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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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Como en tantos otros casos, los orígenes <strong>de</strong>l interés misionero protestante en China se<br />

remontan a la obra <strong>de</strong> Carey, uno <strong>de</strong> cuyos acompañantes, Marshman, comenzó a traducir<br />

la Biblia al chino en 1806. Después el escocés Robert Morrison quiso empren<strong>de</strong>r una<br />

obra semejante, pero las autorida<strong>de</strong>s británicas no veían con buenos ojos la presencia <strong>de</strong><br />

misioneros en China, que podría obstaculizar el comercio que entonces comenzaba a<br />

florecer. Por ello Morrison se vio obligado a viajar primero a los Estados Unidos, don<strong>de</strong><br />

obtuvo pasaje hasta Cantón. Allí se estableció, dispuesto a seguir un método semejante al<br />

que había seguido años antes el jesuita Ricci. Conocedor <strong>de</strong> la medicina y la astronomía<br />

occi<strong>de</strong>ntales, Morrison se <strong>de</strong>dicó a estudiar a profundidad tanto la cultura como el idioma<br />

chinos. Puesto que el interior <strong>de</strong>l país le estaba vedado por las leyes chinas, hizo la mayor<br />

parte <strong>de</strong> su trabajo mediante la producción <strong>de</strong> literatura en chino, con la esperanza <strong>de</strong> que<br />

algún converso la llevara a otras partes <strong>de</strong> la nación, o que generaciones posteriores <strong>de</strong><br />

misioneros pudieran aprovechar su obra. Así, con la ayuda <strong>de</strong> un contingente <strong>de</strong> naturales<br />

<strong>de</strong>l país, tradujo al chino toda la Biblia y varios otros libros. Tras siete años <strong>de</strong> labor,<br />

bautizó al primero <strong>de</strong> sus conversos, que siempre fueron escasos. Las noticias <strong>de</strong> su obra,<br />

y la existencia <strong>de</strong> la Biblia en chino, <strong>de</strong>spertaron el interés <strong>de</strong> otros cristianos en Europa y<br />

los Estados Unidos. Pronto otros misioneros se instalaban en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l imperio<br />

chino, con la esperanza <strong>de</strong> encontrar un modo en que sus enseñanzas pudieran penetrar en<br />

la gran nación.<br />

Empero las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l país, que persistían en consi<strong>de</strong>rar a los extranjeros como<br />

bárbaros, no permitían sino la presencia, en zonas muy restringidas, <strong>de</strong> un número<br />

limitado <strong>de</strong> comerciantes europeos.<br />

Entonces se produjo uno <strong>de</strong> los más bochornosos atropellos <strong>de</strong> toda la era colonial, la<br />

Guerra <strong>de</strong>l Opio. Los comerciantes europeos, particularmente británicos, tenían interés en<br />

obtener seda y otros productos chinos, para ven<strong>de</strong>rlos con enormes ganancias en Europa.<br />

Pero los productos europeos no <strong>de</strong>spertaban mayor interés entre los chinos, por ser <strong>de</strong><br />

calidad inferior. La Compañía Británica <strong>de</strong> las Indias Orientales dio en la solución <strong>de</strong><br />

pagar por los productos chinos con opio cultivado en la India. Este comercio tuvo tanto<br />

éxito, que pronto la seda no bastó para pagar por el opio, y los chinos empezaron a pagar<br />

con metales preciosos. Aunque la importación <strong>de</strong> opio había sido prohibida por edicto<br />

imperial <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1800, [<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 456] el nefando comercio continuaba al abrigo <strong>de</strong> la<br />

corrupción por parte <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s locales. Por fin el gobierno intervino, preocupado<br />

tanto por los daños que el opio causaba como por la sangría económica que ese comercio<br />

representaba para el país. En 1839, un comisionado imperial llegó a Cantón, don<strong>de</strong><br />

confiscó más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> libras esterlinas en opio que estaba en manos <strong>de</strong><br />

comerciantes extranjeros. La reacción no se hizo esperar. Los comerciantes <strong>de</strong>clararon<br />

que el honor británico había sido ultrajado. En el parlamento inglés, la cuestión se <strong>de</strong>batió<br />

acaloradamente, pues muchos sostenían que acudir en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l tráfico en opio era una<br />

<strong>de</strong>shonra mayor que cualquiera que los chinos pudieran haber perpetrado. A la postre, el<br />

partido <strong>de</strong> los comerciantes resultó vencedor, y en 1840 comenzaron las hostilida<strong>de</strong>s.<br />

Des<strong>de</strong> el principio, la superioridad <strong>de</strong> la marina británica se impuso, y varios puertos<br />

chinos fueron ocupados por el invasor. Poco más <strong>de</strong> un año duró la guerra, y al fin China,<br />

humillada por los bárbaros occi<strong>de</strong>ntales, se vio obligada a firmar el tratado <strong>de</strong> Nankín,<br />

que le concedía a la Gran Bretaña la isla <strong>de</strong> Hong Kong, y a<strong>de</strong>más les garantizaba a los<br />

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