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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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Stillson cruzó rápidamente entre los músicos de la banda para repartir<br />

apretones de manos por el otro flanco y Johnny le perdió totalmente de vista,<br />

exceptuando el oscilante casco amarillo. Se sintió aliviado. Todo estaba en<br />

orden, pues. Sin daños ni perjuicios. Como el fariseo de aquella famosa historia,<br />

iba a pasar de largo. Estupendo. Maravilloso. Y cuando Stillson llegara al<br />

estrado, Johnny recogería sus bártulos y se perdería en medio de la tarde. Ya<br />

estaba harto.<br />

Los motociclistas se habían apostado a ambos lados del camino abierto entre<br />

la multitud para evitar que ésta se precipitara sobre el candidato y le sofocase.<br />

Los tacos de billar recortados seguían dentro de los bolsillos, pero sus<br />

propietarios parecían tensos y alertas al peligro. Johnny no sabía con exactitud<br />

qué clase de peligro temían –un chocolate arrojado a la cara del candidato, tal<br />

vez– pero por primera vez los motociclistas parecían realmente interesados en lo<br />

que sucedía.<br />

Entonces ocurrió algo, pero Johnny no supo exactamente de qué se trataba.<br />

Una mano femenina se estiró hacia el casco amarillo oscilante, quizá sólo para<br />

tocarlo, y uno de las guardaespaldas de Stillson se interpuso rápidamente. Pero<br />

todo eso sucedió del otro lado de la banda de música.<br />

El bullicio de la multitud era tremendo y le volvió a recordar los conciertos de<br />

rock a los que había asistido. Eso era lo que habría pasado si Paul McCartney o<br />

Elvis Presley hubieran resuelto estrechar las manos del público.<br />

Vociferaban su nombre, lo entonaban a coro:<br />

«GREG... GREG... CREG...»<br />

El hombre que había situado a su familia junto. a Johnny alzaba a su hijo<br />

sobre su cabeza para que el crío pudiera ver. Un hombre joven, al que la cicatriz<br />

de una quemadura, grande y arrugada, le abarcaba la mitad de la cara, blandía<br />

un cartel con la leyenda: ¡MUERTO ANTES QUE ROJO, GREG TE <strong>LA</strong> DA EN<br />

EL OJO!<br />

Una chica torturantemente bella, de unos dieciocho años, agitaba una tajada<br />

de sandía, y el jugo rosado le corría por el brazo bronceado. Era un caos<br />

colectivo. La excitación zumbaba entre la multitud <strong>com</strong>o si circulara por una serie

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