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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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y se golpeó fuertemente la cabeza contra el piso. Vio las estrellas.<br />

Un tumulto.<br />

Tuvo conciencia, vagamente, de que Dussault se abría paso a ciegas entre la<br />

multitud, en dirección a las puertas. La gente se arremolinaba alrededor de<br />

Dussault y alrededor de Johnny. Vio a Dussault entre una jungla de piernas y<br />

zapatos. Entonces Weizak apareció junto a él y le ayudó a sentarse.<br />

–¿Se encuentra bien, Johnny? ¿Le hizo daño?<br />

–Menos que el que yo le hice a él. Sí, estoy bien. –Se puso dificultosamente<br />

en pie. Unas manos, quizá de Weizak, quizá de algún otro, le ayudaron. Se<br />

sentía mareado. y enfermo, casi asqueado. Había. <strong>com</strong>etido un error, un error<br />

tremendo.<br />

Alguien lanzó un alarido estridente: la mujer regordeta que había formulado la<br />

pregunta acerca de los demócratas. Johnny vio que Dussault se desplomaba de<br />

rodillas, que trataba de aferrarse a la manga de la blusa estampada de la mujer<br />

regordeta, y que después se deslizaba cansadamente por el suelo de baldosas<br />

cerca de la puerta a la que había estado tratando de llegar. Aún conservaba la<br />

medalla de san Cristóbal en la mano.<br />

–Se ha desmayado –exclamó alguien–. Cayó redondo. Qué barbaridad.<br />

–Yo tuve la culpa –le dijo Johnny a Sam Weizak. Sentía la garganta<br />

estrangulada y <strong>com</strong>primida por la vergüenza, por el llanto–. Tengo la culpa de<br />

todo.<br />

–No –respondió Sam–. No, John.<br />

Pero era así. Se zafó de las manos de Weizak y se dirigió hacia donde yacía<br />

Dussault, que ya volvía en sí, parpadeando con expresión aturdida en dirección<br />

al cielo raso. Dos de los médicos se habían aproximado a él.<br />

–¿Se encuentra bien? –inquirió Johnny. Giró hacia la periodista del traje<br />

sastre y ésta se apartó de él. Una crispación de miedo cruzó por su rostro.<br />

Johnny giró en la dirección contraria, hacia el reportero de TV que le había<br />

preguntado si había tenido corazonadas antes del accidente. Repentinamente le<br />

pareció muy importante sincerarse con alguien.<br />

–No quise hacerle daño –afirmó–. Le juro por Dios que no quise hacerle daño.

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