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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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orde de la caña de las botas, y que ésa sería otra anécdota para contar cuando<br />

le encontraran.<br />

Se quedó allí, y el verdadero –pánico no empezó a a<strong>com</strong>eterlo hasta que las<br />

arenas movedizas se escurrieron implacablemente por encima de sus rodillas.<br />

Entonces forcejeó, olvidando que si <strong>com</strong>etes la estupidez de internarte en una<br />

ciénaga lo que debes hacer es quedarte muy quieto. En un santiamén las arenas<br />

movedizas le llegaron a la cintura y después a la altura del pecho, succionándolo<br />

<strong>com</strong>o unos gigantescos labios marrones, dificultándole la respiración.<br />

Prorrumpió en gritos y no apareció nadie, no apareció nada excepto una<br />

voluminosa ardilla parda que bajó por el tronco tapizado de musgo y se posó<br />

sobre su mochila y lo observó con sus ojos negros, refulgentes.<br />

Luego le llegó al cuello, y su olor exuberante y marrón se le infiltró en las<br />

fosas nasales y sus alaridos se tornaron agudos y jadeantes a medida que las<br />

arenas de la ciénaga le ceñían inexorablemente. Los pájaros revoloteaban<br />

gorgojeando y riñendo, y los rayos verdes de sol que semejaban cobre<br />

empañado se filtraban entre los árboles y las arenas movedizas treparon más<br />

arriba de su mentón. Solo. Iba a morir solo, y abrió la boca para gritar por última<br />

vez y no emitió ningún sonido porque las arenas movedizas le inundaron la boca<br />

y fluyeron sobre su lengua y se colaron entre sus dientes formando cintas<br />

delgadas. Tragaba las arenas movedizas y el grito no brotó nunca...<br />

Johnny salió del trance bañado en sudor frío, con la carne de gallina, con la<br />

bufanda fuertemente enrollada en las manos, respirando con jadeos cortos,<br />

estrangulados. Arrojó la bufanda al suelo donde quedó enroscada <strong>com</strong>o una<br />

serpiente blanca. No la tocaría nunca más. Le pidió a su padre que la metiera en<br />

un sobre y la despachara de vuelta.<br />

Pero ahora, afortunadamente, la correspondencia empezaba a menguar. Los<br />

chiflados habían descubierto algún nuevo candidato para sus obsesiones<br />

públicas y privadas. Los periodistas ya no lo llamaban para pedirle cita, en parte<br />

porque había cambiado su número de teléfono y ya no figuraba en la guía, y en<br />

parte porque su historia había pasado de moda.<br />

Roger Dussault había escrito un largo y furibundo artículo para su diario, en el

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