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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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4.<br />

Una larga tarde que se trocó en crepúsculo.<br />

Después de las dos, cuando los colegios cerraron sus puertas, empezaron a<br />

desfilar algunos alumnos de Johnny, vestidos con cazadoras de corte militar,<br />

sombreros extravagantes y vaqueros desteñidos. Sarah no vio a muchos de los<br />

chicos que a su juicio formaban parte del grupo responsable: futuros<br />

triunfadores, futuros universitarios, de ojos y ceño despejados.<br />

La mayoría de los chicos que se molestaron en acudir eran los extravagantes<br />

y los melenudos.<br />

Unos pocos se acercaron a Sarah y le preguntaron en voz baja qué sabía<br />

acerca del estado del señor Smith. Ella sólo atinó a menear la cabeza y a<br />

responder que no le habían dicho nada. Pero una de las chicas, Dawn Edwards,<br />

que estaba chalada por Johnny, leyó en el rostro de Sarah la magnitud de su<br />

miedo. Prorrumpió en llanto. Una enfermera se acercó y le pidió que se fuera.<br />

–Estoy segura de que se le pasará –intercedió Sarah. Había rodeado los<br />

hombros de Dawn con un brazo protector–. Concédale uno o dos minutos.<br />

–No, no quiero quedarme –murmuró Dawn, y se fue deprisa, derribando<br />

estrepitosamente una de las sillas con armazón de plástico. Poco después<br />

Sarah la vio sentada en los escalones de afuera, bajo el frío y postrer sol de<br />

octubre, con la cabeza sobre las rodillas.<br />

Vera Smith leía su Biblia.<br />

Alrededor de las cinco se habían ido la mayoría de los estudiantes. Dawn<br />

también se había ido, aunque Sarah no la había visto partir. A las siete de la<br />

tarde entró en la sala de espera un joven que llevaba prendida a la solapa de su<br />

bata blanca una chapa de identificación ladeada con el nombre DOCTOR<br />

STRAWNS. Miró en torno y se encaminó hacia ellos.<br />

–¿El señor y la señora Smith? –inquirió.<br />

Herb inhaló profundamente.<br />

–Sí. Somos nosotros.<br />

Vera cerró la Biblia con un golpe seco.

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