversación, el buen anciano mandó enganchar una carroza<br />

con seis carneros, y dio doce <strong>de</strong> sus criados a los dos viajeros para llevarlos a <strong>la</strong><br />

corte. “Perdonadme, les dijo, si mi edad me priva <strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> a<strong>com</strong>pañaros. El<br />

rey os recibirá <strong>de</strong> suerte que no quedaréis <strong>de</strong>scontentos, y perdonaréis sin duda<br />

los usos <strong>de</strong>l país, si alguno hay que os disguste.”<br />

Cándido y Cacambo montaron en <strong>la</strong> carroza; los seis carneros vo<strong>la</strong>ban y en<br />

menos <strong>de</strong> cuatro horas se llegó al pa<strong>la</strong>cio <strong>de</strong>l rey situado a <strong>la</strong> otra punta <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

capital. La portada tenía doscientos veinte pies* <strong>de</strong> altura y cien <strong>de</strong> anchura; es<br />

imposible expresar <strong>de</strong> qué materia estaba hecha. Bien se ve <strong>la</strong> superioridad<br />

prodigiosa que <strong>de</strong>bía tener sobre esas piedras y esa arena que nosotros l<strong>la</strong>mamos<br />

oro y piedras preciosas.<br />

Veinte bel<strong>la</strong>s mozas <strong>de</strong> <strong>la</strong> guardia recibieron a Cándido y a Cacambo cuando<br />

bajaron <strong>de</strong> <strong>la</strong> carroza, los llevaron a los baños, los revistieron con trajes <strong>de</strong><br />

tejido <strong>de</strong> plumón <strong>de</strong> colibrí; tras lo cual los oficiales y oficia<strong>la</strong>s mayores <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

corona los llevaron al aposento* <strong>de</strong> su Majestad pasando entre dos fi<strong>la</strong>s <strong>de</strong><br />

músicos, <strong>de</strong> mil músicos cada una, según el protocolo* habitual. Cuando se<br />

acercaban a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> <strong>de</strong>l Trono, preguntó Cacambo a un gran oficial qué había<br />

que hacer para saludar a Su Majestad: si se echaba uno <strong>de</strong> rodil<strong>la</strong>s o cuerpo a<br />

tierra; si se ponía uno <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> cabeza o en el trasero; si se <strong>la</strong>mía el polvo<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>; en una pa<strong>la</strong>bra, que cuál era <strong>la</strong> ceremonia. “El protocolo es, dijo el<br />

trató<br />

pensamiento teórico<br />

o abstracto<br />

particu<strong>la</strong>res, especiales<br />

asombro<br />

pie = 0,30 cm.<br />

estancia, cuarto<br />

rito, formalismo,<br />

pompa<br />

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