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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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también, a juzgar por su talante.<br />

–Sí.<br />

–¿Anoche lo pasó bien con Johnny? –preguntó–. ¿En la feria?<br />

–Sí –contestó Sarah, con la verdad y la mentira de esta sencilla palabra<br />

mezcladas en su mente–. Sí, lo pasamos bien hasta que... bueno, yo <strong>com</strong>í una<br />

salchicha o algo en mal estado. Habíamos ido en mi auto y Johnny me llevó a mi<br />

casa, en Veazie. Yo estaba muy des<strong>com</strong>puesta. Llamó un taxi. Dijo que hoy<br />

<strong>com</strong>unicaría al colegio que estaba enferma. Y ésa fue la última vez que le vi.<br />

Entonces se le desbordaron las lágrimas y no quiso llorar delante de ellos, y<br />

menos aún delante de Vera Smith, pero no tenía cómo evitarlo. Sacó un Kleenex<br />

de su bolso y se lo llevó a la cara.<br />

–Cálmese –dijo Herb, y la rodeó con el brazo–. Cálmese.<br />

Sarah lloró, e intuyó vagamente que a él le reconfortaba tener a alguien a<br />

quien consolar. Su esposa había encontrado en la historia de Job una forma<br />

personal de consuelo tenebroso que no le incluía a él.<br />

Algunas personas se volvieron para mirarlos. A través de los prismas de sus<br />

lágrimas parecían una multitud. Sabía amargamente qué era lo que pensaban:<br />

Me alegro de que le ocurra a ella y no a mí, me alegro de que les ocurra a ellos<br />

tres y no a mí o los míos, el tipo debe de estar agonizando, debe de tener la<br />

cabeza aplastada para que ella llore así. Tarde o temprano se acercará un<br />

médico y les llevará a una sala privada y les <strong>com</strong>unicará que...<br />

Quién sabe cómo, Sarah consiguió ahogar las lágrimas y controlarse. La<br />

señora Smith estaba erguida en su asiento, <strong>com</strong>o si se hubiera despertado<br />

sobresaltada de una pesadilla, sin prestar atención a las lágrimas de Sarah ni a<br />

los esfuerzos de su marido por consolarla. Leía su Biblia<br />

–Por favor –dijo Sarah–. ¿Es muy grave? ¿Podemos confiar?<br />

Vera habló antes de que Herb atinara a contestar. Su voz fue un seco rayo de<br />

segura condenación:<br />

–Se puede confiar en Dios, señorita.<br />

Sarah captó el destello de aprensión que titiló en los ojos de Herb y pensó: Él<br />

cree que esto la ha enloquecido. Y quizá no se equivoca.

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