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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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<strong>de</strong>sesperante. El pecado era algo mucho más profundo que las meras acciones o<br />

pensamientos conscientes.<br />

Era todo un estado <strong>de</strong> vida, y Lutero no encontraba modo alguno <strong>de</strong> confesarlo y <strong>de</strong><br />

ser perdonado mediante el sacramento <strong>de</strong> la penitencia.<br />

Su consejero espiritual le recomendó que leyera las obras <strong>de</strong> los místicos. Como<br />

dijimos, hacia fines <strong>de</strong> la Edad Media hubo una fuerte ola <strong>de</strong> misticismo, impulsada<br />

precisamente por el sentimiento que muchos tenían <strong>de</strong> que la iglesia, <strong>de</strong>bido a su<br />

corrupción, no era el mejor medio <strong>de</strong> acercarse a Dios. Lutero siguió entonces este<br />

camino, aunque no porque dudara <strong>de</strong> la autoridad <strong>de</strong> la iglesia, sino porque esa autoridad,<br />

a través <strong>de</strong> su confesor, se lo or<strong>de</strong>nó.<br />

El misticismo lo cautivó por algún tiempo, como antes lo había hecho la vida<br />

monástica. Quizá allí encontraría el camino <strong>de</strong> salvación. Pero pronto este camino resultó<br />

ser otro callejón sin salida. Los místicos <strong>de</strong>cían que bastaba con amar a Dios, puesto que<br />

todo lo <strong>de</strong>más era consecuencia <strong>de</strong> ese amor. Esto le pareció a Lutero una palabra <strong>de</strong><br />

liberación, pues no era entonces necesario llevar la cuenta <strong>de</strong> todos sus pecados, como<br />

hasta entonces había tratado <strong>de</strong> hacer. Empero no tardó en percatarse <strong>de</strong> que amar a Dios<br />

no era tan fácil. Si Dios era como sus padres y sus maestros, que lo habían golpeado hasta<br />

sacarle la sangre, ¿cómo podía él amarle? A la postre, Lutero llegó a confesar que no<br />

amaba a Dios, sino que lo odiaba.[<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 37]<br />

No había salida posible. Para ser salvo era necesario confesar los pecados, y Lutero<br />

había <strong>de</strong>scubierto que, por mucho que se esforzara, su pecado iba mucho más allá que su<br />

confesión. Si, como <strong>de</strong>cían los místicos, bastaba con amar a Dios, esto no era <strong>de</strong> gran<br />

ayuda, pues Lutero tenía que reconocer que le era imposible amar al Dios justiciero que<br />

le pedía cuentas <strong>de</strong> todas sus acciones.<br />

En esa encrucijada, su confesor, que era también su superior, tomó una medida<br />

sorpren<strong>de</strong>nte. Lo normal hubiera sido pensar que un sacerdote que estaba pasando por la<br />

crisis por la que atravesaba Lutero no estaba listo para servir <strong>de</strong> pastor o <strong>de</strong> maestro a<br />

otros. Pero eso fue precisamente lo que propuso su confesor. Siglos antes, Jerónimo había<br />

encontrado un modo <strong>de</strong> escapar <strong>de</strong> sus tentaciones en el estudio <strong>de</strong>l hebreo. Aunque los<br />

problemas <strong>de</strong> Lutero eran distintos <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Jerónimo, quizá el estudio, la enseñanza y la<br />

labor pastoral tendrían para él un resultado semejante. Por tanto, se le or<strong>de</strong>nó a Lutero,<br />

quien no esperaba tal cosa, que se preparase para ir a dictar cursos sobre las Escrituras en<br />

la universidad <strong>de</strong> Wittenberg.<br />

Aunque muchas veces se ha dicho entre protestantes que Lutero no conocía la Biblia,<br />

y que fue en el momento <strong>de</strong> su conversión, o poco antes, cuando empezó a estudiarla,<br />

esto no es cierto. Como monje, que tenía que recitar las horas canónicas <strong>de</strong> oración,<br />

Lutero se sabía el Salterio <strong>de</strong> memoria. A<strong>de</strong>más, en 1512 obtuvo su doctorado en<br />

teología, y para ello tenía que haber estudiado las Escrituras. Lo que sí es cierto es que<br />

cuando se vio obligado a preparar conferencias sobre la Biblia, nuestro monje comenzó a<br />

ver en ella una posible respuesta a sus angustias espirituales. A mediados <strong>de</strong> 1513<br />

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