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Las estaciones de la imaginación - rodriguezalvarez.com

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3. EL VIAJE, LA BÚSQUEDA O LA AVENTURA IDEAL DEL HÉROE: PARTIDA, CONFLICTO Y RECONOCIMIENTO<br />

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moverse en el aire encima <strong>de</strong> su cabeza. ¿Qué era? ¿Qué podía ser? Era un pie gris y muy<br />

pequeño. Después apareció otro. Parecía que estaban buscando algo; se oyó un suspiro.<br />

—Estoy <strong>de</strong>spierta, abuelita —dijo Fene<strong>la</strong>.<br />

—Oh, querida, ¿estoy cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> escalera? —preguntó <strong>la</strong> abuelita—. Creía que estaba en<br />

este <strong>la</strong>do.<br />

—No, abuelita, está en el otro <strong>la</strong>do. Te pondré el pie en el escalón. ¿Hemos llegado ya? —<br />

preguntó Fene<strong>la</strong>.<br />

—Ya hemos entrado en el puerto —dijo <strong>la</strong> abue<strong>la</strong>—. Tenemos que levantarnos, niña. Más<br />

vale que te tomes una galleta para sentar el estómago antes <strong>de</strong> moverte.<br />

Pero Fene<strong>la</strong> ya había saltado fuera <strong>de</strong> <strong>la</strong> litera. La lámpara seguía encendida, pero ya no era<br />

<strong>de</strong> noche, y hacía frío. Mirando por el ojo redondo podía ver algunas rocas a lo lejos. Ahora<br />

estaban salpicadas <strong>de</strong> espuma; ahora pasaba una gaviota haciendo piruetas; y ahora se veía un<br />

trozo <strong>de</strong> tierra firme.<br />

—Es tierra, abuelita —dijo Fene<strong>la</strong> maravil<strong>la</strong>da, <strong>com</strong>o si hubieran estado juntas en alta mar<br />

durante semanas enteras. Se abrazó; se puso <strong>de</strong> pie sobre una so<strong>la</strong> pierna y se <strong>la</strong> frotó con los<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l otro pie; estaba temb<strong>la</strong>ndo. Oh, todo había sido tan triste últimamente. ¿Iba a<br />

cambiar ahora? Pero lo único que dijo su abue<strong>la</strong> fue: “Date prisa, niña. Será mejor que <strong>de</strong>jes<br />

tu hermoso plátano para <strong>la</strong> camarera si no te lo has <strong>com</strong>ido.” Y Fene<strong>la</strong> volvió a ponerse su<br />

ropa negra y le saltó el botón <strong>de</strong> un guante que rodó hasta don<strong>de</strong> no pudo alcanzarlo. Subieron<br />

a cubierta.<br />

Pero si había hecho frío en el camarote, en cubierta el aire era he<strong>la</strong>do. El sol no había salido<br />

aún, pero <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s estaban casi apagadas y el cielo frío y pálido tenía el mismo color que<br />

el frío y pálido mar. En tierra una neblina b<strong>la</strong>nca se elevaba y <strong>de</strong>scendía. Ya podían ver<br />

c<strong>la</strong>ramente extensiones oscuras <strong>de</strong> bosque. Se discernían incluso <strong>la</strong>s formas <strong>de</strong> los helechos<br />

sombril<strong>la</strong>, y esos extraños árboles p<strong>la</strong>teados y resecos que parecen esqueletos... Ahora ya<br />

veían el embarca<strong>de</strong>ro y algunas casitas pequeñas, también pálidas, apiñadas <strong>com</strong>o conchas<br />

sobre <strong>la</strong> tapa <strong>de</strong> una caja. Los otros pasajeros vagaban <strong>de</strong> aquí para allá, pero más lentamente<br />

que <strong>la</strong> noche anterior, y tenían un aspecto triste.<br />

Ahora el embarca<strong>de</strong>ro venía a su encuentro. Lentamente flotó hasta el barco <strong>de</strong> Picton y<br />

con él también venía un hombre que sujetaba una rosca <strong>de</strong> cuerda, y un carro con un pequeño<br />

y lánguido caballo, con otro hombre sentado en el escalón.<br />

—Es el señor Penreddy, Fene<strong>la</strong>, que ha venido a buscarnos —dijo su abue<strong>la</strong>. Parecía<br />

contenta. Sus mejil<strong>la</strong>s b<strong>la</strong>ncas <strong>com</strong>o <strong>de</strong> cera estaban azules <strong>de</strong>l frío, su barbil<strong>la</strong> temb<strong>la</strong>ba, y<br />

tenía que secarse repetidamente con un pañuelo los ojos y <strong>la</strong> pequeña nariz rosa.<br />

—Tienes mi...<br />

—Sí, abuelita. —Fene<strong>la</strong> se lo enseñó.<br />

La cuerda llegó vo<strong>la</strong>ndo por los aires y ‘p<strong>la</strong>f’, cayó en <strong>la</strong> cubierta. La pasare<strong>la</strong> bajó. De<br />

nuevo Fene<strong>la</strong> siguió a su abue<strong>la</strong> por el muelle hasta el pequeño carro, y momentos más tar<strong>de</strong><br />

ya se alejaban a toda prisa. Los cascos <strong>de</strong>l pequeño caballo tamborileaban sobre <strong>la</strong>s tab<strong>la</strong>s,<br />

luego se hundieron suavemente en el camino arenoso. No se veía un alma; ni siquiera una<br />

pluma <strong>de</strong> humo. La bruma subía y bajaba y el mar todavía sonaba dormido al moverse con<br />

lentitud sobre <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya.<br />

—Ayer vi al señor Crane —dijo el señor Penreddy—. Tenía buena cara. Mi señora le<br />

preparó una hornada <strong>de</strong> tortitas <strong>la</strong> semana pasada.<br />

Y ahora el caballito se <strong>de</strong>tenía <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s casas <strong>com</strong>o conchas. Bajaron <strong>de</strong>l carro.<br />

Fene<strong>la</strong> puso <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> verja y <strong>la</strong>s gruesas y temblorosas gotas <strong>de</strong> rocío ca<strong>la</strong>ron <strong>la</strong>s puntas<br />

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