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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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<strong>de</strong> verlos en persona, y su sentido <strong>de</strong> que en su tierra “ni las aves volaban sin su<br />

permiso”, lo perdieron.<br />

En las afueras <strong>de</strong> Cajamarca, con unas <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> millares <strong>de</strong> soldados, Atahualpa<br />

esperó a los extraños visitantes, al tiempo que el grueso <strong>de</strong> sus ejércitos continuaba la<br />

marcha hacia Cuzco. Luego, aquel ejército que tanto impresionó a los españoles no era<br />

más que la guardia personal <strong>de</strong>l emperador. Tras varias idas y venidas que no es<br />

necesario relatar aquí, se acordó que el inca visitaría a los españoles en Cajamarca.<br />

Tan seguro <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r iba Atahualpa, que le or<strong>de</strong>nó al general Rumi ñahui que<br />

cercara la ciudad con tropas armadas <strong>de</strong> sogas para atar a los españoles que trataran <strong>de</strong><br />

huir. A<strong>de</strong>más, al acercarse a Cajamarca, les or<strong>de</strong>nó a casi todos sus soldados que<br />

permanecieran fuera, y él entró en la plaza con unos cinco o siete mil acompañantes, los<br />

más <strong>de</strong> ellos cortesanos sin armas.<br />

Mientras tanto, en la ciudad, se preparaba el golpe alevoso. Pizarro colocó sus piezas<br />

<strong>de</strong> artillería <strong>de</strong> tal modo que cubrieran las dos únicas salidas <strong>de</strong> la plaza, y escondió a<br />

todos sus soldados y caballos don<strong>de</strong> no se les viera al entrar, pero dio instrucciones <strong>de</strong><br />

que estuviera todo dispuesto para empezar a disparar ballestas y arcabuces llegado el<br />

momento oportuno.<br />

El inca entró llevado en andas, sentado sobre un escaño <strong>de</strong> oro, y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> su<br />

séquito. Le salió entonces al encuentro el padre Vicente Valver<strong>de</strong>, quien valiéndose <strong>de</strong>l<br />

intérprete Felipillo, le hizo el “requerimiento”, es <strong>de</strong>cir, le explicó la doctrina cristiana, le<br />

dijo cuán gran<strong>de</strong>s señores eran el papa y el rey, y lo invitó a <strong>de</strong>clararse vasallo <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong><br />

España y a permitir que se predicara el evangelio en sus tierras. Si el inca entendió lo que<br />

se le <strong>de</strong>cía, nunca se sabrá. Pero ciertamente no estaba a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>clararse vasallo <strong>de</strong><br />

rey alguno. Exasperado, tomó el Evangelio que llevaba en sus manos el cura, lo examinó,<br />

y al no encontrar en él más que aquellos garabatos ininteligibles lo tiró al suelo.[<strong>Vol</strong>. 2,<br />

<strong>Page</strong> 209]<br />

Entonces, mientras Felipillo recogía el libro, el sacerdote corría hacia los españoles<br />

dando voces:<br />

“¿No veis lo que pasa? ¿Para qué estáis en comedimientos y<br />

requerimientos con este perro lleno <strong>de</strong> soberbia? ...Salid a él, que yo os<br />

absuelvo....Venganza, venganza, cristianos. Los Evangelios son<br />

<strong>de</strong>spreciados y se los arroja por tierra. Maten a estos perros que <strong>de</strong>sprecian<br />

la ley <strong>de</strong> Dios.<br />

Pizarro y los suyos no necesitaban tales exhortaciones por parte <strong>de</strong>l representante <strong>de</strong><br />

la iglesia. Tan pronto como se cumplió el requisito <strong>de</strong> presentarle al inca el<br />

“requerimiento”, el jefe español dio la señal convenida para el ataque. Al ver agitarse su<br />

pañuelo, los ballesteros y arcabuceros soltaron sus proyectiles sobre los principales<br />

indios, y acto seguido la caballería atacó. Los indios no habían visto antes un arma como<br />

las tizonas castellanas, capaces <strong>de</strong> cortar un miembro <strong>de</strong> un solo tajo. Muchos trataron <strong>de</strong><br />

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