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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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fuertemente, y la frotó de adelante atrás.<br />

El guardia le dio unos papirotazos al micrófono, y el sonido ocupó la inmensa<br />

sala vacía. Como si alguien martilleara con el puño la tapa de un ataúd. Después<br />

se oyó su voz, siempre desafinada, pero amplificada ahora hasta el extremo de<br />

la monstruosidad, la voz de un gigante que partía a golpes la cabeza de Johnny:<br />

«DICEN QUE TE IRÁS DE ESTE VAAAALLEEEE... »<br />

Basta, deseaba vociferar Johnny. Basta, por favor, me estoy volviendo loco,<br />

¿es que no puede parar?<br />

La canción concluyó con un fuerte ¡snap! amplificado, y el guardia dijo con su<br />

voz de costumbre:<br />

–Te tengo, la gran puta.<br />

Volvió a salir del campo visual de Johnny. Se oyó el ruido de papeles<br />

desgarrados y los chasquidos sordos que producían, al cortarse, unos cordeles<br />

tensados. Entonces el guardia reapareció, silbando y sosteniendo una alta pila<br />

de folletos que empezó a repartir sobre los bancos, a cortos intervalos.<br />

Cuando <strong>com</strong>pletó esta faena; el guardia se abrochó el gabán y salió del<br />

recinto. La puerta se cerró detrás de él con un ruido hueco. Johnny consultó el<br />

reloj. Eran las 7.45. La sala se estaba calentando un poco. Se sentó y esperó.<br />

La jaqueca seguía siendo muy fuerte, pero, curiosamente, era más tolerable que<br />

en cualquier otra circunstancia anterior. Le bastaba decirse que no tendría que<br />

seguir soportándola durante mucho tiempo.<br />

4.<br />

Las puertas volvieron a abrirse estrepitosamente a las nueve en punto,<br />

arrancándole de la modorra con un sobresalto. Sus manos se crisparon sobre el<br />

fusil y después se relajaron. Acercó un ojo a la mirilla romboidal. Esta vez eran<br />

cuatro . hombres. Uno de ellos era el guardia, con el cuello del gabán levantado.<br />

Los otros tres usaban abrigos sobre sus trajes. Johnny sintió que se aceleraban<br />

los latidos de su corazón. Uno de los hombres era Sonny Elliman. Ahora llevaba<br />

el cabello corto y pulcramente peinado, pero sus ojos verdes refulgentes no<br />

habían cambiado.

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