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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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perdido la apuesta mascullaba algo acerca de la «suerte de mierda» mientras<br />

pagaba. Le retumbaba la cabeza. Sintió las piernas súbita y horriblemente<br />

inestables, con los músculos trémulos e indignos de confianza. Parpadeó<br />

deprisa varias veces y el esfuerzo sólo le sirvió para generar una oleada<br />

nauseabunda de vértigo. El mundo pareció ladearse peligrosamente, <strong>com</strong>o si<br />

estuvieran todavía en el látigo, y después volvió poco a poco a la posición<br />

normal.<br />

Comí una salchicha en mal estado, pensó afligida. Esto es lo que ganas por<br />

probar suerte en una feria rural, Sarah.<br />

–Je, je, je –articuló el crupier sin mucho entusiasmo, y pagó. Dos dólares a los<br />

adolescentes, cuatro a Steve Bernhardt y después un fajo a Johnny: tres billetes<br />

de diez, uno de cinco y uno de uno.<br />

El crupier no se sentía demasiado feliz, pero estaba pletórico de confianza. Si<br />

el tipo alto y flaco a<strong>com</strong>pañado por la rubia bonita volvía a apostar a la tercera<br />

decena, él casi seguramente recuperaría todo lo que había pagado. El dinero no<br />

sería del flaco hasta que lo levantara de la mesa. ¿Y si se iba? Bueno, ese día la<br />

Rueda le había rendido mil dólares, y podía darse el lujo de desembolsar parte<br />

de las ganancias. Correría la voz de que habían limpiado la Rueda de Sol<br />

Drummore y al día siguiente apostarían más que nunca. Un ganador era buena<br />

publicidad.<br />

–Pongan el dinero donde quieran –canturreó. Varios espectadores se habían<br />

acercado a la mesa y depositaban monedas de diez y veinticinco centavos. Pero<br />

el crupier miraba sólo a su principal apostante–. ¿Qué dice, amigo? ¿Quiere<br />

ganar la luna?<br />

Johnny miró a Sarah.<br />

–¿Tú qué...? Eh, ¿te sientes bien? Estás pálida <strong>com</strong>o un fantasma.<br />

–El estómago –respondió ella, forzando una sonrisa–. Creo que fue la<br />

salchicha. ¿Podemos volver a casa?<br />

–Por supuesto.<br />

Estaba recogiendo de la mesa el manojo de billetes arrugados cuando sus<br />

ojos volvieron a posarse por casualidad sobre la Rueda. La tierna preocupación

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