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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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–Tiene teléfono. Me dieron el número.<br />

–Ah –dijo Johnny. Le interesaba porque Weizak le caía simpático, pero esto<br />

era todo. No sentía necesidad de verificar la información que tenía acerca de<br />

Johanna Borentz, porque sabía que esta información era correcta... lo sabía tal<br />

<strong>com</strong>o sabía que podía usar la mano derecha.<br />

–Me quedé meditando un largo rato –prosiguió Weizak–. Le dije que mi madre<br />

había muerto, pero eso sólo era una conjetura. Mi padre murió en la defensa de<br />

Varsovia. Mi madre sencillamente no volvió a aparecer, ¿sabe? Era lógico<br />

suponer que había muerto durante el bombardeo... durante la ocupación... usted<br />

entiende. No apareció nunca, así que era lógico suponerlo. La amnesia... en mi<br />

condición de neurólogo puedo asegurarle que la amnesia permanente, general,<br />

es muy, muy rara. Probablemente más rara que la auténtica esquizofrenia.<br />

Nunca he leído la historia de un caso documentado que durara treinta y cinco<br />

años.<br />

–Hace mucho tiempo que se curó de la amnesia –explicó Johnny–. Creo que<br />

sencillamente bloqueó el recuerdo. Cuando recobró la memoria, había vuelto a<br />

casarse y tenía dos hijos... posiblemente tres. Quizás el recuerdo se convirtió en<br />

una experiencia culpable. Pero sueña con usted. «El niño está a salvo». ¿Le<br />

telefoneó?<br />

–Sí –contestó Weizak–. Utilicé el telediscado. ¿Sabe que ahora se puede<br />

emplear este sistema? Sí. Es muy cómodo. Marca el uno, el prefijo de la zona, el<br />

número. Once dígitos y está en contacto con cualquier punto del país. Es<br />

asombroso. En cierto sentido asusta. Un niño... no, un joven... me atendió.<br />

Pregunté si la señora Borentz estaba en casa. Lo oí gritar: «Mamá, es para ti».<br />

El auricular golpeó contra la mesa o el escritorio o lo que fuera. Yo me hallaba<br />

en Bangor, estado de Maine, a menos de sesenta kilómetros del Océano<br />

Atlántico, y oía cómo un joven depositaba el auricular sobre la mesa en una<br />

ciudad de la costa del Pacífico. El corazón..., me palpitaba con tanta fuerza que<br />

me alarmó. La espera pareció larga. Entonces ella levantó el auricular y<br />

preguntó: «¿Sí? ¿Diga?»<br />

–¿Qué respondió usted? ¿Cómo actuó?

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