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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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piernas sin la ayuda de dos enfermeras. Se sentía <strong>com</strong>o si le hubieran rodeado<br />

las rodillas con correas erizadas de clavos y cruelmente ceñidas. El tiempo se<br />

arrastraba con lentitud de oruga. Miraba el reloj, seguro de que había<br />

transcurrido una hora desde que lo había consultado por última vez, y descubría<br />

que sólo habían pasado cuatro minutos. Se convencía de que no podría soportar<br />

el dolor un minuto más, pero entonces pasaba el minuto y se convencía de que<br />

no podría soportarlo otro minuto.<br />

Pensó en todos los minutos que tenía por delante, apilados corno monedas<br />

en una ranura de ocho kilómetros de altura, y la depresión más negra que había<br />

conocido en su vida se precipitó sobre él <strong>com</strong>o una ola lisa y sólida y le arrastró<br />

al fondo del abismo. Iban a torturarlo hasta la muerte. Operaciones en los codos,<br />

los muslos, el cuello. Fisioterapia. Aparatos ortopédicos, sillas de ruedas,<br />

bastones.<br />

Le dolerá... Persevere.<br />

No, persevere usted, pensó Johnny. A mí déjeme en paz. No vuelva a<br />

acercarse a mí con sus cuchillos de matarife. Si esto es lo que usted entiende<br />

por ayuda, no quiero que me la preste.<br />

Un dolor palpitante, continuo, que se le hincaba en las carnes.<br />

Una tibieza chorreante en su vientre.<br />

Se había orinado encima.<br />

Johnny volvió la cara hacia la pared y lloró.<br />

6.<br />

Diez días después de la primera operación y dos semanas antes de la fecha<br />

estipulada para la siguiente, Johnny levantó la vista del libro que estaba leyendo<br />

–All the President's Men, de Woodward y Bernstein– y vio a Sarah que le miraba<br />

con incertidumbre desde el hueco de la puerta.<br />

–Sarah –exclamó–. ¿Eres tú, no es cierto?<br />

Ella dejó escapar una bocanada trémula de aliento.<br />

–Sí. Soy yo, Johnny.<br />

El dejó el libro a un lado y la miró. Estaba muy elegante, con un vestido de

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