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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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morían, víctimas <strong>de</strong> las privaciones <strong>de</strong>l viaje o <strong>de</strong> nuevas enfermeda<strong>de</strong>s. En ocasiones<br />

Claver y sus acompañantes entraban en aquellos barracones y encontraban varios muertos<br />

tirados en el suelo, completamente <strong>de</strong>snudos al igual que todos los <strong>de</strong>más, y cubiertos <strong>de</strong><br />

moscas. El piso era <strong>de</strong> ladrillos rotos, que herían las carnes <strong>de</strong> aquellos infortunados<br />

cuando trataban <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar.[<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 200]<br />

A tales lugares los misioneros llevaban frutas y ropas. Se dirigían primero a los más<br />

débiles y enfermos, y <strong>de</strong>spués al resto. Cuando alguno estaba en malas condiciones <strong>de</strong><br />

salud, el propio Claver o alguno <strong>de</strong> sus intérpretes lo cargaba hasta el hospital cercano<br />

que habían hecho construir para los esclavos enfermos. Con los <strong>de</strong>más se comenzaba <strong>de</strong><br />

inmediato la obra <strong>de</strong> evangelización y bautismo, que tenía que ser rápida, pues pronto la<br />

mayoría <strong>de</strong> ellos partiría hacia las plantaciones <strong>de</strong> sus nuevos amos y por largo tiempo no<br />

tendrían ocasión <strong>de</strong> escuchar <strong>de</strong> nuevo la predicación cristiana.<br />

Los métodos <strong>de</strong> Claver eran dramáticos y pintorescos. Puesto que los esclavos<br />

llegaban sedientos porque en la travesía se les daba poquísima agua, Claver les daba <strong>de</strong><br />

beber, y luego les explicaba que el agua <strong>de</strong>l bautismo satisfacía las ansias <strong>de</strong>l alma, como<br />

la que les había dado satisfacía las <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

Separados en grupos, según las lenguas que cada cual entendía, Claver se sentaba<br />

entre ellos, le daba la única silla al intérprete, quien se colocaba en el centro <strong>de</strong>l grupo y<br />

así enseñaba los principios <strong>de</strong> la fe cristiana. A veces les <strong>de</strong>cía que, como la serpiente<br />

cambia la piel, así era necesario cambiar <strong>de</strong> vida al ser bautizado. Acto seguido se daba<br />

pellizcos por todo el cuerpo, como si se estuviera quitando la piel, y les explicaba a sus<br />

oyentes las cosas que tenían que <strong>de</strong>jar. En señal <strong>de</strong> asentimiento, ellos también se daban<br />

pellizcos. Otras veces, para explicarles la doctrina <strong>de</strong> la Trinidad tomaba un pañuelo, lo<br />

doblaba <strong>de</strong> tal modo que se vieran tres pliegues, y <strong>de</strong>spués mostraba que se trataba <strong>de</strong> un<br />

solo lienzo. De ese modo, se dice que Claver bautizó a trescientos mil esclavos durante su<br />

ministerio en Cartagena.<br />

Pero aquella no era toda la obra <strong>de</strong>l misionero, que seguía ocupándose <strong>de</strong> los esclavos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su bautismo. Puesto que la lepra era enfermedad común entre ellos, y cuando<br />

alguno la contraía su amo sencillamente lo echaba a la calle, Claver fundó una leprosería<br />

en la que pasaba buena parte <strong>de</strong> su tiempo cuando no había barcos recién llegados. Allí lo<br />

vieron repetidamente sus compañeros, abrazado a algún esclavo leproso a quien nadie<br />

osaba acercarse, tratando <strong>de</strong> darle consuelo en medio <strong>de</strong> su soledad.<br />

Tres gran<strong>de</strong>s epi<strong>de</strong>mias <strong>de</strong> viruela hubo en Cartagena durante el ministerio <strong>de</strong> Claver,<br />

y en todas ellas se <strong>de</strong>dicó a limpiar las llagas <strong>de</strong> los enfermos negros, <strong>de</strong> quienes nadie<br />

más se ocupaba.<br />

Aunque sus superiores repetidamente lo acusaron <strong>de</strong> no ser muy pru<strong>de</strong>nte, el santo<br />

misionero sabía los límites a que podía llegar sin que su ministerio fuera aplastado por los<br />

blancos. Nunca atacó a los blancos, ni dijo que la iglesia <strong>de</strong>bía con<strong>de</strong>narlos. Pero era <strong>de</strong><br />

todos sabido que cuando caminaba por la calle solamente saludaba a los negros y a<br />

aquellos <strong>de</strong> entre los blancos que apoyaban su obra. Cuando alguna rica señorona venía a<br />

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