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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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El papado y la Revolución Francesa<br />

Al estallar la Revolución Francesa, Pío VI ocupaba el trono papal. Mucho antes, en<br />

1775, este papa había comenzado su pontificado publicando una bula en que atacaba las<br />

i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> los filósofos que abogaban por un nuevo or<strong>de</strong>n social. Luego, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los inicios<br />

<strong>de</strong> la Revolución, el Papa hizo todo lo que pudo por impedir su progreso. Esto dificultó<br />

las negociaciones sobre la Constitución civil <strong>de</strong>l clero, a que hemos hecho referencia. En<br />

respuesta, el gobierno republicano <strong>de</strong> Francia se esforzó por <strong>de</strong>bilitar al papado, no solo<br />

en Francia, don<strong>de</strong> se promulgó el “culto al Ser Supremo”, sino en la misma Roma, don<strong>de</strong><br />

agentes franceses sembraban i<strong>de</strong>as republicanas. En 1798, los franceses ocuparon<br />

militarmente la ciudad <strong>de</strong> Roma, don<strong>de</strong> proclamaron la república, y <strong>de</strong>clararon <strong>de</strong>puesto<br />

al Papa como soberano temporal. Este quedó prácticamente prisionero <strong>de</strong> los franceses, y<br />

murió al año siguiente.<br />

[<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 432] Bajo la protección <strong>de</strong>l emperador Francisco II <strong>de</strong> Austria, enemigo<br />

<strong>de</strong> Francia, los car<strong>de</strong>nales se reunieron entonces en Venecia y eligieron papa a Pío VII.<br />

Eran los años en que Napoleón subía al po<strong>de</strong>r, y a la postre, en 1801, Francia firmó con el<br />

Papa el concordato a que nos hemos referido antes. Aunque Napoleón no era persona<br />

religiosa, no veía la necesidad <strong>de</strong> malgastar sus fuerzas en conflictos con el papado, y por<br />

ello Pío VII, restaurado a su se<strong>de</strong> romana, pudo reinar en relativa calma por algún tiempo.<br />

A fines <strong>de</strong> 1804, el Papa viajó a París para consagrar emperador a Napoleón, aunque este<br />

último, en señal <strong>de</strong> su autoridad absoluta, tomó la corona <strong>de</strong> manos <strong>de</strong>l Papa y se la ciñó a<br />

sí mismo. Pero al año siguiente el ahora emperador se hacía coronar también rey <strong>de</strong> Italia,<br />

y sus tropas invadían <strong>de</strong> nuevo la Península. En 1808, ocuparon la ciudad <strong>de</strong> Roma. El<br />

Papa, negándose a huir, excomulgó a todos los que le hicieron violencia a la iglesia, y fue<br />

llevado al <strong>de</strong>stierro por los ejércitos victoriosos. Allí quedó hasta que la caída <strong>de</strong><br />

Napoleón en 1814 le permitió regresar a Roma, don<strong>de</strong> su primera acción fue proclamar el<br />

perdón a todos sus enemigos. Lo mismo hizo por el caído Napoleón, en cuyo favor<br />

intercedió ante las potencias vencedoras.<br />

Pío VII murió en 1823, dos años <strong>de</strong>spués que Napoleón, y le sucedió León XII. Tanto<br />

él como sus sucesores Pío VIII y Gregorio XVI pudieron reinar en relativa paz. Pero<br />

siempre la memoria <strong>de</strong> la Revolución Francesa les inclinó hacia el conservatismo político<br />

y teológico. Por ello, repetidamente con<strong>de</strong>naron el catolicismo liberal, que trataba <strong>de</strong><br />

sumarse a las nuevas corrientes políticas. El caso más notable fue el <strong>de</strong>l teólogo Félicité<br />

Robert <strong>de</strong> Lamennais, quien se había distinguido por sus ataques contra los intentos por<br />

parte <strong>de</strong> Napoleón <strong>de</strong> gobernar sobre la iglesia. Tras una complicada peregrinación<br />

intelectual, Lamennais llegó a la conclusión <strong>de</strong> que los monarcas absolutos siempre<br />

tratarían <strong>de</strong> gobernar a la iglesia, y que por tanto lo que los cristianos <strong>de</strong>bían hacer era<br />

lanzarse en pro <strong>de</strong> la libertad política, con el apoyo y bajo la dirección <strong>de</strong>l papado. Para<br />

ello, el Papa <strong>de</strong>bía abogar por la libertad <strong>de</strong> prensa, que sería la vanguardia <strong>de</strong>l nuevo<br />

or<strong>de</strong>n. Si el Papa se colocaba a la cabeza <strong>de</strong> tal proyecto, pensaba Lamennais, la iglesia<br />

podría reclamar su <strong>de</strong>bido lugar en el nuevo or<strong>de</strong>n. Mientras Lamennais se limitó a atacar<br />

a aquellos gobiernos que no respetaban las prerrogativas <strong>de</strong> la iglesia, Roma vio en él su<br />

gran campeón, y por tanto León XII hasta llegó a pensar en hacerle car<strong>de</strong>nal. Pero cuando<br />

Lamennais empezó a abogar por una alianza entre el papado y el liberalismo político,<br />

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