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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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sus cartas), pero sí la hacía sentirse indispuesta y débil. Después de pasar el<br />

aspirador por el suelo debía sentarse a descansar. Cuando subía una escalera<br />

se detenía al llegar arriba y jadeaba <strong>com</strong>o un perrillo en una calurosa tarde de<br />

agosto. Si Johnny no le hubiera dicho que eso era por su bien, habría arrojado<br />

inmediatamente las píldoras por la ventana.<br />

El médico probó otra droga, y ésta le aceleró tanto los latidos del corazón que<br />

dejó de tomarla.<br />

–Es un sistema de prueba y error –le explicó el médico–. Al fin acertaremos,<br />

Vera. No se preocupe.<br />

–No me preocupo –respondió Vera–. Tengo fe en el Señor.<br />

–Sí, por supuesto. Así debe ser.<br />

A fines de junio, el médico había optado por una <strong>com</strong>binación de Hydrodiural<br />

y otra droga llamada Aldomet: unas píldoras gordas, amarillas, costosas y<br />

desagradables. Cuando empezó a tomar las dos drogas juntas, tuvo la impresión<br />

de que necesitaba orinar cada quince minutos. Tenía jaquecas. Tenía<br />

palpitaciones. El médico dijo que su tensión sanguínea había bajado<br />

nuevamente al nivel normal, pero no le creyó. ¿Para qué servían los médicos, al<br />

fin y al cabo? Bastaba ver lo que hacían con su Johnny: le cortaban <strong>com</strong>o si<br />

fuera una res, tres operaciones hasta ese momento, parecía un monstruo con<br />

puntadas a todo lo largo de sus brazos y piernas y cuello, e igualmente no podía<br />

caminar sin la ayuda de uno de esos andadores <strong>com</strong>o los que había tenido que<br />

usar la vieja señora Sylvester. Si su tensión sanguínea había bajado, ¿por qué<br />

siempre se sentía tan mal?<br />

–Debes darle tiempo al cuerpo para que se habitúe a los medicamentos –le<br />

dijo Johnny. Era el primer sábado de julio, y sus padres habían ido a visitarle,<br />

aprovechando el fin de semana. Johnny acababa de volver de la sala de<br />

hidroterapia y estaba pálido y macilento. Empuñaba una pequeña bola de plomo<br />

en cada mano, y las levantaba y después las bajaba sobre sus rodillas mientras<br />

hablaban, flexionando los codos, para desarrollar los bíceps y los tríceps. Las<br />

cicatrices que le recorrían los codos y antebrazos <strong>com</strong>o cuchilladas se<br />

expandían y se contraían.

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